jueves, 22 de noviembre de 2007

Epílogo del Volador errante


Furtivas son las sombras de la ira, raudas e inmesurables las agonías humanas, es en estos momentos que deseara tener un par de alas, y dejarme caer por un angustioso barranco, sentir que corto el aire como una hoja de acero la carne, sentir por una vez más fuerza que la gravedad y el aire, tener la soberbia más allá de la piel, más allá de mi cuerpo. Luego decidir si cerrar mis alas y despeñarme abiertamente, o llegar a creer ilusamente que existe alguna razón tangible para evitar el choque...


Así paso las noches mías, sentado en el barranco que me invita al salto, sonriendo demencialmente, desdeñando ilusiones perdidas y recuerdos añejos, mordiéndome los labios para no gritar mi hastío, abriendo mis ojos violentamente para no derramar lágrimas inútiles.


Acá desde la cima les veo, mortales felices que corren en círculos errantes, jugando con saetas a matarse, jugando con hierbas a envenenarse, jugando a la vida con traje de Parca, tomando la esperanza de los otros simplemente para estrujarla y deshojarla, volverla un tallo seco y sin sentido.


Acá desde mi cima les veo, jugar a tantas cosas, con algo de dolor y envidia. Me recuerdan los tiempos en que me sentía orgulloso de mi especie sin prestar atención al desdén, el escarnio, la ignorancia... En aquellos tiempos aun caminaba por los lechos plácidos de una vida incosciente, basada en las necesidades básicas de autosatisfacción y respirar, mas desde hace algunos siglos, cuando se abriendo un par de ojos en la nuca y se cerraron los de la cara y mira tanto desastre creado por mi paso, mejor volé a esta peña solitaria.


Todos los días me siento en mi barranco, donde no habita más que el deseo del salto y de la muerte, y esta Soledad que se funde conmigo en las noches de fiebre.


Quizá no sea tan malo ser mortal después de todo, quizá lo único malo es no tener el valor de volver o dar un paso al vacío del acantilado.


A fin de cuentas, acá está el silencio del vacío y el canto del viento, el calor de la nieve y el frío de la fogata incandesente, la compañía de la Nada y la soledad de mi mente. Si algún día pasare un mortal por acá, no sé que le diría, quizá simplemente: "¿no tienes un perdigón sin nombre que puedas regalarle a mis sienes?"

Mi lecho...


Pasan las horas de desvelo y niebla,

recostado en los recuerdos y las sombras.

Como viajeras errantes llegan las lágrimas,

como formas borrosas los efímeros deseos...

A veces deseara que entre tanta muerte

un respiro de paz me recordara la luz,

a veces quisiera que entre tanta sombra

un impaz de música se hiciera presente...

Las noches borrascosas se han vuelto mi cobijo,

las fieras de la mañana mis lazarillos fieles,

las llamas dantescas mi fogata en el invierno...


Así se deambula por mis acres lugubres y agudos,

las Parcas enjutas son mis amantes fieles

y los granizos del recuerdo mi lecho póstumo...

Recuerdos antiguos...


-¿Por qué será que la distancia

media en las separaciones sin notarlo?

-Poco a poco las palabra se cansan

de tener que viajar tan largo...


-¿Por qué será que el Vacío

saber hacer nido en el pecho?

-Poco a poco la ausencia cala

más profundo y más adentro...


-Y en las noches de frío y desespero

las palabras dulces se evaporan

dejando a nuestra diestra postrados

miles de cúmulos de recuerdos bellos:


palabras más allá de las palabras,

dulces ensalmos y furtivos venenos,

éteres jubilosos y pesadumbres arteras,

magias arcanas y maldiciones profanas.


-Poco a poco las palabras son heridas

por las colosales distancias que caminan

por eso es que la magia se difuma

por eso es que la dulzura se esfuma,


quizá por eso es que extrañamos

como enfermos desahuciados los años mozos

aquellos elíxires de la boca de las hadas,

gritando: "te extraño", desde un profundo foso...

Palabras...


Quizá las palabras se forman de aire,
como esbozos insipientes de deseos profundos,
quizá son simplemente hilos de seda
que se enredan en la boca y los oídos ajenos,
quizá simplemente es transmutar el grafito,
ponerlo en alas de pluma, dejarle sentirse vivo,
sacarlo de los parajes sórdidos y confusos
para que venga a hacer marañas en el día.
Quizá las palabras no son más que esfuerzos,
chispas prófugas y delirantes buscando encandecer
aunque sea un segundo antes de apagarse,
quizá simplemente un cúmulo de aire,
un puñado de carbón atiborrado en el papel,
una espiral que desciende y se eleva a la vez.
Quizá mis palabras no son más que aire,
que recorre la mañana como brisa fría,
hálitos gélidos de un humano que parte,
quizá no son más que un hilo que se escurre
inútilmente hacia el inmenso vacío
esperando que a trasfondo, en la penumbra,
perdido de los ojos y los falsos ritos,
haya aunque sea un oído abierto que sepa
hablarle a mis mejores palabras mudas…