viernes, 4 de febrero de 2011

Avallach-05-La gran batalla…

Miré fijamente a las personas en la ligera pausa, pude ver con agrado que todos se mostraban interesados.
De pronto sonaron los arbustos circundantes. De ellos aparecieron hadas y kodamas que se unieron a los escuchas. Los elfos se mostraron complacidos de la presencia de sus padres y los demás quedaron maravillados por la belleza de las hadas.
Pedí un ánfora de agua para mantener fresca la garganta, sabía que la historia apenas comenzaba.
Entonces continué con el relato…

***********

Una vez la reina suprema de las bestias de la noche terminó sus palabras, los generales partieron por su cuenta a terminar de preparar a las tropas.
Náyax no tuvo mucho que decirles a sus elfos, simplemente les dijo:
—Hoy es el día para el que nos hemos preparado, a la orden de la reina Nix partiremos y es nuestro deber mermar y de ser posible destruir la resistencia de la torre y para ello usaremos esto —sacó de detrás de su espalda una bolsa de piel y la colocó en medio de sus arqueros —, contiene la esencia de las cenizas de un ave mítica, que ha pospuesto su renacer para darnos su ayuda, junto con un mineral que hará se inicie el fuego.
Todas las puntas de nuestras flechas deberán llevar un poco. Tomen su carcaj y espárzanla en él.
En el tahalí llevarán esto con orgullo, es la mayor protección que jamás han entregado los kodamas, es un broche de creación y siembra, nada que provenga de La Natura habrá de lastimar su cuerpo, simplemente se incrementará lentamente absorbiéndolo, sólo recuerden que la madera fuerte contra la roca y el metal pero es débil contra el fuego. —Así, tomó una flecha sin curar con las cenizas del ave, colgó uno de los pendientes en su hijo y discípulo, sin pensarlo dos veces disparó hacia su pecho. Todos quedaron horrorizados pensando que Náyax estaba demente, pero al ver que la flecha fue atraída por el talismán y formó un pequeño brazalete de piedra y madera en su brazo izquierdo lo entendieron.
—He demostrado la confianza que tengo en los kodamas, poniendo en riesgo la vida de mi unigénito, ahora toca que ustedes confíen en los kodamas y las causas que nos han llevado hasta este extremo. Asimismo procurar honrar los recuerdos y los cuerpos de los que no logren o logremos regresar a nuestro amado bosque —Así apareció Kiev a su espalda, y sin pensarlo dos veces inclinó su cabeza para recibir su talismán.
—Tú en lo particular debes tener cuidado amigo —prosiguió Náyax —, si la coraza se vuelve muy pesada no podrás defenderte. Por favor úsalo prudentemente.
Así los elfos iniciaron sus cantos proclamándole al mundo que estaban listos para la guerra…
“El celio ardreá, smoos los edeligos,
mi lataled a pubrea etsá por cupla de un martol,
bocusmares el lagur dodne pamodos vivir en latebird,
es el tepmio de greuras en el celio,
hleio y feguo aboms se feriundon,
la carcieón en pigrelo de etóxinsin.
Sin emargbo etmosas testris,
sin emargbo etmosas sallneozots,
preo no pemodos dar mhacra,
no pemodos dar mhacra artás…”
Al otro lado de campamento, los hechiceros preparaban sus filas, Ampurdán se reunió con Neuset e Hiperión en la tienda principal.
La gran presencia de pociones y libros de conjuros hacía que la tienda se notara más pequeña de lo que era.
—Estamos listos —dijo Ampurdán —, han preparado los conjuros con ahínco y las fuerzas climáticas de otoño nos ampararán en las invocaciones. No confió mucho en Nix, creo que tiene sus propios motivos más que la liberación del mundo como los elfos o como nosotros que deseamos establecer de nuevo el orden.
—Tranquilo Ampurdán —dijo Neuset —, todo esta listo tal como se ha planeado, pero creo que Hiperión debería usar su don de palabra para dirigirse a los hechiceros y darles la noticia de la inminente batalla. —Pero Ampurdán interrumpió.
—Soy del criterio que deberíamos ir los tres, juntos somos La Orden del Dolmen, junto somos el pilar del poder, y la centralización de la fuerza y del nuevo camino del mundo.
—Anda deja el orgullo Ampurdán —dijo Neuset — mientras Hiperión se dirige a las tropas podemos terminar de preparar los conjuros. —Hiperión rompió el silencio, y juzgo como su corazón demandaba:
—Ampurdán, Neuset, siento que algo se pasa por alto, dime: ¿por qué si todas las noches trasmutas para ir al fuerte humano, no habías hablado jamás de lo que hoy nos comentaron las hadas?, ¿algo está pasando en La Orden del Dolmen de lo que deba enterarme, existe algún secreto o algún motivo por el cual no deba cuestionarme…?
Creo que la reina Nix, hija de nuestro maestro debería saber esto.
Acaso no recuerdan la batalla contra los trasgos donde ambos trasmutaron el libélulas para huir, sellando así la muerte de Kelsut, desde entonces, debo confesar, que le temo más a las cobardes libélulas que las cobras, por lo menos sé que puedo esperar de estas últimas.
Parto entonces y espero que puedan preparar la verdad para los oídos de los hechiceros que nos siguen, los elfos y la Reina Nix…
De pronto la mirada de Hiperión se torno borrosa y el silencio fue lo único que pudo escuchar.
Así por las colinas se miraba rayar el sol, los gallos cantaban con esperanza de olvidar que hoy la sangre se derramaría por los campos y las rocas.
El cielo se tornaba colérico y vociferante, enormes truenos estremecían los oídos y los rayos partían el cielo en miles de añicos.
Fue entonces que sonó la llamada y apareció Nix en medio del tumulto.
—¿Dónde está Hiperión, —gritó con su voz metálica y cortante —.
—Ha trasmutado para ir a ver lo que las hadas comentaron —respondió Neuset —, pronto ha de volver con las noticias, claro, si su forma de halcón es suficiente para el escape.
—Deja de hablar Neuset —exigió la reina —, espero que Hiperión sepa lo que hace, siempre fue el más sabio y leal de los alumnos de mi padre, y los círculos deben cerrarse y el lo sabe, así que espero verlo volver pronto.
Así las tropas buscaron la formación tal como la reina Nix lo había dispuesto.
Entre el bullicio y el afán de triunfo, apareció un carruaje de guerra guiado por dos unicornios negros acorazados. Sobre él, quién más, la misma reina de las sombras y los trasgos.
No acababa de detenerse el carruaje cuando Nix dejó caer su túnica negra a su espalda y mientras los ojos se enfocaban su silueta ella sólo se dispuso a gritar: “¡A la batalla…!”
Era magnifica su armadura, forjada por el mismo Courel, ya un anciano, como regalo a la reina.
Completamente ceñida, forjada del más poderoso de los metales por los enanos descubierto, el acero negro, dejaba ver el esplendor de su cuerpo sin embargo, lo protegía celosamente para que no pudiera ser alcanzado ni siquiera por la flecha de un elfo.
Con un casco que imposibilitaba ver los ojos de reina pero a ella le permitía un amplio panorama, a su espalda, dos espadas cortas de defensa, pero bien usadas ampliamente mortales: sus koda-shees (generadoras de vida y vigilantes de la muerte). En su mano derecha portaba su partesana, decorada con diamantes colosales y un doble filo estremecedor.
Pero realmente casi nadie se fijaba en su armamento, casi todos, incluidos los elfos, centraban sus ojos en su preciosa presencia.
—He dicho a la batalla, acaso se ha acobardado — reclamó la reina —.
Así sonó un poderoso grito que combinaba la fuerza de todas las criaturas y se inició el rápido avance de las tropas.
El fundamental problema de la invasión era el estrecho rocoso que protegía el castillo, por algo sería el escenario de la última batalla si lograban cruzar el estrecho, todo habría terminado, así pensaban.
Nix guiaba la incursión, avanzando con fuerza de un bólido.
A tres mil pasos del castillo, se encontraba el estrecho, cuando Nix estuvo cerca de él, hizo que sus trasgos probaran la seguridad del paso.
No hubo que esperar mucho para que, desde los bordes del barranco, empezarán a caer inmensas rocas.
Así Nix llamó a sus trasgos voladores para que limpiaran su entrada.
Sólo se miraban caer decenas de cuerpos humanos hacia el fondo del estrecho, algunos trasgos y muy pocas rocas.
Dado el chillido de los trasgos, supieron todos entonces que la entrada era segura.
Los elfos se adentraron sin temores, dado que la divina protección de los kodamas en sus cuerpos ante cualquier saeta que los humanos pudiesen hacer llegar a esa distancia.
En segundos se encontraban formados en el mismo final del estrecho, entre dos paredes y el cielo como límite, prepararon su primera descarga de flechas.
En la parte alta de la torre Kratus se mostraba confiado.
—¿Qué hacemos señor? —preguntó Dratser — ¿Debemos disparar las catapultas o dar orden de a la infantería y los dragones?
—Paciencia Dratser, —contestó —, ni un elfo podrá acertar una flecha a tres mil pasos. Debemos ser pacientes y no caer en sus trampas, la paciencia y nuestros conocimientos serán lo que nos darán la victoria, si perdemos alguno: estamos muertos…—Dratser aún se mostraba confundido, no podía entender como Kratus hablaba de la muerte tan sonrientemente —Haz llamado para que todos estén listos a mi orden.
—Sí señor…
Dratser volvió al palacio, dio el aviso y se fue a sentar junto a Brondor.
Listos los arqueros élficos, al bajar la mano Náyax se escucho un poderoso silbido que hizo a todos voltear hacia el estrecho.
Se veían las flechas avanzar, cien pasos, quinientos, mil y, de pronto, el silbido se volvió un grito de arpía, las flechas se transformaron en pájaros ardientes y furiosos, doblando su velocidad. Pronto una lluvia de flamas abatía los arqueros humanos apostados en los bordes del castillo, muchos se dejaron caer en llamas al vacío otros buscaron como sofocarlas, en fin, nadie tenía tiempo de disparar hacia los elfos o las aves, que seguían naciendo de las flechas lanzadas por los elfos.
—¡Qué demonios es eso —cuestionó Ampurdán a Nix—, por qué no conocíamos eso, qué pasa Nix, cuál es el secreto?
—¡Cállate Ampurdán —respondió mientras todos miraban con ojos atónicos—!, los secretos son de los kodamas y ellos saben a quién otorgarlos, prepara a los tuyos, pronto llegarán los dragones
En la cima torre, Kratus miraba con repudio lo sucedido, no lo creía, no lo esperaba, no soportaba la impotencia de saber que sus miles de arqueros corrían como ciervos asustados de las llamas.
Tomó su cuerno y dio tres toques seguidos. De pronto todos se olvidaron de tratar de sofocar el fuego y volvieron a su posición de batalla.
—Triskel, sé que estás ahí, conjura la llovizna para apagar el fuego, si dejamos que esas malditas aves consuman la madera de cada llama surgirá otra.
Triskel apareció tras la puerta y sin pensarlo elevó sus manos he inicio a moverlas lentamente de arriba a bajo, he inició el conjuro:
Dorma er litus,
visturmi ageb am karim
krostium fertrom
Al terminar esas palabras sus manos estaban entre sus pechos, formando una especie de capullo, las elevó lentamente con sus ojos cerrados, respiro profundo y con un grito sin elocuencia abrió sus manos.
De ahí brotó una luz resplandeciente que formó una nube y empezó la lluvia.
—Cuando apagues los fuegos que existen —dijo Kratus —, quiero la dirijas hacia ellos. Que todas sus flechas se mojen y sus armaduras goteen. Después, sígueme. —Dicho esto Kratus bajo de la torre y se dirigió hacia la muralla.
—Ustedes cuatro, quiero que tomen todos los muertos y los apilen en a parte superior de la puerta, esperen ahí mi orden para arrojarlos rápidamente, mientras tanto úsenlos como escudo.
—Señor —era Dratser de nuevo —, las tropas se muestran asustadas de esta incursión, ¿quiere que salga ya?
—No seas impaciente. ¿Qué te dije Dratser?, esperarás mis órdenes,. Ahora acompáñame.
Al otro lado, la lluvia había llegado hasta los mágicos, nadie se preocupó por ella. Se inició el asalto.
Las flechas de los elfos ya no desprendían aves furibundas pero a mil pasos ya no eran necesarias.
Los trasgos tomaron la delantera y los hechiceros los siguieron mientras los elfos se apostaron en las afueras esperando que cayeran las puertas.
No obstante la puerta se abrió por si sola, sin necesidad de mayor fuerza, cuando los trasgos empezaron a cruzas, Kratus dio la orden de dejar caer los cuerpos.
—Pese a la fiereza de los trasgos, su inteligencia es un poco corta, debemos admitirlo —sarcásticamente decía Kratus —, se entretendrán con los cuerpos mientras preparamos la defensa.
Así, los trasgos mutilaban los cuerpos velozmente pero sin denotar que ya estaban muertos.
En segundos se escucho el galope brioso y los arqueros elfos se prepararon.
Menuda sorpresa, los hijos de la quimera Chirón se habían unido a los humanos, y sus poderosas patas aplastaron a muchos trasgos mientras disparaban sus flechas.
Los trasgos sin protección alguna no ofrecieron demasiada resistencia a los centauros.
—Malditos traidores —reclamó la reina Nix —, cuando pedí su ayuda se mostraron neutrales e indiferentes y dijeron que poco les importaba el desenlace, acaso los compraron con simple vino. —Los elfos resistían las flechas de manera altruista, protegiendo a los hechiceros, aunque muchos cayeron, así las armaduras de los elfos se fortalecía, los centauros eran aniquilados.
—Prepárense a disparar las catapultas, pero cierren bien los blancos —se escuchó la voz de Kratus —, ¡…Fuego!
Y así fue, dirigidos a los elfos: barriles con aceite y llamas. ¡Por los Kodamas, cuantos elfos muertos!
Los trasgos voladores hicieron su trabajo y rápidamente con sus garras acabaron con los artilleros, pero caía uno y otro llegaba.
Sólo se veían caer sombras sin saber si eran armas, aliados o enemigos. Y tomaba fuerza la batalla.
Extrañamente aún no se vislumbraban las fuerzas humanas.
Kratus ordenó iniciar las descargas de metales. Pero los elfos se veían fortalecidos más que diezmados, aunque a estas alturas ya casi no quedaban trasgos.
Pronto Triskel, Dratser y Kratus, estaban en una posición donde podían admirar seguros lo que ocurría.
El primer batallón humano salió y fue rápidamente masacrado.
Dratser se mostraba impaciente, pero recordó lo que Kratus había ordenado.
En el campo de batalla, los hechiceros conjuraron sus bestias, haciendo uso de la licantropía pero Neuset y Ampurdán conservaron su forma humana, transformando en hielo y polvo a quién los acechara.
En el horizonte ensangrentado de este atardecer trágico, se veía una sombra que volaba hacia la batalla.
Un inmenso grifo tomó a Nix, sin que ella se inmutara.
—Ya era hora de tu llegada, qué a pasado Hiperión.
—Reina disculpa mi impotencia, Ampurdán y Neuset nos han traicionado.
Sin más en el campo se vio a Neuset transmutando en arpía y sujetando a Ampurdán para elevarlo.
Rápidamente Ampurdán miró a Náyax y dirigió a él un potente rayo. Kiev sin pensarlo saltó y con su vida pagó la deuda que había adquirido hace tantos inviernos.
En el seno de la torre, Triskel se dirigió a la ventana y al unísono con su padre y Neuset dijeron:
krovais domshe forum ,impeme croum talus set,
afir axentun prominis,cahir incrussam,
¡cahir imcrussam!
Sin más, del cielo llovieron por doquier rayos, dando una enorme descarga a todo aquel que tuviese los pies en el suelo mojado. Los elfos caían rendidos ante los impactos sus armaduras cargadas de acero para muchos fueron letales. Los hechiceros postrados no pudieron siquiera hacer un último conjuro. Los trasgos se quemaban rápidamente y el olor de la muerte se esparcía por los aires.
—¿Qué han hecho estos malditos humanos —se preguntaba Nix aún sujetada por las garras de Hiperión —…? Hiperión, ¿qué ha pasado?
—Amada reina, me disponía llamarle para avisarle que algo extraño ocurría con La Orden del Dolmen, pero antes de poder salir de la tienda, sucumbí a los conjuros de Ampurdán, y no pude liberarme hasta hace poco, de inmediato hice presencia. Imagino que al verme venir, no tuvieron más remedio que apurar sus pasos. No sé que ocurre realmente, pero no podemos confiar más en la Orden.
—¿Y en ti, Hiperión, —cuestionó vehementemente la reina—, tú eres parte de La Orden del Dolmen…?
—Ya no más —respondió Hiperión—, siempre estuve leal a tu padre y también me conservaré leal a ti.
— ¡Mira mis trasgos, mis amados hermanos trasgos! —decía Nix casi llorando, como una madre que ve morir a sus hijos. —En el campo de batalla las banshee no daban abasto. Pero se levantó Náyax, maltrecho y confundido por los rayos, levantó lentamente su arco y dirigió una saeta hacia Ampurdán.
—Deberías haberme matado —aseguró Náyax —, ahora yo postraré tu cuerpo, maldito traidor humano. —La batalla se detuvo por un instante. La flecha parecía detenerse en el aire y burlar rápidamente los obstáculos. Llegó, ante la mirada de todos, y perforó el costado derecho del mago. El conjuro perdió de inmediato la fuerza y los menos se levantaron.
“¡Malditos!”, gritaban los hechiceros, los elfos y los trasgos. De pronto Ampurdán y Neuset se transformaron en sus blancos.
Ambos heridos brutalmente, lograron llegar hasta la fortaleza gracias a un aura protectora que Triskel puso muy a tiempo sobre ellos.
Los hechiceros que aún vivían y trataron de seguir a los traidores, fueron desmembrados por los trasgos voladores.
Así con las fuerzas de los mágicos ampliamente debilitadas, Kratus preparó el golpe de gracia, mientras Hiperión regresaba a tierra firme.
—Dratser, es la hora de tus mascotas. Terminen de limpiar todo, sólo recuerda, Nix es mi trofeo, y no les es permitido lastimarla.
Ante la orden de Kratus Dratser se aprontó de nuevo a los establos donde retozaban ansiosos los dragones.
Dos instantes más tarde, Brondor ya asechaba en los aires, junto con treinta poderosos dragones.
Para los dragones era un juego sencillo, simplemente se lanzaban en picada y volaban bajo, mientras escupían ácido por su boca, las cuchillas puestas en sus alas partían en dos lo que tocaban.
Sólo Brondor y Dratser, escogían su presa, ambos querían a Hiperión y Náyax como trofeo.
El primer dragón cayó al recibir una flecha precisamente dirigida a su boca abierta. El calor de su hálito secó las cenizas húmedas de la flecha y explotó, matando a su jinete. De los adentros del dragón de nuevo surgían las aves llameantes, y un fuego provocado por un dragón no encontraría llovizna que lo apagase.
Triskel trató con todas sus fuerzas de fortalecer la lluvia, pero Hiperión fue más fuerte que ella.
—Si ese es tu máximo poder, niña ingenua —gritó Hiperión—, quiere decir que la sangre de tu padre se ha debilitado demasiado entre tus venas:
Afrostic curem set, amantum vita cornat,
dolce vortex dra lux, incandes lumen venit agora”.
Así, las nubes se despejaron de un solo soplo, y pareció a los ojos de todos que era una noche de verano, con cielo completamente calmo, sin ninguna brisa y con el calor aumentando.
—¡Genial! —le decía Nix desde lejos mientras sonreía (repito esto, sonreía, nunca lo hacía) —, ya era hora de que mostraras tus talentos Hiperión, vamos hay que acabar con esa alimañas, de una vez por todas.
Segundos más tarde cayeron seis dragones de golpe y luego otro y otro, fulminados por brazas de las aves legendarias. Nix se separó del grupo para buscar a Kratus. Hiperión desprendía relámpagos de sus manos haciendo que más y más dragones cayeran, de pronto, sintió un poderoso aliento a su espalda, Brondor esperaba a que se volteara. No acababa de girar Hiperión cuando Brondor ya lo tenía en sus fauces. Rápidamente el conjuro de Hiperión perdió fuerza y de nuevo las aves llameantes empezaron a apagarse.
—Hola de nuevo, viejo amigo —dijo el dragón—, tantas primaveras han pasado desde nuestro último encuentro.
—Sigue siendo el mismo fanfarrón —dijo Hiperión, con amplia dificultad, mientras las enormes fauces lo trituraban —, parece que no has envejecido, yo por mi parte estoy casi acabado…
—Vamos acábalo ya compañero —dijo Dratser., mientras el dragón presionaba con fuerza, sólo se podían escuchar el gemido lastimero del anciano.
—Paciencia, no has aprendido ese arte aún humano —respondió el dragón mientras sacudía a su presa —, él y yo tenemos un pendiente largo y desmedido, así a de ser su muerte.
—Aún te debo la vida de tus hijos, pero ellos buscaron su muerte, al poner en riesgo la vida de cientos de los aldeanos de mi pueblo. Yo les pedí que buscaran tu consejo y fuesen a descansar a los montes. Pero ellos querían carne humana entre sus dientes, sacrificios de vírgenes para ser condescendientes, su orgullo, no yo, los llevó a la muerte…
—¡Cállate maldito humano!, de no ser por las artes que posees sólo hubieses sido un manjar más entre sus dientes…
Los trasgos voladores hacían su mejor esfuerzo, pero se ocupaba una decena para hacer sucumbir a un dragón.
Las flechas de los elfos eran inútiles contra las corazas de las bestias.
Entre el tumulto y el desespero, Náyax se percató de lo que pasaba con Hiperión, y acudió en su ayuda.
“¡Disparen a los ojos!, hermanos elfos”. Gritó Náyax. Brondor y Dratser volvieron a ver el origen de la voz. Para cuando lo hicieron Náyax apuntaba con tres flechas al mismo tiempo y, antes de poder reaccionar, dos habían rasgado los ojos de Brondor y la otra se clavó en el hombro de Dratser.
Sólo se escuchó el grito lastimero de la bestia y se vio volar el cuerpo moribundo de Hiperión hacia un lado.
El dragón desesperado alzó vuelo escupiendo ácido sin saber a dónde.
Dratser cayó de espalda como desde treinta pies al suelo, quedando ahí, también maltrecho.
Con el camino despejado Náyax tomó a Hiperión y lo llevó a un sitio seguro y, de nuevo, volvió a la batalla.
En otro lugar, Nix iniciaba el ascenso por las escaleras que le llevarían a su ansiado encuentro con Kratus.
En la sala principal, Kratus la esperaba sentado, al fin medirían sus fuerzas.
Al llegar, Nix se quitó el casco, quería que Kratus recordara el rostro que le habría de quitar la vida y los ojos que lo dejarían loco al revelar sus miedos.
—Te estaba esperando —dijo Kratus poniéndose de pie. Ambos empezaron a caminar formando un círculo sin quitarse las miradas de encima.
—Y yo a ti te buscaba con impaciencia, ya dejaba de contar los escalones para hallarte ¡cobarde!, un buen general debería estar con sus tropas, no placidamente sentado mientras ellos son aniquilados.
—Tranquila, ten paciencia, la batalla aún no ha terminado…
—Que no ha terminado, los elfos y las aves de fuego acaban con tus dragones. Los hechiceros humanos aún están de nuestro lado. Haz perdido, o tu orgullo no te deja admitirlo…
—No preciosa reina, no hemos perdido. ¿Qué crees que ocurrirá cuando me vean bajar con tu cuerpo entre mis manos y mi hacha aún clavada en tu pecho? Los hechiceros cambiarán de bando, y como comprenderás tus trasgos voladores y los elfos, no serán más que una piedra que patearé con mi zapato. Eso si los dragones no los han matado.
—Tus dragones dices, porqué no miras con más detalle, huyen asustados, Brondor fue herido y sin su líder ya no sirven a nadie —por el horizonte se veían los dragones huyendo muchos con los cadáveres de sus jinetes aún colgando…
—¡No puede ser, cómo pudo ser!
—Ya tendrás tiempo en la tumba para meditarlo —dijo Nix mientras giraba velozmente su partesana y un frío aire cubría de sombras la sala—. Como sabes soy hija de Kelsut y por mis venas también corre sangre humana y el poder mágico que heredé. No soy como la traidora de Triskel, no soy débil y frágil, y jamás tendré compasión de ti, pero es mucho el dialogo, ya quiero oler tu sangre… —De pronto, se dio el primer golpe, la partesana de Nix, sin mayor esfuerzo que un giro, hizo caer el cuerno que Kratus llevaba, rasgando su armadura y abriendo su zanja en su piel de la cual brotó la sangre. Kratus se mostraba inmóvil, pero no de miedo, simplemente quería contemplar a plenitud el arma de Nix antes de tratar de atacar.
—Es impresionante —dijo—, excelente trabajo de herrería, jamás pensé conocer un arma capaz de rasgar mi armadura como el papel, creo entonces que no me debo atener a tus encantos de mujer, aunque esos ojos tuyos aún me gustan demasiado. Quizá cuando te aniquile, te arranque uno y me haga un hermoso medallón.
Sin más, Kratus elevó su colosal espada y su poderosa hacha y arremetió contra la reina.
La batalla fue dura para ambos, tal como la deseaban, se desprendían infinidad de chispas cuando las armas de Kratus golpeaban la partesana de Nix, hasta que por fin la partesana salió volando ante una poderosa estocada, clavándose en una silla, incrustando completamente su hoja en ella.
Nix trató de rodar para recuperarla, pero Kratus interrumpió su paso parándose frente a ella e invitándola a clavarse en su espada.
—Creo que es todo, preciosa reina de los trasgos. —Pero la reina sacó sus koda-shees, con gran velocidad.
—Crees que esos cuchillos tan cortos te servirán de algo contra mis armas, debes estar desesperada y temerosa, tanto como para sacarlos… —así se refirió Kratus a Nix, mientras reía a carcajadas… Entonces la reina empezó a reír con una risa infrahumana.
—No haz visto como están tus poderosas armas, incauto, por enfrentarse a mi partesana —Dicho esto Kratus miró su preciada espada de oro y su hacha de plata, forjadas por el mejor artesano humano que se había conocido, Widert. Ambas se encontraban completamente cuarteadas, la hoja de hacha hecha añicos y su espada casi a punto de quebrarse —…
—¿Qué ha pasado, maldita bruja, qué conjuro has hecho caer sobre mis armas?
—Ningún, embrujo, simplemente es lo que le pasa al metal cuando se enfrenta a los diamantes, o pensaste que estaban ahí simplemente por vanidad y adorno. ¡Estúpido!… —Con sus armas a punto del colapso, Kratus arrojó con gran fuerza su hacha contra Nix, pero ella, realizó un movimiento rápido con sus armas y al contener el hacha giró su espada, haciendo que el hacha se proyectara de nuevo hacia Kratus, cortándole brutalmente el hombro derecho.
—¡Ahora, quién es el desesperado!, arrogando sus armas imprudentemente —dijo Nix, y sin pensarlo le propinó patadas y golpes en la cara y la herida —…!
Cuando Kratus estuvo postrado, Nix arrojó la espada de Kratus a varios pasos. Rápidamente fue y recogió su partesana, no requirió de mucho esfuerzo, un simple movimiento le bastó para partir en dos la silla.
Dio la vuelta y miró a Kratus postrado, desangrándose, siendo que éste no era ya mayor amenaza, camino hacia él muy despacio mientras sus ojos se cruzaban. Empezó a dejar caer su armadura, quitando sensualmente los cierres, deslizándola despacio, pero sin perder la noción de la espada y el hacha ni dejar de mover su partesana. Continuo bailando delicadamente hasta hallarse con el torso semidesnudo frente a Kratus, sólo unas gasas oscuras le cubrían, ampliamente tentadora se mostraba su figura.
Caminaba, dejando que el bamboleo de su cuerpo despejara las sombras que cubrían el cuarto.
La luz de la luna hacia que su figura esplendorosa reluciera de una manera impresionante, si hubiésemos estado en ese cuarto, juro que nadie se acordaría de que existe la luna.
Así Nix se encontró frente a Kratus y le colocó su partesana en la garganta. Muy lentamente empezó a sentarse sobre él, gimiendo de una manera deliciosa. Tenía cuidado de que la partesana no presionara más de lo necesario, quería disfrutar ampliamente antes de matarlo.
Cuando su cuerpo estaba rozando el cuerpo de Kratus, observó que él ya no se atrevía a mirarla.
— ¿Por qué ya no me miras Kratus?, recuerdo que te jactabas de ser el único humano sin miedos, o acaso estar en esta posición te asusta más que cualquier cosa…?
Aún recuerdo la primera vez que te vi, hace ya once otoños, después de acabar con los humanos, tú me miraste fijamente a los ojos, con tanta ira, con tanto odio, más grande aún que el miedo.
Por eso te dejé vivir, me encantó saber que no todos eran cobardes, que existían humanos dignos de una batalla en la que no tuviese que usar algún visor en el yelmo para que no acabara tan rápido.
—Sí —dijo Kratus —, mirando directamente a los ojos a Nix, gracias por recordarme porqué te odio tanto.
—Vaya, alguien a recuperado el valor, o el odio.
—Sí, ahora comprendo el porqué me dejaste vivir, ante el cadáver de mi padre, mis hermanos, y por sobre todo de mi esposa.
—Ahora me arrepiento. Has hecho bastante daño, quizá si te hubiese rebajado y dejado que mis trasgos te comieran, hoy por hoy, ya habríamos vencido, no es así, Kratus, hijo de Widert.
Pero tu padre sembró su muerte y cuando el enano Courel me contó lo ocurrido, tuve que tomar parte en el asunto.
Tu padre fue un ladrón y sus parientes se enriquecieron vendiendo armas a cualquier imbécil. Eso debía ser frenado.
Pero tú, no podías dejarlo así verdad, e iniciaste una guerra contra los enanos.
Y a partir de ahí comenzó ésta que hoy acabará con muerte. Lástima, aún me sigues gustando.
¿Qué ocurrirá con tus tropas cuando me vean bajar las gradas y cruzar la puerta con tu cabeza en la mano?
Nix comenzó a presionar suavemente, para su partesana nada ofrecía suficiente resistencia.
De pronto, cuando ya la carne del cuello de Kratus se rasgaba, sin que ninguno de los dos se percatara, un murciélago se posó sobre la espada cuarteada a varios pasos de ellos.
Sonó un chasquido y Nix dejó caer su partesana, miró hacia abajo lentamente: por debajo de su pecho derecho, un resplandor áureo ensangrentado, sin mayor remedio cayó de lado.
Kratus se levantó violentamente y vio Triskel ante él parada.
—¡Maldita, me has robado el honor de matarla o de morir —dijo Kratus —!
—Creíste acaso que te iba a dejar morir —respondió Triskel —, no pienses eso por un segundo, además aun no ha muerto, el toque de gracia queda en tus manos.
Ahora, si quieres que guarde silencio de lo ocurrido y que tu honor sea salvado, has de desposarte conmigo, y hacerme tu reina. O quizá, también tú mueras, irremediablemente…
Kratus dio su palabra, y como todos saben él era honorable, dentro de los cánones humanos.
Así Kratus bajó con la reina Nix, por las escaleras.
Al llegar al sitio de la batalla, dejo caer su cuerpo como un costal de carne. Todos se detuvieron impresionados.
Así habló Kratus, poniendo su pie encima de la indefensa reina:
“He aquí a Nix, La Basilisco, la reina suprema de los trasgos, ultrajada y delirante a un corto paso de que las banshee la lleven al irremediable viaje. Los humanos somos humanos, más allá de hechiceros o guerreros, aquel que se nos una, será perdonado. Quiero ver a todos los guerreros muertos, que la sangre de los mágicos amanezca esparcida por los campos, pero Náyax, Hiperión y demás líderes, de ser posible, vivos y atados.”
Sin pensarlo mucho gran cantidad de los hechiceros, que habían sido protegidos durante la batalla, traicionaron. Rápidamente los órdenes se cambiaron, y las fuerzas de los mágicos fueron aniquiladas.
Cuando el sol rayaba en el campo de batalla no quedaban elfos vivos ni trasgos, a excepción de Náyax, su hijo, Hiperión y el cuerpo delirante de Nix que se negaba a morir. Los únicos mágicos de pie eran las hijas de Áine y porque éstas no podían ser vistas por humanos ordinarios. En la lucha Náyax quedó bastante maltrecho, todos estaban fuertemente atados con cadenas y la lengua de Hiperión había sido cortada.
Dratser se les acercó.
—Hola, ¿me recuerdas —dijo dirigiéndose a Náyax —…?
—No. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Dratser, el jinete de dragones, heriste en los ojos a mi amigo Brondor y me clavaste esta flecha que por poco sería mortal.
Además soy aquel joven de la comarca del naciente, al pie de la montaña de los dragones al que no quisiste ayudar, cuando su padre moría. ¿Aún no me recuerdas? —preguntaba mientras le sostenía rostro y clavaba la misma flecha que le había herido en su ojo, sacándoselo — ¡esto es por Brondor!.
Recuerdas cuanto te rogué, fueron dos horas corriendo a tu lado y tú simplemente apresuraste el paso de tu corcel ignorándome.
Fue hace doce veranos, dime que lo recuerdas, quiero saber que sabes quién será tu verdugo… ¡Dime! —Náyax guardó silencio. Cuando Dratser estaba apunto de comenzar con su otro ojo, el hijo de Náyax comenzó a hablar y Dratser no pudo hacer más que guardar silencio…
—Hace doce veranos, mi madre, su esposa, cargaba un jabalí herido, el peso del animal le hizo caer por un barranco y su cuerpo tuvo contacto con las espinas de un arbusto venenoso. Su sangre absorbió el veneno y de no ser por llamado de los pájaros no le hubiésemos encontrado a tiempo.
La única cura contra el veneno es la raíz de una extraña planta: el elitur, que crece únicamente en la cima de la montaña de los dragones.
El viaje de la ciudad de los elfos a las montañas dura tres días a galope y el antídoto debe ser aplicado a más tardar al segundo.
Sin importarle nada mi padre montó un caballo y fue como un bólido hasta allá, cuando logró llegar, mi madre acababa de morir no hacia más de unos minutos.
Quizá si no te hubiese escuchado, mi madre aún seguiría entre nosotros. ¿Tú en su lugar, qué elección habrías tomado?
—¡Esto lo has inventado —dijo incrédulo Dratser —…!
—Si no me crees, mira en su pecho lo que lleva, lo guardó ahí desde entonces.
Dratser, no podía vivir con la duda, metió su mano por la túnica de Náyax, y halló una raíz seca y ajada, la olió y, sí, era elitur. No tuvo el valor de continuar su venganza.
Así que, nauseabundo y aturdido, se dirigió al palacio a buscar quien le curara, aquella flecha certera y aquellas palabras le habían herido profundamente.
Tras tres lunas de confinamiento y persecución los supervivientes fueron expulsados ha Avallach, a través de una puerta abierta por Ampurdán y Neuset.
Hace seis mil veintitrés otoños, que llegaron nuestros ancestros a esta isla inhabitada, y poco a poco retomamos la belleza de nuevo, haciéndola benévola y abrigadora.
Por eso esta historia ha de contarse siempre, todos los otoños, para que nadie olvide como se fundó Avallach.
Con la hermandad entre los supervivientes de los que creyeron una justa causa. Y una tierra que para los estúpidos humanos era un castigo y todos la hemos hecho nuestra gloriosa casa…
Pero en fin, la luna se asoma sigilosa entre las nubes, ella tiene sueño y se cobija.
Alegren sus caras, es hora del sueño y nuestra amada tierra es buena cuna…

***********

Así terminé el relato, y las caras complacidas de todos me saludaron, incluso pude ver lo que parecía una sonrisa en un trasgo.
Todos buscamos refugio y cama, ya se aproximaba la mañana.

Avallach-04-La última historia de Otoño...

Amaneció en Avallach, mas nadie puso atención a las tareas o las condiciones del cielo, sólo se escuchaba el sonido desesperado de un cuerno que al parecer provenía del centro del pueblo. De pronto, de todos los rincones de Avallach, se escuchaban diversos sonidos que vislumbraban una gran asamblea de todos los entes del plano.
Me puse las botas con gran velocidad, me olvidé por completo de las cabras y tan rápido como pude corrí al centro del pueblo.
Trastabillando de camino en cuanta roca o rama me encontrara, si darme cuenta ya estaba a sus puertas.
La gran multitud llena de llanto y pena no permitía el paso, sin embargo, deslizándome lentamente entre ellos logré llegar frente.
Caí postrado de rodillas y me quedé sin habla por largos minutos.
Parecía como si no estuviese ahí, todos parecían un conjunto de malos sueños, que se movían lentamente y en círculos frenéticos.
De pronto la turba, abrió un espacio, y guardó silencio, yo seguí inamovible y mudo.
Al mirar a mis lados, me vi rodeado de personajes ajenos a La Comarca. A mi diestra el consejo de elfos, en mi espalda un séquito de enanos y un batallón de trasgos a mi izquierda. Ante todos el sonriente cuerpo de Claus, descansando rígido bajo el árbol, con unos trozos de papel en la mano.
Reaccioné al fin y busqué refugio entre los aldeanos. Todos estábamos sorprendidos. Sabíamos de la existencia de estos compañeros de mundo y pero nunca habíamos visto a ninguno, más que el elfo de la botica de la comarca, nuestro único referente eran las leyendas del recién fallecido. Las montañas eran demasiado abruptas para escalarlas y los enanos nunca bajaban. Los pantanos demasiado escabrosos como para no perderse en el miedo de las bestias o las arenas. El bosque demasiado denso como para atravesarlo.
Así, tras una reverencia de los elfos, todos nos inclinamos en honor al cadáver de Claus.
Con un traje blanco de luto, Neter, mi gran amigo y descendiente directo de Claus se aproximó, besó la frente de viejo, tomó los papeles para darle lectura.
—Calos —dijo asombrado —, estos papeles traen tu nombre…
—¿Qué? —grité asustado —, ¿Mi nombre? ¿Cómo puede ser?
—Anda —dijo un elfo anciano —, no niegues la última voluntad de Claus, si designó tu nombre él sabe por qué lo ha hecho, la sabiduría era su don más preciado…
Así, aún dando tumbos por el asombro, me dirigí con amplios resquemores al frente del gentío.
Tres paquetes numerados escritos con su propia letra, y leí el primero:

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“Es curioso disfrutar de la lluvia, es como si La Natura no diera su llanto y su sangre para purificar lo que toca. ¿Cuántas veces traté de explicárselos…? Espero que alguno haya entendido por lo menos una parte de todo lo que he hablado.
Quizá muchos se asombren del nombre que he antepuesto al paquete: Calos.
Pero desde la sombra de este olmo, no he visto a nadie que escuchase con más amor mis relatos, entre tantos y tantos que se han sentado a oírlos.
Sobre mí han pasado demasiados otoños y he perdido la cuenta de las lunas y los niños que me han oído y hoy son adultos firmes y fuertes e incluso muchos ya tienen nietos.
Con el transcurso del tiempo uno aprende tantas cosas, y sí, aprende a fuerza de golpe y desengaño.
Hemos traducido magias y experiencias, hemos hecho senderos que para otros serían impensables.
Pero hemos de morir, no hay más remedio.
Y, ante la muerte, se nos generan dudas, fundamentalmente si hemos hecho lo suficiente, si seremos simplemente un gramo de polvo que se llevará el aire sin que ha nadie le importe.
Espero que mis días lúcidos hayan sido portadores de recuerdos benévolos y dulces; y, que mis daños hayan sido los menos.
Recuerden que los tesoros más valiosos están en los adentros, y sólo los mundanos no ven más allá de su propio oro.
Como es normal ante la muerte un trata de repartir lo mejor que pueda sus pertenencias, lo poco que tengo que sea de quién lo necesite, a excepción mis libros que deseo sean de Calos. Neter administrará mis posesiones, dejándose lo que requiera y distribuyendo el resto.
Espero que mis restos puedan ser honrados en los jardines élficos, con un olmo hijo de éste que he escogido para ser mi cobijo como lecho postrero. Queda pues, a decisión del Consejo Élfico, brindarme ese honor.
Así me despido no sin implorar tres últimas peticiones. Primero, que Calos sea el que me suceda. Segundo, Neter se benévolo, humilde y respetuoso de esta dura primera última petición, asimismo queda a tu haber ser guía del pueblo con las artes que te he enseñado. Tercero, sean todos felices y prósperos y apliquen con amor las cosas simples que les he mostrado, nunca dejen de aprender y escuchar, sólo así se consigue la sabiduría.
En el segundo paquete está la historia que debe contarse hoy para honrar la costumbre de otoño.
En el tercer paquete una carta únicamente para Calos, de la cual a nadie ha de comentar salvo que lo considere extremamente necesario.
Ya mis ojos tienen nublados y mi garganta como casi siempre está reseca, así que es hora del descanso, mañana les contaré el resto, jóvenes muchachos. Que descansen y logren cumplir sus sueños…
Eso es todo…
Claus, El Viejo.”

XXXXXXXXXXXXXXXXXX

Guardé silencio mientras mis ojos lagrimosos buscaban a Neter, tuve que pasar la vista por todos antes de encontrarlos.
Sus ojos demostraban desconcierto, pero humildemente se acercó y abrazándome me dijo al oído: “ahora realmente eres mi única familia…”
Así los elfos enviaron una nota en la pata de un halcón a su ciudad para rápidamente hacer los preparativos fúnebres.
Junto con dos trasgos, dos elfos y dos enanos, Neter y yo preparamos el féretro para llevar el cuerpo hasta su última morada.
Partimos pronto, no sin antes cortar un fruto seco del olmo del centro del pueblo.
Así avanzó la caravana guiada por los elfos, por parajes nuevos para muchos ojos.
El bosque de los Kodamas no era restringido para nadie, mas muchos tenían miedo de adentrarse en la espesura y perderse irremediablemente.
La brisa soplaba dulcemente y los árboles susurraban con ella. Lastimosamente sólo los elfos entendían sus palabras.
Un poco aventurero y curioso, decidí preguntarle a alguien que decía.
—Disculpe anciano, podría decirme que ocurre, qué dicen los árboles…—De pronto, un joven elfo salto frente a mí, empujándome bruscamente.
—Que te pasa muchacho —dijo —, debes tener respeto para dirigirte al líder de nuestro pueblo, el maestro Ifrit no debe ser molestado por tu impertinencia. —Cabizbajo miré a aquel elfo viejo, tratando de mostrarle el respeto que merecía, pero él con su mano levantó mi cabeza y me miró dulcemente.
—Áluster —dijo Ifrit —, eres hijo de mi casa y sabes que eso es una muestra de soberbia, un alto error para cualquiera de nuestra estirpe.
Deberías pedirle perdón a tus padres y al joven presente, y más que eso, sin regateos encargarte de guiarlo por los bosques para que se sienta como en casa, no es culpa suya no conocer el lenguaje de los árboles, ni de los animales, enséñale y con eso tu error será saldado…
—Maestro Ifrit, discúlpeme —dijo el joven elfo —, he dejado de pensar por un segundo, aun estoy atónito de que un joven tan insipiente sea el heredero del gran Claus, El Viejo…
—¡Guarda silencio! —interrumpió el anciano —, yo conocí a Claus cuando era mucho menor que este joven y te puedo decir que era igual de impetuoso, además yo era a tu edad igual de celoso con mi maestro, pero los ciclos del sol y la amistad enseña infinidad de lecciones y quizá junto a él aprendas más de lo que pensabas. Ve y enséñale lo que deseé aprender y aprende lo que tú estés dispuesto a entender… —El joven asistió con la cabeza, mientras el viejo continuaba su viaje.
—Disculpa mi intromisión, mi nombre es Áluster, y seré tu guía por estos parajes. Tú eres Calos, según entiendo, el nuevo orador de la comarca. Es un gusto ser tu compañero hasta que termine el sepelio.
—No te preocupes —le dije —, sí, soy Calos, agradezco profundamente, y perdona mi imprudencia. Sólo era una duda: ¿Qué están diciendo los árboles?
—Es muy simple, dicen: “adiós gran amigo, que descanses profundamente hasta que seas un árbol…”
—Entiendo —dije —, por eso Claus, El Viejo, amaba tanto a los árboles, en eso deseaba convertirse al morir. Yo pensaba que los amaba porque eran generadores de sombra, descanso y alimento, además nos propician con sus aromas una enorme paz.
—Realmente todos pasamos a ser parte de La Natura al morir, volvemos al suelo poco a poco y de nosotros pueden nacer flores o espinos, depende mucho y, sobre todo, de la consciencia de este hecho. Muchos espacios de tumbas quedan baldíos, porque el muerto no sabe que puede florecer. Muchos cubren con rocas las fosas, haciendo imposible el acto vital de renacer, así la muerte llega sin darle opción a la vida. —Caminé en silencio por un rato meditando lo que Áluster me había dicho, sintiendo un cambio completo en su actitud, ahora se apasionaba por mi silencio, como esperando una nueva pregunta. Quizá por fin se había dado cuenta de algo que yo no sabía o simplemente mi comentario fue el correcto.
—Y, cómo entienden lo que dicen los árboles y los animales, a veces me gustaría saber que piensan las fieras cuando atacan o las presas cuando mueren, incluso las cabras que cuido con ahínco, para conseguir leche fresca en las mañanas, en especial la que siempre se esconde como jugando.
—Eso es un arte, simple y complicado, como tratar de expresar las palabras cuando la boca se queda muda.
—En esos casos yo pinto
—Oye, y ¿eres bueno?
—No lo sé, siempre he sido del criterio que nadie es malo haciendo lo que ama, eso me lo enseñó Claus. No se puede hacer siempre, se ocupa la paz total, y las imágenes llegan a la mente como si siempre estuviesen ahí escondidas, esperando que alguien las quiera ver.
—Perfecto —me dijo Áluster —, ya tienes la mitad del camino para escuchar a las otras especies. Lo fundamental es guardar silencio y escuchar con más que el oído, ellos están esperando ser escuchados, sólo necesitas la paz interior suficiente para quererlos escuchar. Es lo mismo escuchar el gallo cacarear cuando se acerca el alba, le gusta proclamar: “es tan esplendoroso el sol, cuando sale de las montañas de los enanos, impregna con tonos áureos las copas otoñales de los árboles. Los senderos de hojas secas parecen…
—… riachuelos amables —interrumpí — y los campos un inmenso océano, quizá por eso los enanos aman tanto la forja, es le poder del sol sobre los campos, transformado en la hazaña de un mazo y el inmortal fuego.”
—¿Oye, eso también te lo dijo Claus…?
—No, eso es lo mismo que pienso yo cada vez que escucho cantar al gallo. Es extraño, es como si, como sí… no sé como explicarlo… —Guardé silencio por un instante, y Áluster me miró fijamente a los ojos…
—Creo que te subestimé Calos —me dijo Áluster —, quizá tienes más madera de lo que piensas y más secretos de los que se te ocurren. En fin, recuerda que puedes preguntar lo que quieres, pero recuerda, la mayor parte de misterios debe descubrirlos uno mismo.
Simplemente le agradecí y opté por guardar silencio, quería probar suerte, buscar un poco de paz para tratar de escuchar por mí mismo lo que decían los árboles.
Pasaron horas en silencio, el viento seguía susurrando entre las ramas, poco a poco desligue las lenguas que escuchaba con frecuencia y me dejé llevar simplemente por el sonido del viento.
De pronto oí: “Mira, hermano abeto, ese joven quiere escucharnos, dice el roble que vive a tres mil pasos de aquí que viene guardando silencio desde hace mucho tiempo, ¿cuál será su nombre?”.
Sin pensarlo dos veces grité: “si abeto, qué joven más soñador, tratando de escuchar a los árboles hablar, más de tres mil pasos y sigue intentándolo, y me llamo Calos…”
De pronto todos guardaron silencio, imagino que muchos pensaron que estaba desvariando, pero todos los elfos se quedaron atónitos e incrédulos, sólo Ifrit me volvió a ver con unos ojos distintos, con unos ojos de felicidad y una sonrisa dulce entre su arrugado rostro.
Sin más, cuando caminaba, escuchaba hablar a mis congéneres y a los enanos, y muy frecuentemente otra lengua (que no sabía porqué conocía) golosamente decía: “adiós Calos, el oyente.”
Al fin, después de casi medio día de viaje, llegamos al altar preparado para el viejo Claus.
Los elfos le esperaban con cánticos en una lengua extraña y medio poética, pociones aromáticas y una hoguera ligera circundada con símbolos antiguos.
Colocado el féretro sin tapa en un agujero no mayor a cinco pies de profundidad, con las manos cada uno de los presentes tomó un puñado de tierra y fue tapando el agujero.
Una vez concluido el trance, ya cubierto el hoyo, Neter plantó aquel fruto que cortamos del olmo del centro del pueblo. Los elfos le entregaron un ánfora y una vez vertida sobre el suelo de la semilla, de inmediato, brotó un pequeño tallo.
Después de concluir el sepelio, Ifrit pidió la palabra.
—En estos momentos la luna posa en su cenit, es hora del descanso, mañana retornarán todos a sus vidas y la de Claus seguirá creciendo en espera de no ser olvidado. —Muchos se pusieron en pie presurosos, buscando abrigo en algún cúmulo de hojas.
—¡Alto! —Interrumpí, robándole la palabra a Ifrit, ocasionando miradas de repudio de muchos de los elfos —, hoy es la cuarta noche después de la segunda luna de otoño y para permitir que este tallo no marchite nunca, se ha de contar la historia la última historia de otoño, como todos los otoños hasta que el mismo Avallach olvide sus propio nombre. —Antes que me percatara, el mismo Ifrit tenía en sus manos el segundo paquete dejado por Claus.
—Es hora de la historia, y será la más grande desde hace siglos, todas las criaturas han de oír la última historia de este otoño, en voz de Calos, el nuevo orador de la comarca —argumentó Ifrit con voz jubilosa —Una vez dicho esto se acerco a mi oído para susurrarme: “realmente eres como el Claus de hace tanto tiempo, andantes de ser llamado: El Viejo. Antes aún de que aprendiera muchas de sus más preciadas artes”. Yo abrí el segundo sobre. Todas las criaturas se habían reunido y me miraban acuciosamente, los nervios me consumían por completo empecé entonces a leer en voz alta y temblorosa:

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Era la cuarto día dess pués de la seg uunda luna de otoño, cuaando la reina Nixx man dó a…—Guardé silencio y vi a todos horrorizados por lo desastroso del comienzo del relato. Yo no era Claus no podía leer sus palabras con la misma emoción con que él hablaba, tantas veces había escuchado esa historia y siempre supo cautivarme. Yo, sólo podía dormir a todos mientras me escuchaban leer las palabras de Claus. De pronto mi cuerpo sin pensarlo se agachó y dejó delicadamente el manuscrito de Claus sobre el suelo, respiré profundo, subí mi cabeza y sonreí, muchos pensaron que iba a desistir, sin embargo afine la voz y le di un sorbo al ánfora —…
Era el cuarto día después de la segunda luna de otoño, mucho antes del amanecer, cuando la reina Nix mandó a llamar de nuevo a todos sus generales.
Presurosos, todos finiquitaban los últimos preparativos para la gran batalla, pero en un instante estaban presentes: La Orden del Dolmen y Náyax.
Tras la reina se encontraban dos hadas con las alas mutiladas, recostadas y maltrechas, acostadas en la cama de la misma reina. Traían las últimas noticias: dentro de la fortaleza existía un arma secreta, algo que no conocían, pero no pudieron averiguar más, de haberlo hecho no hubiesen podido regresar.
Susurraban moribundas: “Parecen carruajes tirados por caballos, parece como, como si fuesen bestias brutales…”, vencidas por el sueño mortal ante la canción de cuna de las banshee las hadas cerraron sus ojos, para no despertar más.
—Inminentemente a llegado la hora —dijo Nix, mientras los presentes acertaban con la cabeza —, no sabemos que nos espera dentro de esas murallas, no sabemos si volveremos, pero sabemos que es mejor morir en la batalla que vivir vencidos, es hora de la última batalla hasta que alguno de los bandos yazca tendido. Es hora de la batalla, preparen a sus tropas. Mis hermanos trasgos irán al frente. Después los hechiceros se encargarán de los dragones y evitarán el impacto de las catapultas convocando fuertes vientos. Los elfos deberán debilitar los arqueros mientras los demás derribamos las puertas de la fortaleza. Una vez adentro, cada quién estará por su cuenta y respaldará al otro y a los suyos, sin mostrar diferencia, aún a costa de su vida.
No deseo ver a nadie suplicando por su vida, quiero ver guerreros que saben que cualquiera de nosotros sólo somos piezas de un mismo juego, y si dejamos en pie sus torres el próximo rey de los humanos, la reina de las criaturas de los hijos nocturnos o los hacedores del medicamentos y protectores de La Natura, no seremos más que un simple recuerdo.
¡Adelante, a la batalla!…

Avallach-03-Preludio de la última batalla

Amanecía de comarca olvidada por el mundo y los cielos se mostraban un poco violentos y oscuros, se acercaba a pasos colosales el indudable invierno y el fin del ciclo solar.
Hoy el sol no relucía como me gustaba verlo, se denotaba tímido escondido entre las nubes coléricas que vaticinaban una poderosa tormenta.
Así que me puse las botas y salí a hacer lo mío.
Hoy no deseaba pintar.
Al terminar mis labores de pastoreo, simplemente, me recosté a un árbol esperando la lluvia.
Es tan hermoso dejarse mojar por completo. Sentir que la lluvia purifica tu alma como un renovador de energías.
Y si te enfermas, acudes a la botica de Petord el elfo y él sabrá qué darte contra los males del cuerpo. Pero para los males del alma no tienen nada en la botica, y para mí la mejor cura es la lluvia.
A veces es bueno arriesgarse un poco para obtener la paz, no hay peor tortura para el alma que dejar las cosas a medias o simplemente no aventurarse a hacerlas.
Igual, eso fue lo que pensé antes de aventurarme a conquistar a una nereida, que pudorosa se fugó mar adentro y, este imbécil, se lanzó tras ella. Al verme lejano de la costa casi me ahogo simplemente por el pánico de estar tan lejos. Sin embargo, aún sigo entre los vivos, aunque a veces, despierto con aquel delicioso aroma a sal y brisa marina.
Empezaron a golpear los vientos y a caer la esperada llovizna, así pasé la tarde, remojándome como un arbusto más.
Al fin cesó la lluvia cuando se aprontó la noche y después de cambiar mis ropas corrí como gato juguetón al centro para escuchar de Claus el ansiado relato.
No acababa de llegar cuando, antes de poder encontrar un lugar para sentarme, me miró como diciendo: “¡Ya era hora muchacho!”. Apuró un trago de sabia de abedul, y empezó a narrar:

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Corría el otoño 4043 después de la augusta aparición del sol tras el tortuoso invierno de las incontables lunas, era marcada por la evolución imprevista de un ser lleno de codicia: el humano. El mundo se encontraba corroído por la avaricia y las formas bizarras de un nuevo ente guerrillerista, resumían sus ínfulas de poder sobre el plano espacio de las comarcas, arrasando los bosques y destruyendo las fuentes de agua limpia.
Si bien es cierto no todos son iguales a lo que describo, la vida había cambiado de tono. Las formas anteriores estaban extinguiéndose a pasos agigantados; todo se resumía al desastre de Courel quién, estúpidamente, había entregado el fuego y el poder del conocimiento a las manos de un animal de apariencia inofensiva, pero que aumentaba su destrucción a medida que aumentaba su ciencia.
Las artes antiguas de los hechiceros —aprendidas de los elfos y La Natura — se perdían. Las pociones de los elfos eran usadas para fortalecer ejércitos en lugar de curar enfermos. Los dragones fueron domesticados o convencidos de la alianza con los humanos, para las luchas aéreas y marítimas.
Un enorme caos se tendía en el mundo.
Así, una vez llegado en el punto de no retorno, la unión de los entes mágicos formó una alianza en pos de la reconquista del mundo.
La reina Nix, poderosa hechicera y maestra de la magia negra, titánica exponente de las artes oscuras y la fuerzas del abismo, guió las tropas de los mágicos.
Las tropas, compuestas fundamentalmente de duendes, trasgos, elfos y hadas, sumaron a sus filas un séquito de humanos, quienes, renunciando a las burlescas esencias humanas, se transformaron en poderosos magos y dueños de los elementos, poseedores de conjuros y la licantropía.
Así, Ampurdán llamó a los hechiceros, citando a La Orden del Dolmen a partir a la guerra contra sus congéneres.
Ampurdán, un hombre ya entrando en su invierno, juró lealtad a Nix dado que sus míticos ancestros recibieron el poder de los elementos de manos de los entes mágicos y “dioses antiguos” (entiéndase La Natura), por lo tanto entre la balanza de la humanidad y el poder, optó por el poder.
Considerado el más poderoso de los magos, no así el más sabio, poseía el control absoluto de la licantropía, el sismo y del trueno, nadie se atrevía a considerar siquiera contradecirle, sólo la reina Nix, dado que ella era la única capaz de desvanecer sus poderes, junto con él, para siempre.
Ampurdán era el líder de La Orden del Dolmen, formada por los descendientes de las primeras mezclas entre humanos y elfos —fundamentalmente en conocimientos —, poseedores de las esencias de la naturaleza y la capacidad de transmutar su cuerpo. Sus poderes variados le hacían un sólido batallón, desde aquel que podía vaticinar en el viento la llegada de la tormenta hasta quién podía convocarla; desde aquel podía guiar el augurio con favores de las estrellas, hasta el que podía derribarlas a placer del cielo. En fin una amplia gama de poder que usado adecuadamente cambiaría el resultado de la batalla.
Náyax, general electo de los elfos, al parecer el más bravo de los hijos de los kodamas, hijo de la fundadora de la compilación de magia élfica y de Shio, fundador de la primera escuela de arco. Por tanto, maestro en el arte del tiro y con bastos conocimientos sobre las pociones curativas. Médico y soldado, pero además, uno de los más respetados seres mágicos por su sabiduría y capacidad de comunicación con los animales.
Los duendes y las hadas particularmente en labores de exploración, trataron de mantener la armonía entre las diversas razas y guiar a la unión, pero siempre trabajando en pos de su causa: retomar el mundo para edificarlo nuevamente y dejar de esconderse en las cavas.
Los enanos no acudieron al llamado pero se comprometieron a brindar el armamento y vigilar los fuertes mágicos, centralizado en el “impenetrable” bosque de los Kodamas, dado que los árboles y las fieras cerraban el camino a cualquier guerrero que se aventurar y los aires eran custodiados por grifos y pegasos. Algunos los catalogaron de cobardes pero la misma Nix agradeció el gesto a sabiendas que la fuerza de los enanos sería más útil en la forja que en los campos de batalla y su pesada forma retrasaría a los pelotones en su marcha.
Y, por sobre todos Nix, hija misma de la noche, la descendiente de hechiceros raptada y criada por trasgos desde antes de su consciencia. Creció en los parajes sombríos y sórdidos, donde las risas surgían ante el dolor sentido, las lágrimas jamás fueron concebidas y las estrellas nunca vistas por la espesura de las negras nubes.
Pálida y de mirada profunda, tan profunda que nadie la miraba directamente a los ojos —en medio de ese fondo esmeralda, el que cruzara sus ojos se perdía, revelándole a la reina de las sombras sus más profundos miedos, y ella sin quererlo (en la hipnosis) lo reflejaba, dejando petrificados y locos, ocasionando un inminente paro de las funciones motoras, respiratorias y cardiacas a quién dentro de sí guardasen un temor conciso que pudiera ser imaginado… Contaban que sólo los elfos, Hiperión y un humano más habían logrado mirar sus ojos y no perderse en el intento, Es difícil encontrar en los humanos (hechicero o guerrero), alguien de corazón valiente que no le tema ni a la muerte, o simplemente tenga un corazón puro…
No obstante, sus ojos eran extremadamente bellos (al igual que peligrosos). Su tez blanca, con rasgos finos y delicados. Su cabello ondeante de rizos ligeros de color azabache caía por el frente hasta cubrirle los pechos. Piernas fuertes, recias columnas para sostener un templo. Espalda larga y lisa, como para naufragar en las noches de sueño.
Su figura en fin, suculenta y tentadora, un cuerpo de diosa oscura con una carnosa y delicada boca y corazón tétrico, no malvado, simplemente previsor y desconfiado. No obstante, siempre llevaba una túnica de pantera, con plumas de cuervo en los puños y una estola de crines de potros sombríos y una capa de ébano con perlas negras incrustadas, procurando que su forma humana fuese vista lo menos posible. En su mente ella era hechicera y trasgo y, para tales oficios, la belleza es simplemente un accesorio.
Así inició la guerra de los mágicos y los humanos.
Después de diez primaveras de encarnizadas batallas se presentó por fin la última muralla humana que no había sucumbido ante las hordas mágicas.
En el oeste fue cercada la batalla hasta sus últimas consecuencias, en las puertas del castillo Nepente, máximo fuerte de la resistencia humana, donde se atrincheraban los guerreros más poderosos y los conductores de dragones, asimismo legiones de soldados armados con redes de acero, tridentes y espadas de hierro, algunas amalgamas metálicas les daban gran variedad de armas y maneras de matar. El castillo se posaba imponente en la más alta de las montañas de Armórica, con tres atalayas en cada flanco, y una única entrada viable desde tierra: una colosal puerta de hierro y roble. Para llegar a dicha puerta se debía caminar por un desfiladero, posiblemente vigilado y entrampado.
En el frente del castillo, en las murallas, se mantenían cinco mil arqueros, amenazando cualquier avance de las tropas mágicas por mínimo que fuese. Además, setenta catapultas dentro de la fortaleza estaban preparadas para ser activadas, desplegando sobre sus blancos millones de lanzas, estrellas y hierros afilados, propiciando una matanza indescriptible a sólo una orden de Kratus.
Kratus, general de las tropas humanas, se servía de ser un hombre honorable (dentro de los cánones humanos), no era intimidado por ningún ser, así logró ganarse el respeto de sus tropas y guiarlas en la batalla. Era entonces un hombre joven, de veintisiete veranos, espalda ancha y fuertes brazos, capaz de sostener un hacha y una espada, para luchar simultáneamente con ambas de una manera que hacia temblar hasta a los más bravos guerreros.
En su cara blanca se reflejaba cierta soledad, el no tener a nadie a su lado, ni familia y ni amada y su aparente ausencia de miedo a la muerte, eran lo que lo hacían el guerrero más temible, a su vez mostraba una profunda amargura e ira contra los seres mágicos, lo que lo hacia el candidato perfecto para guiar las tropas al triunfo. Sin dolor por perder a un soldado en la batalla, sin temor de morir en la lucha, sin piedad ante los enemigos, sin piedad ante los caídos, sin oídos para llantos: ese era Kratus.
Kratus se ubicaba en la cima de la estructura, con el hacha en la espalda, la espada a la izquierda y en la derecha un cuerno de oro puro, que colgaba de su cuello, para llamar a la guerra.
En las alturas relampagueaba una enorme sombra, merodeaba el palacio protegiendo desde los aires con un violento batir de alas.
Dratser era el segundo al mando, portador del fuego aéreo, el mejor jinete de dragones, usualmente vigilaba en campamento de los mágicos para vislumbrar posibles movimientos y arrojando desde alturas infernales los cadáveres de los exploradores descubiertos. Cuando no, servía de vigía en castillo, fundamentalmente de noche, dada que la aguda visión y olfato de su bestia no se diezmaban ante la negrura y la bruma.
Pese a que su forma física dejaba mucho que desear, su enorme lazo y entendimiento con las bestias lo hacia el más acrobático y el más preciso, nadie entendía como dejaba caer a la bestia desde alturas inmensas sin que el monstruo forzara las amarras y lo dejara caer como un maniquí al suelo, dejando de él solamente harapos.
Campesino de nacimiento y jinete por elección, se enamoró del poder del vuelo cuando un dragón destruyó las cosechas de los asentamientos humanos, vio la impotencia humana contra la violencia y erradicación causada por los aéreos entes. Así, decidido subió a las montañas y capturó un dragón con sus encantos, no requirió de fuerza, simplemente tocó sus flautas, le vanaglorió e hizo al dragón su aliado. Le ofreció al dragón la potestad de la libertad y la violencia, un poco de sentido común, una vida sin caza mutua, sino una alianza para la conquista.
Brondor, así se llamaba su dragón, era oscuro con ojos de huracán violento, su color era un tono entre gris y negro, perfecto camuflaje entre la noche. Era delgado y largo comparado con otros, lo que le hacia más versátil en el vuelo y sus alas similares a las de un murciélago, con una envergadura de unos ciento diez pies, tenían la fuerza suficiente para enviar quince hombres a volar con la brisa de su aleteo.
Sus patas bien desarrolladas, lo hacían un poderoso guerrero. Capaz de impulsarse más de trescientos pasos de un salto y desgarrar árboles de un tajo con sus miembros delanteros. Portaba en su cabeza un casco de ópalo y platino, que usaba como ariete en las luchas cuerpo a cuerpo. Su cola engalanada de una armadura tenía la fuerza para derribar una muralla en tres golpes. Su aliento ácido lo hacia simplemente perfecto, pero sólo Dratser podía montarlo, guiarlo, pedirle o alimentarle (en los intentos fallidos los pajes atrevidos terminaban siendo sus mondadientes).
Brondor fue quién convenció a sus similares de la alianza, ofreciéndoles la libertad de la montaña y los aires perpetuos, alimento y adoración, una vez concluyeran las campañas.
Existía un tercer miembro a cargo, una dama, una hechicera que traicionó las hordas de mágicas para unirse a sus congéneres humanos…
Su nombre era Triskel, hija de la cuidad de Hallstatt y el hechicero druida .Ampurdán. Conocida como La Téne, por el uso de su experiencia en alquimia y magia druida en la construcción de armas, dueña y señora de la marca de Tara, símbolo del poder de los elementos de la noche y los murciélagos. La marca de Tara, una luna creciente y un escudo de león que se le anteponía, simbolizaba su control de la noche, el metal, los sueños y la batalla.
Triskel, era una mujer hermosa e inteligente, amante de las artes y las leyendas, poseía conocimientos radicales para vencer a los mágicos y adjudicarles el triunfo total a los humanos. Sus ojos miel llenos de misterio y su cabellera castaña por los hombros, la blancura de su piel y su sensual mirada, hacían que muchos de los hombres desearan conquistarla.
Sin embargo, resultaba una mujer fría y calculadora, estratega y decidida, formulaba conjuros para fortalecer las armas y perfumes para engalanar sus pieles. Vanidosa al fin, una hermosa druida entre mil bárbaros, pero ella sólo servía a su deseo de conquistar a Kratus.
Esa fue toda la información que conocían los mágicos de sus enemigos, después de decenas de espías y lunas de infiltración en las murallas.
Por su parte, el ejército de Nix, La reina Basilisco, no temía a los humanos, confiaba ciegamente en sus generales.
—Para que preocuparme por sus armas — decía, con su voz metálicamente armónica — si las nuestras son hechas por los mejores herreros, que sabe un humano que no sepa un enano a cerca del arte de forjar espadas, lanzas, armaduras y equipamientos.
Podrán tener un millón de arqueros, que diez de ellos no igualarán a uno solo de los elfos.
Quiero ver a sus dragones desplomarse ante los titánicos fuegos celestes y los huracanados vientos que conjuraran los hechiceros.
Ver sus tropas caer de sueño, ebrios de las esporas de las hadas o desgarrados por mis amados trasgos…—Así se reía la reina, con su voz metálica y cruda, encerrada en su capa de negrura, mas sus generales se mostraban un poco desconfiados…
—¡Oh, sabía reina de la penumbra! Son humanos —dijo una voz sumida en la penumbra de la tienda de Nix —, no debéis subestimar el poder, su ingenio y corazón. Yo soy humano, además de hechicero y sé el poder de esas facciones, no se puede despreciar el coraje y el empeño, si fuesen tan vulnerables no habrían causado tanto desastre. Propongo la cautela y el análisis, antes de enfrascarnos en una lucha que puede ser la última, la victoria o la derrota…
—Tranquilo —contestó Nix —, bien es sabida y temida la astucia humana, pero debemos comprender que somos los poseedores legítimos de estas tierras. Somos quienes la hemos manejado en armonía desde el inicio de los tiempos, pese a las rivalidades intrínsecas entre nuestros pueblos.
No te preocupes, Ampurdán, sabemos de lo que son capaces los humanos y por ello aniquilaremos su resistencia para recobrar la paz y la hermosura de nuestras tierras
—Pero reina —interrumpió Ampurdán —, ¿aún mantienes tu promesa de perdón para mi hija y la posibilidad de que nuestro pueblo guíe las hordas humanas…?
—¡Basta ya! —replicó La Basilisco, exasperada —, no ofendas mi palabra, porque os castigaré con ira. La reina Nix, no engaña ni defrauda su palabra, anda y cubre tu flanco y deja de pensar como humano y piensa en las generaciones que recordarán tu nombre, como el hombre que guió a los hechiceros para redireccionar el orden…
Sin más aspaviento Ampurdán se dirigió al flanco central, donde se encontraban los hechiceros. Convocó a los líderes de La Orden del Dolmen, Hiperión (ahora un gran maestro) y Neuset, ambos hechiceros poderosos y poseedores del respeto de los entes mágicos. Les ordenó preparar las legiones a la orden de Nix, de estar atentos para la última batalla y para el triunfo a cualquier costo, indicó que los generales ya tenían sus órdenes. Transformó su cuerpo en libélula emprendió vuelo hacia el castillo Nepente, y en la espesura de la noche se perdió.
—¿A dónde va Ampurdán? —cuestionó Hiperión, afirmando iría a decirle a Nix esta extraña actitud.
—No seas ingenuo, —interrumpió Neuset— siempre parte en la noche para ver los movimientos de los enemigos y redefinir estrategia, qué dragón podría atacar una libélula, qué flecha acertar o que humano atacar… además siempre parte a ver a su hija desde lejos y velar por su bienestar
No muy convencido, Hiperión bajó la guardia y dejó pasar la acción, imaginando que el amor de padre podría llamar a Ampurdán a satisfacer sus pesares pareciendo ausente.
Náyax, preparaba sus tropas, engordando los arcos y bendiciéndolos con ensalmos de sabia de robles y brecina. Dentro de la ceremonia se amarraban plumas de azor en los extremos de la cuerda para que su audacia y precisión les guiara en la batalla.
Una vez concluida la ceremonia, Náyax habló a sus tropas:
—Hermanas y hermanos míos, árboles y aves, insectos y alimañas, estamos aún en los tiempos del inicio. Estamos presentes como un fiel batallón de hormigas laboriosas y ordenadas, formando castillos con el polvo sin hacer más que lo necesario para sobrevivir.
Aprendimos hace siglos a subsistir sin más que lo necesario, valientes y sabios maestros fueron los Kodamas.
Pero al igual que algunas hierbas deben ser recortadas para que no arruinen las cosechas o simplemente llevadas a tierras donde no puedan hacer daño a sus hermanas, así nosotros y nosotras, deberemos podar el mundo un poco, para que La Natura conserve su belleza y curso.
Hemos protegido la vida como se protege la propia, y a La Natura como a la madre que nos alimenta. Pronto deberemos alejar a un depredador que no tiene mayor sed que la codicia, y quizá debemos aniquilar su especie para salvar a todas las demás, o quizá podamos transplantar alguno para enseñarles a ser más animalmente coherentes.
No nos es permitido vacilar o compadecernos, es el momento de luchar para salvar el orden que ha existido.
Una vez tuve que cazar un ciervo para alimentar un tigre herido por las lanzas humanas, quizá muchos humanos piensen que debió morir de hambre pero nosotros sabemos que la caza es un recurso natural y equilibrado, no un deporte para demostrar superioridad de clase.
Ahora este tigre me acompaña como un fiel compañero de batalla, un abrigo en las noches frías y velando en mis noches de delirio. —A su lado apareció de pronto Kiev, un poderoso tigre blanco de nueve pies sin contar su cola, quien gruño poderosamente haciendo huir a las aves de los árboles. —Tranquilo hermano mío, la batalla aún no comienza, pero debemos prepararnos a la orden de Nix.
—Pero Nix, La reina Basilisco, también es humana —murmuró una voz entre el tumulto —, como confiar en ella.
—Tranquilícense todos, —grito Náyax —, si bien Nix es humana, es hija de Kelsut, un humano que obtuvo los favores de nuestros ancestros por su honor y carácter, jamás uso su poder para beneficio propio ni trató de defraudar su palabra.
Nix, es la hija de Kelsut, criada por trasgos, la única que logró controlar a los trasgos y la que hoy los pone en la causa común por la recuperación del mundo de la magia, imponer el orden antiguo y restaurar los flujos naturales, la cual es nuestra misión desde que nos adoptaron los Kodamas.
Igual que el escorpión, por más que suplique seguirá siendo escorpión, ella es humana, pero pese a ser un ser oscuro es un ser de palabra y todo lo que desea volver las cosas a su cause, sus influencia no nos deben importar, sino librar la batalla con honor y fuerza para limpiar La Natura. —Entre las gasas de sombra se aproximó Nix, quien escuchaba desde la penumbra la proclama de Náyax.
—Vaya, veo que tus elfos desconfían de mí —dijo Nix —, aun no comprenden que mis trasgos están en sus filas y han muerto miles en estos otoños de lucha y que nunca he traicionado, muchas veces en la lucha mis trasgos con sus filias de muerte han diezmado sus instintos para salvarles la vida. No pido más que su confianza y su sabiduría para ésta, la que puede ser la última batalla. —Dándole la espalda a las bases del ejército élfico, se dirigió a Náyax, viéndole a los ojos directamente:
—Náyax, has dirigido tus tropas con el honor que caracteriza a los mágicos, y te confío el desenlace la batalla. Sólo una instrucción, Kratus es mi presa, queda prohibido tocarle o hacerle daño.
Así la reina acarició la cabeza de Kiev, quien ronroneaba dulcemente con sus caricias, ella se desvaneció en la penumbra, como había llegado.
Vaya, parece que se me fue la mano con el relato, veo ya tres cabezas vencidas por el sueño, la reina Nix ya les hubiese empalado…
¡Ja…!, bueno es hora del descanso, mañana les contaré el resto, jóvenes muchachos. Que descansen y logren conciliar el sueño…

***********

Así terminó su relato y con dificultades, apoyándose en su bordón, se levantó y se despidió.
Vi venir a Neter, uno de mis mejores amigos.
—¿Qué te ha pasado? —me dijo —, parece que Claus te estaba esperando para iniciar, ha apurado tres ánforas, según él porque sentía seca la garganta, pero te vio, sonrió y empezó…
—No creo —le dije —, ha de ser que con su edad igual que requiere de un bastón, ocupaba un poco de tiempo para afilar la garganta y la memoria. Vamos a casa que la noche asecha en las sombras y las sombras siguen siendo sombras…
Así me dirigí a casa, como todas las noches a partir de la segunda luna de otoño, desde que tengo memoria, hace ya veinte ciclos solares, que acudo a ver al viejo Claus, claro que no siempre fue así de viejo.
Pero tuve que confesarle a mis adentros que fue un gran honor para mí su mirada y su sonrisa, aunque esperaba que nadie hubiese notado…

Avallach-02-El inicio de la Era de la Luz

Apenas rayaba el sol cuando desperté. Me puse las botas y fui a lavarme la cara.
A veces es tan esplendoroso el sol, cuando sale de las montañas de los enanos. Impregna con tonos áureos las copas otoñales de los árboles. Los senderos de hojas secas parecen riachuelos amables y los campos un inmenso océano, quizá por eso los enanos aman tanto la forja: es el poder del sol sobre los campos, transformado en la hazaña de un mazo y el inmortal fuego.
Fui a buscar mi rebaño al final de los campos, como siempre una cabra en particular da problemas, escondiéndose en los arbustos como jugando.
Después de las tareas de pastoreo, tomé mi lienzo y empecé a divagar.
Es hermoso, no sé, encontrar un rostro desconocido y dibujarlo como si lo amaramos más que a nada en este reino. Siempre tratando de poner en los ojos algo de misterio y pasión., tratando que el primero pesara más. Después dibujar la boca como reflejos carmesí u oscuros, pero siempre a medio ímpetu siente uno la necesidad de más colores que den vida a lo que parece llano.
Así salí a buscar algunos pigmentos, carmesí oscuro para los labios y un marrón particular para los ojos.
Camino al pueblo encontré descanso en una roca y preferí dejar morir la tarde frente a mí.
Los ponientes en La Comarca se trasponen en el mar de las Nereidas, es impresionante ver morir el sol entre los arrecifes, esa alta muralla de rocas inexorable, es simplemente fantástico. Creo que sólo los relatos de Claus, El Viejo, son más mágicos.
“¡Cierto, debo apresurarme ya ha de estar por iniciar su relato…!”, pensé con sobresalto.
Corrí presuroso hacia el centro del pueblo y como todas las noches a partir de la segunda luna de otoño estaba bajo aquel olmo anciano de robusta enramada.
No fue larga la espera. Todos los habitantes de La Comarca estuvieron sentados, dispuestos a escuchar el relato y, de inmediato, después de darle un sorbo al ánfora de su diestra, comenzó a contar:

***********
Cuando el mundo se halló conformado, los seres que le ocupaban iniciaron sus vidas de manera diferente, cada quién escogió su camino y senda de vida.
Las hadas y los duendes hicieron suyos los campos, refugiándose en cavas y agujeros en los árboles.
Los elfos, promovieron un sistema social en el cual podían expresarse con libertad, su nación no tenía fronteras. La comuna se encargaba de todo y todos tenían una función en su comuna. No obstante, siempre se respetaban las individualidades.
Los elfos son similares a los humanos, pero más perfeccionado, altos y robustos, sin embargo no musculosos. Para ellos es más importante la sabiduría que la fuerza, en promedio pueden medir unos siete pies de alto con una espalda de no más de dos. Brazos largos y fuertes, capaces de lanzar una flecha con sus arcos a más de mil pasos sin fallar. Su mirada es aguda y sincera. Son sabios porqué se dieron tiempo de aprender y enseñar. Su cabello al nacer es casi blanco, conforme crecen y envejecen se empieza a notar oscuro.
La belleza personal no les importa, pero La Natura les premia con ella, sin que a ellos les enorgullezca vanamente. En mis tiempos mozos recuerdo a las elfas hermosas de los campos de las hadas.
Sino miren a Petord el elfo que vive acá en La Comarca —todos los ojos se dirigieron al bien parecido Petord, mientras éste (un poco tímido) se hacia como sí no fuese con él. Petord aparentaba unos treinta veranos, mas así lo recordaba desde que tengo memoria. Alto y bien parecido. De piel alba y ojos grises profundos. Cabello grisáceo y largo a media espalda, en rizos suaves y delicados. Manos largas y dedos finos, como de aquellas jóvenes que cuidan su piel con aceites de la botica, para mantenerla lozana y juvenil. En fin la envidia de muchos aldeanos —: ¿cuántas de nuestras jóvenes más impetuosas han deseado sus favores desde tiempos inmemoriales…? ¡Umm, Umm!
Regidos por un comité de ancianos quienes con sabiduría guiaban a su pueblo, presidían las asambleas élficas donde se exponían las preocupaciones y mejoras propuestas. Ellos eran quienes guiaban las conversaciones y las discusiones pero su voto era igual al de cualquier elfo.
Su imperio se extendió con rapidez y grandes bellezas surgieron de él, monumentos impresionantes y métodos de cultivo en equilibrio con las demás especies.
Haciéndose expertos en botánica iniciaron a descubrir la medicina. Además tenían, por fortuna, la habilidad de comunicarse con las demás especies, ellas muchas veces les enseñaban sus instintivos secretos curativos.
En el seno del bosque de los Kodamas sentaron su reino. Un majestuoso palacio incrustado en una montaña de caliza y mármol, con varios jardines labrados con los conocimientos de uso del agua y el viento, esculturas de ballenas y barcos entre otros, rodeados por pinos, sabinas, laricios y enebros.
A los pies del castillo se imponía el bosque. Decorado por un poderoso río, en el cual solían bañarse las hadas y las ninfas.
El clima frío y templado, les permitía hacer sus tareas sin descanso, y conocer los extremos naturales sin moverse mucho. Sin embargo, viajeros iban y venían a por medicinas para pueblos lejanos o trayendo noticias de los acontecimientos del mundo conocido. Así pasaban los días los elfos, explorando las fronteras de La Natura para beneficio de todos, médicos del mundo y defensores de los equilibrios existenciales.
Requerían de la caza según las necesidades básicas, respetando por sobre todo el entorno y las fechas de apareamiento de las presas, así mantenían el equilibrio, no obstante eran más vegetarianos que carnívoros.
Así vivían los elfos, prósperos y sabios, amantes de entorno natural y por sobre todo con el deber acérrimo de proteger, aún a costa de sus vidas, La Natura.
Hacia el borde frío se encontraban las montañas escabrosas donde vivían los trasgos, en las tierras altas de Árdeal conciliaban sus fuerzas, con un modo de vida violento y desvergonzado, basaban su existencia en el hurto a los humanos y la caza desmedida.
En múltiples ocasiones se topaban con los elfos en sus matanzas y estos con la ayuda de su conocimiento sobre La Natura fácilmente burlaban a los trasgos y remediaban sus desastres.
Los trasgos eran la especie más repudiada del reino y sólo las hijas de Áine, las banshee, seguían sus pasos sin ser molestadas, para velar el viaje final de las víctimas de los trasgos y hacer sonar sus llantos por las almas prófugas.
Jamás demostraron ni un poco de compasión ante sus víctimas, salvo la vez que irrumpieron en un pequeño poblado de humanos dirigidos por un poderoso hechicero llamado Kelsut, un hombre ya entrado en inviernos pero reconocido como el mejor maestro y más poderoso hechicero humano.
Entraron pues los trasgos simplemente a robar las reses que los humanos cuidaban en sus parcelas, tras la intromisión de los seres, los humanos salieron a defender la posesión de sus animales.
Al frente de todos iba Kelsut, quién conjuro a los vientos para elevarán a los monstruos, cientos de ellos volaron por los aires no obstante, en segundos, infinitud de trasgos rodearon el pueblo, Kelsut solo no podía como todos y sus aprendices asustados no podían, no sabían que hacer, al final tras la deserción de muchos, incluso de su mejor aprendiz, sólo estaban en pie de lucha él y su joven discípulo Hiperión, ambos procuraron la retirada para buscar un refugio seguro.
Así llegaron al a casa de Kelsut, donde se posaba su recién nacida hija Nix, al verse acorralados por los seres, Kelsut lanzó su ultimo conjuro con el cual encerró en una esfera de luz a Nix, para que los trasgos no tocarán a su hija y le dio orden a Hiperión de transmutar en ave y alejarse de ahí.
Hiperión se negó a obedecer, pero Kelsut recalcó:
—Hiperión, quizá no seas mi discípulo más fuerte pero eres sabio, honorable y leal, eres como un hijo más y si por mí fuese serías el hechicero digno de sucederme en la formación de hechiceros, mas mis fuerzas flaquean por la batalla y vejez, sólo pude salvar a mi hija y a ti te ordeno te salves por tu cuenta. Deja que mi cuerpo descanse en mi casa y prepárate para futuro como un buen líder, en tus manos quedará sin que lo notes las sendas del futuro de la estirpe y las ciencias ocultas que hemos aprendido con el paso de tantos siglos de barbarismo y lucha. El don que te dejo es el saber y el deber que te ordeno es sobrevivir y tu código de honor te impide desobedecer a tu maestro, anda, no hay tiempo, debemos dejar que el destino concluya los círculos…
Así, con lágrimas en los ojos, Hiperión formuló a la perfección el conjuro que su maestro le había enseñado, transmutó lentamente en ave hasta definirse totalmente en un halcón, velozmente alzó el vuelo y se mantuvo cerca, sobrevolando la casa de su maestro para ver lo que ocurría.
Rápidamente los trasgos encontraron la casa de Kelsut y la destruyeron por completo, al hallar a Kelsut desmembraron su cuerpo simplemente el por el placer de hacerlo.
—¿Maestro, qué hemos hecho —pensaba Hiperión —, por qué no me permitiste salvar tu vida o morir por ello?
¿Por qué transmutar en un halcón, puede transformarme en un grifo y salvarte a ti y a tu hija?
¿Cuánto tiempo durará el conjuro que protege a Nix, antes que los trasgos corrompan su carne y destruyan su alma…?
De pronto los trasgos llegaron hasta Nix, con sólo verla los trasgos caían muertos, decenas tras decenas trataron de matarla pero no pudieron. Así que tomaron su cuna y se la llevaron a sus tierras.
Con los inviernos Hiperión seguía visitando los altos acantilados de Árdeal para ver a la infanta que se hizo niña y después mujer, y sin denotar el paso del tiempo la reina de los trasgos.
Gracias a los poderes ocultos de Nix los trasgos empezaron a temerles a los humanos y jamás volvieron a atacarles. Simplemente cazaban en los campos abiertos y en honor a la reina Nix levantaron un palacio, tétrico y escabroso, en la cima de Árdeal.
En el otro extremo, siguiendo de la ruta hacia el poniente, buscando los picos y montañas, vivían los enanos, amos de los conocimientos de la herrería, pequeños y lentos pero extremadamente fuertes.
En el seno de las montañas con sus inviernos crudos y prolongados y veranos cortos, ubicaban sus grutas de excavación, de las cuales obtenían metales preciados para sus trabajos.
Al pie de la montañas sus bazares, a veces improvisados y sucios, formando un gran mercado con locales distanciados incluso por días de peligros y fieras.
Entre las cumbres y las faldas, se ubicaba la ciudad oculta en que habitaban, a la cual sólo se le permitía la entrada a los elfos, para hacer entrega de medicamentos y hacer visitas a los enfermos.
Pasaron siglos para que la necesidad de los enanos les obligara a abrirle las puertas a los elfos, y más que amistad se transformó la relación en simple mutualismo, con la condición de que los elfos jamás deberían hablar de sus tesoros o su arte de forja.
Su tosca apariencia y su mal genio, hacia que los otros seres mágicos y los humanos les miraran con un poco de desprecio, pero su laborioso ingenio y su honor férreo eran admirados por todos.
Así los elfos, los hechiceros y los humanos requerían frecuentemente de sus obras y estos trataban de sacar el mejor provecho en los trueques.
—Veinte pieles de oso, por una espada…
— ¿Y como pretendes que desolle a un oso sin una espada…?
—Ese no es mi problema —respondía el enano —, tú eres quien quiere la espada, humano, yo quiero las pieles, me parece un trato justo: y si a ti no, busca quien te la haga…
Esos enanos eran un verdadero acertijo, siempre ponían sus intereses antes de los pedidos de los demás, pero siendo un poco avaros, dado que podían tener diez espadas listas, mas nunca aceptaban regateos a sus exigencias.
Esto también les generaba muchos enemigos, pero ellos no le temían sino a las fieras que frecuentemente se merendaban a sus colegas.
Extrañamente ningún humano jamás había conseguido el favor de los enanos, hasta aquel día…
Una mañana del verano 4027 después del invierno de las incontables lunas, con una temperatura insoladora, caminaba Courel un joven y prominente enano por las tierras de su padre, iniciaba el ascenso que para un elfo o humano sería normal, mas para los enanos era agotador y cansío. Al ascenso se debía sumar la carga: las espadas, lanzas y utensilios que cargaba en una bolsa en su espalda.
De pronto, entre las formas sombreadas de la montaña, un grifo de más de diez pies de cuerpo y veintidós de envergadura, rápidamente atacó al enano acorralando contra las rocas, sus largas garras sujetaban sus brazos.
En la premura del escape su bolsa había rodado cuesta abajo, dejando por doquier aquello que podía ser su última esperanza.
“Ha llegado mi tiempo”, pensaba en enano al verse completamente acorralado y preparándose a escuchar la voz de las banshee que ya veía a su diestra.
De pronto, un joven humano apareció de entre la maleza. Con un tronco desafió a la bestia y asestó un golpe sólido en su costado, haciendo que la fiera soltara a su presa.
Tras el primer golpe de las garras del grifo el humano rodó hasta ser detenido por un árbol.
La fiera dejó al enano y vio como nuevo objetivo al humano y segundos antes de ser dado el golpe final, el humano levantó presuroso una espada y, de un tajo, decapitó a la bestia.
Así, tras superar el terror vivido, y ver al humano maltrecho, Courel tomó al humano en hombros y los llevó a su casa.
Las puertas de la fortaleza se abrieron con recelo, nunca antes un humano había conseguido un favor de los enanos y sin más cruzaban las acorazadas puertas de su santuario.
Una vez el humano recuperó la consciencia, se encontró en una cama limpia en una habitación pequeña y decorada con láminas de color áureo y diminutas piedras resplandecientes.
Se levanto y trató de saber donde estaba, al cruzar la puerta de la recámara vio a aquel enano merendándose un jabalí.
—¿Donde estoy, —exclamó — hemos muerto en la batalla con la bestia?
—Para nada grandullón, haz dado un golpe de lujo con la espada, y mataste a la fiera antes de que esta lo hiciera contigo. Me has salvado de la muerte y yo te he traído a mi casa. ¿Gustas comer?
—Pensé que había muerto nunca había visto paredes que brillaran como el sol ni piedras como estrellas.
—Las paredes tienen láminas de un metal que llamamos oro, es hermoso verdad; y las estrellas que veías son simplemente diamantes… —En medio de un silencio lúgubre se sentó a la vez y devoró una pierna entera. …
—Vaya que tienes apetito humano —dijo Courel, en tono sarcástico —, imagino que tienes nombre es una costumbre de estos tiempos…
—Si señor, me llamo Widert, hijo de Deothor.
—Bien, Widert hijo de Deothor, como puedo agradecer el salvar mi vida, aparte del honor de ser el primero de tu raza que cruza las puertas la ciudad amurallada de los enanos.
— ¿Ésta es la ciudad?, yo pensé que era un mito. Siglos han pasado nuestros pueblos buscando una ruta para comerciar con ustedes fuera de sus bazares. Como sabes son pocas las cosas que nos intercambian nos hacen imposible el tener armas. ¿Y cuál es tu nombre?
—Mi nombre es Courel. Y sí, es política de los enanos sólo dar armas a aquel que pueda usarlas con honor, y tu raza no nos inspira el más mínimo…
Hacemos las espadas para protegernos de los trasgos y los grifos, no tenemos problemas con nadie más. Los elfos pueden llevar sus arcos o pedirnos espadas, porque son elfos y su naturaleza es pura, jamás la usarían en nuestra contra.
Mas ustedes son una especie extraña, no nos arriesgaríamos a confiar en ustedes, tienen sed de sangre y poder, son algo bizarro a nuestros ojos —concluyó Courel.
—Me ofendes, dime Courel: ¿no demostré acaso mi valentía al luchar con un tronco contra el grifo que te hostigaba?, ¿acaso no soy digno de tu confianza?
A nosotros nos acosan al igual que ustedes los trasgos y las fieras, de no ser por los hechiceros que aprendieron las artes de la naturaleza y los elfos, estaríamos completamente desprotegidos.
En fin sólo se me ocurre una ayuda que tú podrías darme, enséñame las bases de tus artes de forja, para poder dejar de depender del poder de los hechiceros…
—Ves, ese es uno de sus mayores errores tratan a La Natura como si fuese una cosa: la naturaleza, en sí su significado es el mismo, pero no es lo mismo que yo te diga muchacho a que llame por tu nombre. Además, es demasiado lo que me pides —replicó Courel —, pero mi honor me impide hacer otra cosa que no sea saldar mi deuda. Tienes ocho lunas para aprender, no se permite preguntar solo ver.
Así pasaron las ocho lunas llenas, en la casa de Courel se hospedó Widert aprendiendo la forja.
Transcurrido el tiempo Courel le llevó con los ojos vendados hacia el punto donde se habían visto por primera vez y le dejó partir. Antes de irse le ofrendó su mejor espada, aquella con la que había decapitado al grifo.
Al llegar a su casa, Courel esperaba haber hecho lo correcto, pero inmediatamente se dio cuenta del gran error cometido.
Entró a la habitación donde estuvo Widert desde su despertar y observó que faltaban dos láminas de oro de las paredes y decenas de brillantes, junto con un mazo y una pinza para sostener el hierro, su afiladora de cuero y un par de guantes. Sabiendo quién se las había llevado, prefirió guardar silencio…
Los humanos vivían diseminados por casi todas las tierras. No existía un clima suficientemente crudo para impedirles morar en él.
Guiados por hechiceros, se formaban comarcas inmensas, pero al regreso de Widert a casa de su padre Deothor, se cambiaron los órdenes existentes. Ahora los humanos conocían las artes del la forja, y dividiéronse entonces en dos elites diversas, por un lado las estirpes de los magos y por otra las hordas de los guerreros. Así surgió La Orden del Dolmen y las comunas humanas.
La principal comunidad humana se irguió en los Armórica, pero esa es otra historia, pues bien jóvenes ya es hora de que parta. Mañana les contaré otra historia, pero estos viejos huesos ocupan descanso…

Avallach-01-El orden antiguo

Anochecía en Avallach y todos acudíamos a la fogata en el centro del pueblo, era hora de escuchar los relatos del anciano Claus, una tradición en la temporada de reflexión.
Así empezó Claus, El Viejo su relato como todos otoños de todos los ciclos solares:

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Corría el vigésimo primer siglo del reinado de las sombras. Todo se encontraba sumido en penumbra y oscuridad absoluta.
De pronto, un sonido metálico, recorrió el vacío existente, desprendiendo poco a poco, algunas argamasas de polvo y formando una infinidad de grismas flotando en el aire.
Después, un resplandor quebrantó las sombras haciendo que de un gramo de polvo surgiera un hada. Una criatura diminuta no mayor a tres palmos, con alas coloridas a medias tintas, pues aún la oscuridad reinaba. Pero se comprometió el hada, al ver con dificultad el color de sus alas, que procuraría teñir el mundo de colores diversos, fríos y cálidos, para que la vista reconociera la magia y amara su esplendor, por más lejano.
Luego de un sepulcral silencio, de nuevo otro sonido, de una ligera explosión: un trozo de tierra con un árbol. De sus ramas bajo una criatura blanca, con dos ojos negros y profundos, del mismo tamaño del hada. Y, sintiéndose cobijado por las hojas, prometió plantar millares para que desde todo lugar se denotara ese color vibrante y fresco, que apenas lograba distinguir entre el polvo. Se llamó a sí mismo Kodama.
Poco a poco los sonidos se hacían más cercanos y frecuentes, un sonido refrescante recorrió toda la sombra, y de pronto, había un océano. De este saltaron las briosas nereidas quienes, vanidosas, decoraron los fondos con conchas y corales para saludar a cualquier viajero. Y, viendo la inmensidad que las abrigaba se sintieron en el deber de embellecerlo. Así que convocaron cardúmenes y juraron guiar a los buenos viajeros.
Diez golpes más tarde, del agua surgieron más terrenos, dejando entre sí benévolos riachuelos, unas nereidas quedaron distanciadas de los mares pero perplejas del esplendor de las llanuras secas se transformaron en ninfas y juraron protegerlo.
De pronto un nuevo y extraño sonido: el de agua cayendo, nutrió de vida los suelos. Del suelo salieron los insectos y vieron al Kodama plantando ramitas por doquier. Al oler el aroma de las hojas, pusieron sus cuerpos como instrumento y rápidamente los campos florecieron. Juraron entonces hacer de los campos su cuna y tomar de él sólo su alimento.
Tres golpes seguidos formaron las montañas, los cañones y los riscos, algunos por su abrupta forma quedaron desiertos, y admiraron todos los entes la importancia de desierto: les recordaba lo hermoso que era su trabajo y el deber de mantenerlo. Así, dejaron lo desierto como el azar lo había puesto, para conservar el equilibrio: siempre es bueno un poco de destierro entre la belleza.
Después, sintieron un calor, que hacía hervir sus cuerpos y una gasa limpió el cielo enseñándoles por primera vez la luz pura del sol sobre los cielos, y pensaron que todo era perfecto. De pronto una sombra volaba por el cielo, prístino y aterciopelado, el primer dragón toco el suelo.
Junto con la luz llegó la noche, para marcar el descanso y recobrar las fuerzas. Momento precioso para recordar la belleza de la luz y encontrar paz entre las sombras.
Unos siglos después escucharon de nuevo golpes, y todos presurosos acudieron a ver las nuevas formas. Cientos de animales emergieron de las malezas recónditas de tierra: jaguares y serpientes, aves y caballos, venados y liebres… Pero del centro del bosque, en el primer árbol, un caballo atoro sus crines en el medio de las raíces y por desespero lastimó aquel frondoso árbol.
El caballo arrepentido imploró perdón. Un kodama bajó despacio y tocó su frente, haciendo que de ella saliera una extensión extraña, así surgió el primer unicornio, junto con el primer arrepentimiento. El unicornio prometió jamás lastimar una flor y la tierra le recompensó dándole a sus patas el poder de crear pastos, flores y ríos, y una belleza igual al de los jazmines que creó con su primer galope.
Poco a poco pasaron las primaveras, más lentas y más amenas, poco a poco el mundo se veía como un paraíso soñando, los entes descubrieron que junto con los sonidos y los golpes ellos podían crear miles de maravillas.
De la inquietud y cuidado de los Kodamas nació el primer elfo. Un animal extraño, y se encargaron juntos de mantener sanos los bosques, aprendiendo entonces los elfos las secretas artes de los árboles y aprendiendo a hablar con ellos y el arte de curar.
Del trabajo laborioso de todos: el primer enano. Un incansable que no menospreciaba la posibilidad de cortar la leña y plantar dos árboles nuevos.
De las picarescas hadas: los duendes. Juguetones y traviesos, benévolos pero un poco exasperantes, a veces. Sabios y recolectores, grandes narradores y soberbios.
En último sonido que se escucho entonces, sonó más extraño que cualquiera, fue como si se hubiese dado a medias, del surgieron dos criaturas, los trasgos y los humanos.
Los trasgos, formas bizarras y crueles, que no tenían piedad, ni sentimientos, al ver la belleza no la soportaron y huyeron presurosos a los desiertos y pantanos. A veces, se les veía rondando los bosques, haciendo travesuras o buscando alimentos.
Los humanos, que decir, animales a medias, vieron la belleza del mundo y se quedaron simplemente para conocerla…

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Así contaba el viejo anciano el origen de los tiempos y la formación de todos los seres que cubrían el plano terrestre.
Terminado el relato, todos aprontamos el descanso, buscando algunos sueños. Cada cual con sus filias y pesares, preparándonos para la jornada de trabajo que nos aguardaba al alba.

Avallach-00-Dedicatoria

Este texto, fue creado como parte de “Los cuentos que nunca te conté”, por tanto, ante la imposibilidad de terminar un cuento infantil, se transformó en esto, y es para ti, amada hija: Hebe Geneve L. F.
A La Natura, por sobre todo, madre que genera la depredación y la extinción, amorosa madre…
La Locura y la Soledad, que me encontraron en un espacio desolado y me hicieron compañía. Locura y Soledad, siempre serán mis dos mejores amantes.
A los pocos amigos, los de verdad.
Además, a la humanidad, que me ayudó a crearla y, de igual manera, a Triskel por la traición y el dolor, por representar tan particularmente la ilusión humana que perece, la efímera, la inconstante esperanza humana.
A Pri, por el termino “animal humano”, mejor resumen no pude hacer yo…