Furtivas son las sombras de la ira, raudas e inmesurables las agonías humanas, es en estos momentos que deseara tener un par de alas, y dejarme caer por un angustioso barranco, sentir que corto el aire como una hoja de acero la carne, sentir por una vez más fuerza que la gravedad y el aire, tener la soberbia más allá de la piel, más allá de mi cuerpo. Luego decidir si cerrar mis alas y despeñarme abiertamente, o llegar a creer ilusamente que existe alguna razón tangible para evitar el choque...
Así paso las noches mías, sentado en el barranco que me invita al salto, sonriendo demencialmente, desdeñando ilusiones perdidas y recuerdos añejos, mordiéndome los labios para no gritar mi hastío, abriendo mis ojos violentamente para no derramar lágrimas inútiles.
Acá desde la cima les veo, mortales felices que corren en círculos errantes, jugando con saetas a matarse, jugando con hierbas a envenenarse, jugando a la vida con traje de Parca, tomando la esperanza de los otros simplemente para estrujarla y deshojarla, volverla un tallo seco y sin sentido.
Acá desde mi cima les veo, jugar a tantas cosas, con algo de dolor y envidia. Me recuerdan los tiempos en que me sentía orgulloso de mi especie sin prestar atención al desdén, el escarnio, la ignorancia... En aquellos tiempos aun caminaba por los lechos plácidos de una vida incosciente, basada en las necesidades básicas de autosatisfacción y respirar, mas desde hace algunos siglos, cuando se abriendo un par de ojos en la nuca y se cerraron los de la cara y mira tanto desastre creado por mi paso, mejor volé a esta peña solitaria.
Todos los días me siento en mi barranco, donde no habita más que el deseo del salto y de la muerte, y esta Soledad que se funde conmigo en las noches de fiebre.
Quizá no sea tan malo ser mortal después de todo, quizá lo único malo es no tener el valor de volver o dar un paso al vacío del acantilado.
A fin de cuentas, acá está el silencio del vacío y el canto del viento, el calor de la nieve y el frío de la fogata incandesente, la compañía de la Nada y la soledad de mi mente. Si algún día pasare un mortal por acá, no sé que le diría, quizá simplemente: "¿no tienes un perdigón sin nombre que puedas regalarle a mis sienes?"