miércoles, 23 de marzo de 2011

Avallach-12-Secretos en la Penumbra

Al momento de ingresar a la gruta apronté a elevar la lámpara ofrendada por el Maestro, así la cueva paso de penumbra absoluta a un trecho intrincado pero maravillosamente iluminado. Fui testigo por primera vez de los secretos que esconde la penumbra, de la belleza presente pero camuflada en la sombra; la primera vez que entré el miedo y la obscuridad se enseñorearon de mi vista, solamente me enfoqué en perseguir aquella diminuta flor que me guió hacia la salida, ahora veía la inmensa variedad de hongos multicolores y los musgos finamente plegados en las paredes formando tapices. Ahora notaba la hermosura de las estalactitas goteando incesantes y el sonido acucioso de las gotas golpeando las rocas formando estalagmitas u orificios en las rocas victimas de su caída. Los murciélagos se tapaban el rostro: no estaban acostumbrados a la luminosidad de mi lámpara, aunque algunos se aventuraron a ver como si supiesen que la luz de ésta no lastimaría a nadie. Lo que me causó extrañeza fue el cese de los murmullos, los duendes y las hadas se nos escondían o por lo menos eso parecía.
Ahora entendía que, más que protección, los duendes y las hadas tenía maravillas en la penumbra de la cueva: invitaciones a los viajeros a mirar más allá que con los ojos, quizá usar el tacto o el oído, imaginar un poco sin necesidad de ver, en fin aprender a encontrar la magia aún en la penumbra.
En primer contacto lo tuvimos después de unos ochenta pasos admirando la belleza, tuvimos el primer encuentro con un duende. Salió del fondo de una cámara pequeña su cabeza y de inmediato la escondió. Pronto estuvimos en presencia de dos duendes y tres hadas.
—Salutaciones viajeros. —Dijo un duende
—Es un gusto verles de nuevo Áluster —dijo en gesto halagador y picaresco una de las hadas—, Calos, la reina os espera…
—Sabía la reina de las hadas que vendríamos… —Exclamé intrigado.
—Supo de tu llegada al pueblo de los elfos y, siendo esta la única entrada o salida, esperaba tu llegada.
—Vamos pues Calos —dijo Áluster—, no es bueno hacer esperar a tan dulce presencia. —dicho esto las hadas nos guiaron en silencio, yo discretamente interrogaba a Áluster.
—¿Conoces a la reina de las hadas?
—Casi todo elfo la conoce, cualquiera que haya salido alguna vez de nuestro pueblo por esta ruta pasa a saludarle.
—Comprendo y: ¿Cómo es?
—No seas impaciente Calos, falta poco para que la conozcas y lo averigües…
—¿Cómo debo actuar ante ella?, nunca he estado frente a una reina…
—Sólo recuerda lo que aprendiste con Nissum… —antes que nos percatáramos ya no era necesaria la luz de la lámpara, la habitación estaba repleta de musgo luminoso y enormes cristales, así que la cubrí. Parecía que caminábamos sobre el cielo nocturno, tropezaba a veces con algunos asteroides por estar viendo la cercanía de las estrellas… noté entonces que las alas de las hadas tenían luz propia, atrapaban la escasa luminosidad y la reflejaban con los colores del arcoiris sobre las paredes y los techos, como pequeños prismas sobre las rocas y las vetas de cuarzos, diamantes y metal (es curioso describir las maravillas que un poco de luz puede hacer saltar en plena obscuridad)…
—Hemos llegado… —dijo un hada (para mí la más hermosa de nuestras acompañantes).
—Gracias Nineta —dijo Áluster. Las hadas y los duendes se retiraron dejándonos de nuevo en penumbra. Hice entonces intentos de descubrir la lámpara, mas una voz melodiosa detuvo mi intento. Ante su partida las sombras lentamente consumieron la luz. Se respiraba un aire solemne, como cuando el sueño de invierno se hace presente con sus noches de suave llovizna, sumiendo el paraje en las formas amenas del descanso y, con un ánfora de vino de abedul, leemos un libro introspectivamente. Poco después, cuando las sombras ya eran eminentes, aquella voz dulce comenzó a hablar de nuevo, sin dejarse ver por el momento.
—Avancen sin temor entre las rocas, cuando todo inició así se veía espacio, completamente obscuro y desolado, los pies de los primeros no dejaban de tropezar, sólo la magia de las alas de las hadas podían iluminar los senderos, la belleza tenía tonos medios, pero no dejaba de ser belleza, la luz era una simulación de la que hoy conocemos pero la adorábamos como magia y como luz, por ser la única guía que conocíamos. Mirábamos esa pequeña parte de La Natura y nos maravillaba como se maravillan ustedes al ver los hongos luminosos de estas cuevas, solo ocupan un pequeño resplandor para enceguecer. Acérquense sigan esta voz en la penumbra como lo hizo el primer Kodama hace ya infinitos tiempos. —Áluster con confianza inició la caminata entre las rocas tomó mi hombro para que le siguiera, yo un poco más temeros, trastabillando entre las estalagmitas y los hoyos de las rocas erosionadas por las los golpes del agua… A los pocos pasos, detrás de una inmensa roca, un resplandor áureo se desprendía junto con la voz que nos hablaba. Debo confesar que estaba más que asustado, cuántas invitaciones dulces pueden ser trampas arteras, como el canto de las nereidas furibundas que puede sonar como el más angelical de los cantos. —Avancen hijos de los nuevos pueblos de Avallach, de las historias antiguas y las leyendas esbozadas de voz en voz, hijos de los sueños de los primeros pobladores de esta isleta que en un tiempo no era más que una roca y hoy por hoy es nuestra dulce morada. —Al llegar al pie de la roca, Áluster se arrodillo en acto de reverencia, yo un poco confundido me mantuve en pie, no obstante Áluster de inmediato me tiro del pantalón para que me reclinara, así que lo hice, pronto la luz empezó a subir llenando poco a poco la inmensidad de la cueva con un resplandor impresionante
—Salutaciones reina —dijo Áluster—, es un placer gozar de su invitación.
—El placer es todo mío, jóvenes viajeros, poneos en pie, dejad las reverencias para los fallecidos, para aquellos que han encontrado el descanso de La Natura… Parece que a este joven se le ha escurrido la lengua junto con la oscuridad al ver mis alas… —yo miraba pasmado su belleza y su lumínica esencia, parecía que un aura dorada emanaba de su piel, como un campo de energía nacido de sus poros, mientras mi mirada continuaba perdida en su forma se acercó y sujetó con suavidad mi rostro, sólo sentí un dulce calor rozando mi faz, pronto mis ojos se cerraron de gozo y mi cara sin notarlo empezó a sonreír, rápidamente reaccioné y comencé a hablar…
—Disculpa mi silencio —dije mientras volvía a abrir los ojos—, mi nombre es Calos…
—Lo sé —interrumpió el hada—, tu nombre ha corrido por los árboles, Calos el oyente, el nuevo orador de la Comarca, el designado por Claus para continuar con su estoica tarea, serás quién mantenga viva la magia de los relatos que nos recuerdan los tiempos más duros, tiempos que fueron el maravilloso parto de esta maravillosa tierra.
—Disculpa la impertinencia —dije con algo de premura—, hermosa reina, más de ti sólo conozco leyendas, ¿cuál es tu nombre?
—Tranquilo Calos, El Oyente, sólo preguntando se encuentran las respuestas, he tenido muchos nombres, antes de los tiempos, incluso antes de el invierno de las incontables lunas, mi nombre ha mutado para facilidad de los oídos, para facilidad de los lenguajes, para facilidad de las especies, más aún recuerdo mi primer nombre, el mismo me lo ofrendó aquella criatura a quién yo llamé Kodama, el primero entre los primeros, mi nombre antiguo es Ixcamuné, aunque con el paso del tiempo me han llamado por el nombre que mayor tiempo ha perdurado: Lucyla. —Mientras ella hablaba yo la admiraba, vaya que es hermosa, como de seis pies y medio, tez blanca y lozana, no aparentaba más de veintidós primaveras, aún que por su plática se demostraba que era la primera criatura que vivió en este plano. Su cabello negro profundo y grueso, como hijos de ébano cortados desde el centro, su cabello era adornado por mariposas fluorescentes que al desplegarse de su cabeza perdían los tonos vivaces y parecían simples polillas. Sus ojos alargados y negros, profundos como un abismo rodeado por altas murallas de mármol blanco, sus cejas gruesas y negras. Labios gruesos y carnosos, parecían manzanas frescas en tiempo de cosecha. Su cuerpo voluptuoso, con curvas hermosamente moldeadas, no era ni flaca ni gorda, simplemente proporcionada y equilibrada. Vestía una túnica de ceda casi traslucida, pero la luminosidad de sus poros le hacía parecer una túnica de oro macizo. Sus alas transparentes se plegaban desde su espalda, iguales a las de una mariposa, más cuando posó por completo sobre el suelo, se camuflaron entre su túnica.
—Hemos venido a saludar y a despedirnos —dijo Áluster—, vamos a comenzar un viaje por todo Avallach, en busca de las historias de la nuestra llega a esta isla.
—¿Qué buscan precisamente? —Cuestionó Lucyla—, tal vez yo pueda ayudarles.
—Gracias señora —contesté— fundamentalmente queremos saber cómo ha sido la vida de los pueblos desde la llegada a Avallach, si existe algo que se haya perdido con el paso del tiempo en las historias, algo que agregar o corregir y, por sobre todo, deseo encontrar parte de la historia de la llegada, cómo fueron los inicios, dado que la historia para mí queda inconclusa, sabemos que llegamos pero cuanto tiempo paso para que Avallach sea lo que es ahora, sé de la montaña de domos de los elfos la cual duró cientos de otoños en concluirse, quiero saber qué más hay en cada uno de los pueblos, qué hemos conseguido en este exilio que sabe a hogar.
—Vaya que eres intrépido joven Calos —argumentó la reina—, existen razones que descubrirás con el paso de tu viaje, las cuales te enseñarán porque los secretos son secretos y las historias: historias, de mi parte tengo mucho que contar y que callar, hasta que llegue el momento correcto, quizá tu viaje inició a destiempo, te llevó a pasar por el último lugar debido. Debo confesar que tu mirada no la veía hace mucho tiempo, esa curiosidad quizá es la que te ha hecho el nuevo orador y el correcto, inconforme por las historias quieres redescubrirlas, atar cabos sueltos y difumar cualquier ambigüedad, la misma simiente tenía un viejo amigo que descansa en el jardín de los elfos…
—¿Claus, El Viejo? —pregunté.
—No joven Calos, habló del primer humano que tuvo el honor de dormir junto con los elfos, y hacerse un roble de más de seis mil otoños, un viejo amigo y compañero de batalla: Hiperión, el portador del poder del trueno y la lluvia. —tanto Áluster como yo, nos quedamos impresionados.
—Es un honor muy grande el que me concede señora Lucyla, jamás pensé ser digno de compararme con el padre de nuestros pueblos —respondí—, aunque no creo ser merecedor de tan halago.
—Como te dije —respondí la reina—, hay secretos los cuales sólo se revelan con el tiempo, sólo te digo una cosa para tu consciencia y delirio, algo sobre el viejo Hiperión, como sabes Hiperión no era el más fuerte de los alumnos de Kelsut, eso es completamente cierto, más su poder pudo vencer a los hechiceros en el último combate, y fue por una razón, era su corazón y no la ambición o los deseos de grandeza lo que gobernaba sus actos, su honor más allá del interés, esa era su verdadera fortaleza. Hiperión aprendió una lección, la cual dejaré a tu reflexión: la verdadera fuerza está dormida entre las venas de todos, sólo se requiere invocarla y según como se invoque así será el resultado, según el mecanismo y la forma y el fin. Si te mueves por ínfulas o deseos transgresores, tu fuerza será una mínima expresión de lo que podría ser, aunque el paso de un árbol cayendo puede ser devastador, es más fuerte e imponente el susurro de uno que crece y sobrevive a los golpes del viento, las plagas y las sierras. —Guardé silencio por un rato, tratando de entender la plenitud de sus palabras, mas al no conocer la fuerza ni los motivos comprendí que era una de esas lecciones que no se puede asimilar hasta que el tiempo la pone a prueba, más que una lección era un principio.
—Gracias señora, espero algún día encontrar esa fuerza que menciona y usarla correctamente.
—Tranquilo Calos, ya llegará el momento en que las historias se formen nuevamente —me dijo Lucyla—; mas ya es hora de que marchen, les esperan muchas lecciones en el camino, cuando hayan recorrido Avallach, vengan a mí si les quedan fuerzas aún para seguir…
—Gracias señora, siempre es un placer gozar de su invitación —respondió Áluster—, y no tenga cuidado, nosotros volveremos, con la energía, la fuerza y la sabiduría que este viaje nos ofrende.
—Una cosa más —dijo Lucyla—, ya que van a recorrer Avallach, lleven esto a la ciudad de los enanos —al extender su mano, dos hadas trajeron un escudo de cristal hacia nosotros—, llevad esto y pedid que lo coloquen en puerta de su ciudad, es un tesoro que lleva muchos años acá y es hora de que vuelva a su hogar.
—Es una promesa señora, esté escudo será devuelto a los enanos. —me llamó ampliamente la atención la dureza del cristal, y las marcas de lucha que marcaban su prístina forma, pensé cuantas historias podría contar si existiera manera de que un objeto inanimado hablare.
Si más volvimos a nuestra ruta, bajo la guía de las mismas hadas que nos dieron el escudo, a la salida de la cueva, nos esperaban nuestros caballos y Estucurú, además unas bolsas con provisiones extra, fundamentalmente hongos comestibles y medicinales.
De nuevo nos encontrábamos camino a la Comarca.
Tanto Áluster como yo, guardamos silencio, era extraño, quizá ambos pensábamos en algo dicho por la reina Lucyla, a fin de cuentas existen demasiados misterios aún ocultos e historias por escribir…
De pronto la noche se encontraba cubriendo el plano, el Sol se ocultaba por el arrecife de las nereidas y la luna que había acompañado al sol en su viaje se posaba discreta cerca del cenit.
Aprontamos pues a buscar el sueño, aunque ya estábamos cerca de la Comarca, preferimos acampar bajo la protección de un silex.

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