miércoles, 23 de marzo de 2011

Avallach-11-La Hégira

Al fin estuvimos sentados a la mesa, la cena fue similar a la de los últimos días, ensaladas y huevos de codorniz, sopa de tomate y unas patatas azadas al romero.
Áluster estaba sentado a mi diestra, Amenis a la derecha, Ifrit, El Maestro a mi frente Cristal, Tephis, Eucarí y Lamu distribuido en el resto de la mesa redonda. Ellos conversaban de temas variados, yo por mi parte ante la acuciosa mirada de Amenis, Áluster e Ifrit, mantuve un silencio sepulcral hasta la hora del sueño…
Cuando todos emprendieron la partida a sus moradas (a excepción de Amenis, Áluster y, obviamente, mi anfitrión Ifrit, El Maestro), por fin abrí la boca:
—Maestro, disculpe la molestia, esto es para usted —dije mientras le ofrecía la carta escrita por Claus, El Viejo
—¡Ay, muchacho!, ahora comprendo tu silencio, has abierto el tercer legajo… ¿Le has dado lectura a consciencia y completa? —cuestionó Ifrit mientras los restantes elfos mantuviéronse en silencio para tratar de comprender algo de la conversación
—Si Maestro, lo he leído, pero ahora tengo un maremagno de dudas calándome el cerebro…
—No es de extrañar joven Calos, si a mí, siendo parte de la historia, aun me confunde y duele escuchar las veraces palabras del mismo Hiperión. ¡Vaya jamás pensé que alguien al escribir pudiese tener tan buena memoria y lujo de detalle…!
—Si Maestro, ¿entonces usted puede dar fe de la veracidad absoluta de la totalidad del relato, complacería usted a mi psiquis que me atormenta con tanta duda…?
—De poder hacerlo, lo puedo hacer, pero esa no es mi labor.
—¿A qué se refiere maestro? —dije con un tono casi sollozante
—Mira Calos, eres joven, comparado con muchos de nosotros: la historia se modifica, y por más que se intente se cambia relativamente poco o violentamente, conocí la historia de Hiperión, pero no podría jurar en nombre de La Natura que lo que leíste sea completamente veraz. En nuestra biblioteca está la copia original escrita por Hiperión, posteriormente trascrita por Muninn y después por decenas de decenas de oradores, muchos simplemente cuentacuentos sin deseo de ver más allá de las hojas. Estos cuentacuentos nacieron de la necesidad de seguir promoviendo el conocimiento entre tu especie, pero se dedicaron a creer las letras escritas por humanos como si fuesen palabras de la misma Natura, cuando ella usa otros lenguajes más sutiles que la tinta y los papiros. Incluso si pusiera en tus manos el texto original no podrías comprenderlo aún, porque está en una lengua ajena a la tuya, está escrita con una mezcla de idiomas para evitar que se conociera sino se dominaban las antiguas lenguas de los elfos, los humanos, los enanos y los trasgos, incluso hay páginas escritas en lenguaje de árbol. Por ello no puedo hacer lo que solicitas…
—Pero maestro, usted domina todas esas lenguas…
—Si Calos, yo puedo leer esas páginas como si fuese un texto escrito en el lenguaje usado para las canciones de los niños… pero no soy yo quién solicita el conocimiento, por tanto no soy yo quién debe conocer todo eso para poder obtenerlo. Si quieres un árbol debes plantar y cuidar una semilla, la creación espontánea es sólo mitología, no existe un ente capaz de crear, ni siquiera La Natura, ella sólo es el orden y el equilibrio, no la fuente. —Al decir esto tanto Áluster como Amenis quedaron perplejos, completamente atónitos ante la contradictoria visión de su maestro…
—Entonces Maestro —dije—, si es este un conocimiento que debo conseguir por mis propios medios, puede usted indicarme por lo menos cómo hacerlo.
—Claro Calos, la ambición de ese conocimiento es elemental para tu oficio, por tanto jamás podría negarme a ser tu maestro. Sólo que en estos momentos ya mis huesos están demasiado viejos para hacer el viaje contigo.
—No importa Maestro, la sed es mía, dígame donde está el río, yo puedo ir por él.
—¡Exacto—exclamó el anciano—… eso es, antes me pedías agua para aplacar tu sed, ahora me pides dónde encontrarla, igual podría engañarte y perderte, podría darte el camino más largo, estará sobre ti la decisión de dejar de buscarla o continuar!
—Con eso basta. —Respondí mientras Ifrit abandonaba la habitación, todos le seguimos, todos teníamos dudas, todos queríamos aprender. De pronto estábamos en su biblioteca, la estancia más grande de su casa, una habitación oblonga y curvilínea, amurallada por estantes de más de diez pies de altura con un espacio de no más de cinco entre estante y estante como un pasadizo, los estantes se extendían más allá de la vista, como un camino largo para el conocimiento pude calcular unos ciento diez pasos de la puerta hasta al final. Obviamente el fuego estaba prohibido en esta habitación así que al entrar la única luz la brindaban las luciérnagas y la luna además un enorme diamante puesto hasta el final del pasillo. Cuando llegamos al final, Ifrit tomó en siete libros (con un poco de dificultad), les sacudió el polvo (imaginé entonces que debían estar ahí desde hace más de sesenta ciclos solares y el último en leerlos debió ser el mismo Claus). Así emprendimos la vuelta hacia la sala principal de su casa, una vez ahí puso los libros sobre la mesa y continuó hablando…
—Pues bien Calos, esta es la ayuda que puedo darte. —Inmediatamente puse mi atención sobre los libros seis de ellos estaban forrados con hojas de verdes, pese al paso de los años y el otro con un una piel oscura, para conservarle mejor al paso del tiempo. El de cuero rojo contenía algunos pictogramas curiosos, sin embargo me llamaron la atención los otros seis, estaban completamente en blanco…
—Maestro… disculpe mi ignorancia… ¿Qué es esto? —pregunté, y por la mirada de mis “jóvenes” amigos todos estábamos en el mismo punto de conocimiento.
—Pues bien —respondió Ifrit—, este libro —señalando el de cuero rojo—, contiene las rutas de todo Avallach, asimismo te ayudará a evitar peligros inminentes o buscarlos, como gustes y creas, desde los caminos de la cueva donde habitan las hadas, las calles de La Comarca, hasta las rutas más recónditas de las minas de los enanos. Será tu guía cuando camines buscando el conocimiento, igual puedes buscarte tú tu propia ruta, ya bajo tu propio riesgo…
—¿Y los libros en blanco? —Preguntamos todos al unísono…
—Respóndetelo tú, ábrelo y sóplalo —incrédulo lo hice, en la primera página se escribió un signo de pregunta… Casi me caigo de la impresión, como un soplido podía escribir en un libro. Amenis y Áluster no se mostraron tan maravillados.
—¿Qué ocurre? —pregunté. Inmediatamente Ifrit contestó.
—Estos libros transcriben del lenguaje de los árboles uno que domine el escritor, los árboles hablan a través del soplo del viento, así si piensas en las historias que te han contado el libro se llenará para que logres conservar la esencia de cada uno de tus conocimientos. —Inmediatamente, empecé a pensar en todo lo que había vivido desde la primera noche en que comenzó esta historia, aquel día que acudí a escuchar de la voz de Claus la primera historia de este otoño. Luego soplé suavemente sobre las hojas del libro y después de borrarse el signo de interrogación se llenó la historia hasta este punto, todo lo demás continuó en blanco: ahora tenía un diario.
—Te doy varios tomos de estos libros mágicos, así podrás retomar todas las historias que quieras para comprender, después analizar y estudiar los eventos con mayor tranquilidad. Además te ofrendo esto… —sacó de su túnica un extraño sello y lo colocó en mi mano— ésta es mi runa, mi sello particular, como elfo, mago y erudito en muchas artes ocultas a las cuales tú aun no tienes acceso. Esta runa te servirá para que el mundo sepa que eres uno de mis alumnos y por ello te darán toda la información que solicites. Por si fuese poco, mi runa es la llave para varios lugares y misterios que sin ella no podrán ser develados. Úsala con prudencia, aquel que trate de falsificarla o corromperla sufrirá de un hechizo que he puesto para protegerla. —Todos nos quedamos boquiabiertos, Ifrit, El Maestro, le ofrendaba a un simple humano la llave de todo su conocimiento, un pasaje sin costo a los misterios milenarios de todas las especies.
—Gracias maestro —respondí—, sé que no soy digno de tal honor…
—Ya te dije que debes dejar de someterte, esto no es un honor: es una herramienta, usarla con sapiencia es lo único que se te pide.
—Está bien Maestro, juro usarlas con honor y sabiduría.
—Tengo otras cosillas que podrán ayudarte sobremanera en tu viaje, joven Calos, algunas con carácter devolutivo, pero sabrás de ella cuando estés listo para emprender el viaje…
—Muchas gracias, creo que es hora de que vosotros busquéis el sueño, yo aún tengo una tarea más para esta noche…
—Esta bien, dejémosle solo —dijo Ifrit dirigiéndose a Áluster y Amenis. Estos un poco curiosos me miraban directamente a los ojos, mientras de espada caminaban hacia la puerta. —Hoy dormiré en la casa de unos amigos, siéntete como en tu casa Calos, El Oyente, ¡vaya que ese nombre te sienta bien…! —sin más se cerró la puerta, y con ello inicié la tarea de transcribir la historia de Hiperión, no actualicé el texto, lo transcribí tal cual aparecía, aunque algunas palabras como “iniesta” ya no se usaran, no es culpa de las palabras que las personas les olviden…
Al amanecer Estucurú, el fiel compañero de Ifrit, bastante semejante a él en su gesto de sabiduría y prominencia estaba posado en la ventana, medio dormido, ya las horas de la aurora eran demasiado para él.
Había terminado la transcripción, estaba listo para terminar otros pendientes y emprender el camino que mi sed de conocimiento requerían para vislumbrar los arcanos escondidos más allá del tiempo. Pronto Ifrit volvió a casa, yo lo esperaba con ansias, le entregué el legajo de la historia de Hiperión, y le informé que iba en busca de la señora de las serpientes, Nissum, a cumplir mi promesa, para poder viajar tranquilo… Ifrit simplemente acertó con la cabeza y me dijo que a mi vuelta estarían listas las provisiones prometidas y un té para mi despedida. Yo salí presuroso colocando bajo mi brazo los lienzos.
Rápidamente estaba ya en la puerta del domo intramontano y busqué la laguna de Nissum, ningún elfo cuestionó mi entrada, más bien me abrían paso de manera amable.
Ya en el estanque inicié el seseo llamando a Nissum, ésta se presentó ante mí subiéndose al sendero, fue tan impresionante su grandeza… pronto ella inició a sesear, mas yo no le entendía, así que guardé silencio y contuve el aliento, quizá aún no estaba listo, y recordé que sólo conseguiría su favor si podía entenderle sin necesidad de intérprete, mantuve la calma —repito— sabía que si me mostraba nervioso podría acabar siendo su merienda.
Pasó un rato ante la embelesadora mirada de la serpiente, pronto su seseo se volvió entendible… pronto estábamos conversando por medio del seseo.
—Así que has vuelto, te sientes listo para hablar conmigo o ser mi aperitivo…
—No, he venido a cumplir parte de nuestro acuerdo, acá te traigo un retablo del precipicio de Holm, el Abedul, para que endulces tu vista, es uno de mis mejores cuadros, espero sea suficiente para ti.
—Déjame verlo…—rápidamente se acercó mientras yo descubría el lienzo… —es hermoso, realmente, pero: ¿por qué lo ocultas bajo la imagen fría de un paisaje sin vida…?
—¿Lo oculto?
—Sí, Calos, el Oyente, por qué tratas de esconder un cuadro tras otro cuadro, las serpientes somos sordas, no ciegas, y aunque trates de esconderle cosas a nuestros ojos, jamás podrás ocultar los olores a nuestras lenguas…
—No fue mi intensión ofenderte Nissum, sólo seguí el consejo de Amenis, quien es parte del retrato, ella temía que se considerara vanidad y que su pueblo le reclamase por eso, en fin aún no entiendo el código moral de los elfos. Ella es hermosa y dulce pero tiene tanto miedo de cometer errores que se vuelve un poco opaca, es como si se ocultara una lámpara tras un mimbre, sabemos que está la luz aunque sea casi indistinguible…
—Sí, los elfos tiene mucho miedo de los sentimientos humanos, piensa que algunas actitudes pueden ser la debacle de todo su conocimiento y tareas, tratan de mantenerse puros de pensamientos humanos, pero a fin de cuentas se parecen demasiado a ellos, con la diferencia fundamental de que ellos si tiene un honor intransmutable y una consciencia inquebrantable…
—Así que es eso lo que ocurre con los elfos, tiene miedo de probar la humanidad y que les guste su esencia… o más bien perder la suya entre las marañas nuestras…
—Algo así, lo que no quieren es perder el camino hacia el naciente, que les enseñaron los kodamas desde tiempos inmemoriales, temen que las facciones humanas se apoderen de sus sentidos y terminar como los humanos que nos forzaron al destierro hace tantos inviernos.
—¿Puedo confiar en ti y los tuyos para mantener a salvo el secreto de Amenis…?
—Tranquilo joven humano, será un placer, además me gusta el cuadro. Por cierto me alegro que puedas sesear conmigo sin problemas…
—Pues, realmente estaba un poco temeroso de quedarme acá como un huésped en tu barriga, por culpa de mi impotencia. Solo que la conversación prefiero posponerla, tengo que emprender un viaje a por todo Avallach, así que vine a despedirme y agradecerte por lo que me has enseñado: el flujo natural y la relación entre las especies más allá de depredador y depredado.
—No hay nada que agradecer, aún sigo pensando en que eres un buen bocado… nos veremos entonces cuando termine tu viaje o el mismo te traiga de vuelta a este hermoso pantano…—Dicho esto Nissum entro lentamente al agua, pronto sacó su cabeza del agua…—¡Espera…!
—Dime Nissum, señora de las serpientes…
—Te pido otro favor, si en tu viaje vas por los pantanos de Karnicor, el pantano de las brumas perpetuas, busca a mi hermana gemela, y entrégale esto —abrió sus fauces y colocó sobre mi mano una de sus escamas, la misma cubría casi la totalidad de mi palma.
—¿Cómo se llama tu hermana?
—No te preocupes Calos, ella te encontrará a ti… —dicho esto la inmensa serpiente se refugió de nuevo en las aguas calmas del pantano…
Así, salí del recinto para volver a la casa de Ifrit. En las afueras de la cueva, con asombro descubrí que se planteaba una alegórica despedida en mi honor, todo los elfos me esperaban en el explanada ahora transformada en un kermés, frente a todos los elfos que me habían acogido como uno de los suyos, todos a excepción de Amenis, ella no se divisaba por ningún lugar…
Fue grande el bacanal, ya la luna se posaba en su cenit y Amenis continuaba ausente, El vino sellaba un poco la relación tiempo-espacio, no sabía donde estaban mis manos, sin darme cuenta ya estaba dormido en la mesa…
No sé cuanto duró el letargo de la ebriedad sólo sé que cuando abrí mis ojos Áluster me abrazaba fraternalmente hablando hilarante sobre sus ochenta y nueve veranos de vida…
Yo me incorporé (aún bastante mareado), y pregunté por el paradero de Amenis, nadie supo darme respuesta. Quizá me sentí dolido por su ausencia, o demasiado preocupado, temía que le hubiese pasado algún infortunio mientras todos sucumbíamos a los delirios del licor. Cuando Ifrit me vio partir trastabillando entre los arbustos solicitó a Estucurú me vigilara. No sé aún cómo mis pasos caminaron hasta el precipicio de Holm, algo en mis adentros me decía que ese era el lugar para buscarla, además era la única opción que tenía… y sí allí estaba, como posando para mí nuevamente, con ojos lacrimosos y gesto sollozantes…
—¿Qué te pasa?, ¿Estás bien, amada amiga? —le pregunté, mientras el desconsuelo la situación me hizo abandonar el estado tramontano y volver en mí. Ella sólo guardó silencio y se acurrucó en mi pecho, dándome un abrazo tan dulce, clavándome sus uñas en la espalda — ¿Estás bien…?
—Sí y no —me interrumpió Amenis—, hasta cierto punto estoy feliz de que sigas tu destino, hasta cierto punto deseo que te quedes, hasta cierto punto deseo que te marches…
—No comprendo, preciosa reina de mis sueños, quieres que me vaya y quieres que me quede. Aún no sé de ningún ensalmo o conjuro que me permita estar en dos lugares a la vez siendo yo mismo…
—Calos, mírame a los ojos —dijo mientras sostenía mi rostro para que nuestras miradas se cruzaran sin poder ocultar algo— ¿te gusto?
—Sí —respondí con vehemencia—, ¿hay algún problema, te molesta?
—Si y no, es hermoso saber que te gusto, pero no puedo darte más que una amistad, somos de dos especies diferentes, mucha de tu esencia contradice la mía y viceversa. Cuando te veo dudo un poco de lo que soy, soy un poco diferente, me siento como si estuviese hablando conmigo misma, como si fuésemos un ser completo e igual, dividido en dos por designios de La Natura.
—Sí, yo siento lo mismo, pero sé que es imposible soñar con uno de tus besos, o ser más que amigos, aunque debo admitir que eso no diezma mi deseo por probar tus labios. Somos tan diferentes y tan iguales, esto es una mala broma de La Natura, al establecernos distantes por limites tan vulnerables pero poderosos…
—Por eso es mejor que partas, aunque yo no lo deseé, por eso no quería despedirme, por eso busqué refugio acá, donde sabía tú me podrías encontrar, más bien pensé que no te importaba, que no vendrías ya me estaba tranquilizando, llegué a pensar que no te importaba que todo era un mal sueño del que despertaría mañana en tu ausencia. Pero ahora, que has venido a mí, dolorosamente admito que no estaba equivocada, que simplemente los designios de La Natura, siguen siendo a veces crueles y violentos, dolorosamente bellos e inviolables…
—Tranquila, amada amiga —le dije mientras besaba su frente—, ya vendrán los tiempos de las respuestas y las preguntas para nosotros, entre los tuyos ha de existir alguien que pueda darte lo que buscas, yo sólo soy un simple humano, enamorado a medias de la figura y la inteligencia de una elfa, jamás estaré al nivel de besar tus labios, jamás seré digno de probar tu amor, mas sin embargo, aun queda mucho tiempo para ti y poco para mí, se feliz, con eso basta… —le abracé, la besé repetidamente como si fuese la única oportunidad de hacerlo que existiera, siempre tratando de alejarme de sus labios, sabía que si profanaba ese límite, no existiría nada en La Natura capaz de contener mis filias. Después de un rato nuestros rostros estaban tan cerca que compartíamos el aire. Nuestras narices tuvieron un contacto sigiloso y ambos nos mirábamos fijamente, abríamos lo boca esperando que alguno diera el primer paso, ambos cerramos los ojos despacio dejando que la suerte siguiera su curso… justo antes de que nuestros labios se estrecharan (con costos sentí el roce de sus carnosos labios) Estucurú se paró en mi hombro girando su cabeza como haciendo que no veía nada, eso fue suficiente para que nos separamos, respirando profundamente con desahogo y algo de desconsuelo… Es duro pensar en conocer a alguien demasiado perfecto para uno y uno ser demasiado humano para ella… —Ven es hora de volver a la comuna…
Así emprendimos el retorno, Estucurú volaba a nuestro lado, Amenis iba abrazada a mi brazo, fuertemente. Al llegar con algarabía fuimos recibidos en la mesa del Consejo, Estucurú voló de nuevo a donde Ifrit, probablemente a delatarnos, sin embargo ambos nos mantuvimos calmos y procuramos despedirnos amenamente.
Al amanecer todos estábamos apenas buscando el sueño. Antes del cenit del sol ya estaba despierto de nuevo, con un poco de resaca de vino. Los elfos ya habían vuelto a sus tareas, era evidente su superioridad física.
Al ponerme en pie Estucurú vigilaba mi sueño, con un movimiento de su cabeza me indicó que le siguiera. Amenis nuevamente estaba acurrucada a mi lado, tuve unas ganas violentas de robarle un beso, así que al volar Estucurú y notarme solo, le di un beso sigiloso entre mejilla y labio, al que ella respondió con una sonrisa, creo que estaba medio despierta. Me puse en pie rápidamente, tratando de huir de mayores deseos al lado de Amenis. Lavé mi cara, algo demacrada por las consecuencias del licor, me puse las botas y salí…
A las afueras me esperaba Ifrit, Áluster y un caballo, sobre el hombro de Ifrit, Estucurú. El caballo se mostraba ligero y corpulento de pelaje largo y fino, prieto, su nombre era Shire. Además llevaba dos alforjas de mimbre y cuero. Así habló Ifrit al verme venir…
—Estimado Calos, El Oyente, ya era hora de que abandonaras el sueño, espero que los efectos del vino élfico hayan sido buenos alicientes para tu descanso, el viaje que espera es demasiado arduo, aunque tú decidirás el paso. Toma esto —me dio una lámpara extraña, una capa y un arco con flechas. El arco semejaba a la descripción del fallecido Claus, El Viejo, sobre los arcos bendecidos con plumas de azor—…
—Gracias maestro —sin más puse la capa sobre mis hombros, era color carmín y musgo, rápidamente mi cuerpo se sintió aliviado del calor húmedo del bosque y la brisa que corría por entre nos—, ¿qué es esto, maestro?
—Es la capa de Áglae te ayudará a evitar los extremos climáticos, de todos modos recomiendo no la uses en exceso, sino debilitarás tu propia resistencia, eso te haría demasiado frágil y vulnerable. La lámpara esta vacía permítemela. —Una vez se la di soplo por ella dejándole caer un polvo con su soplo de pronto la lámpara se encendió con un brillo cegador, de inmediato la cubrió con un trapo oscuro— Esta Lámpara contiene un secreto ahora, un hechizo en mi haber como maestro de la piromancia: su llama es perpetua, por ello la cubro para no cegar tus ojos, siempre será tu aliada y tu guía, en las catacumbas, las cuevas y penumbra nocturna, queda a tu haber llevarla o dejarla.
—Claro que la llevaré maestro, muchas gracias.
—Además te ofrendo esto, es otro libro protegido por mi runa —lo tomé y lo abrí, todo estaba demasiado enredado para comprenderlo, la inelocuencia de las palabras hacia imposible siquiera pronunciar una frase completa.
—Maestro no entiendo, por qué me da un libro que no puedo leer…
—Paciencia Calos, mi runa te ayudará a leerlo en el momento indicado, confía en mi runa, en el libro y en mí, jamás te daría algo inútil… Todo es asunto de paciencia
—Comprendo muchas gracias. Es hora de que me despida, gracias por su hospitalidad y enseñanzas, en el viaje recordaré todo y volveré pronto, esperadme. Hasta pronto…
—¡Alto! —Gritó Áluster, cuando me disponía montar a Shire—, no puedes partir así no más…
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Maestro —dijo el joven elfo—, quiero acompañarle. —De pronto el gesto de Ifrit cambió por completamente, se mostraba molesto y ofendido, así habló Ifrit con vehemencia.
—Áluster, eres hijo de mi casa y de mi enseñanza, aún eres inexperto es demasiadas artes, eres joven y precoz, te falta madurez y sapiencia… —Ifrit bajo si rostro y guardó silencio por unos segundos todos nos quedamos a la expectativa, pronto levantó su cara con una sonrisa y silbó, rápidamente un corcel blanco con café también equipado— Áluster, creo que ya conoces a Appaloosa, mi amigo equino, todo lo que he dicho anteriormente es cierto pero qué mejor manera de curarlo que un viaje largo y prolongado, donde La Natura te enseñe a golpe de tambor. Toma a Appaloosa, el será tu compañero a partir de ahora. Calos, toma tú a Estucurú mi fiel familiar, el sabrá guiarte y aconsejarte, además vendrá a mi cuando ocupen consejo.
—Maestro, y por que te molestaste en un principio —preguntó Áluster.
—Qué rápido olvidas mis instrucciones Áluster, no recuerdas que camino a acá en la homilía de Claus, El Viejo, te pedí guiaras a Calos, y le enseñaras todo lo que él estuviese dispuesto a aprender. ¿Acaso ya has terminado esa tarea?… Dudaste demasiado para desear partir o atreverte a mencionarlo, aunque tu natura te solicitaba hacerlo. ¿Qué ocurre con un águila que niegue su natura y quiera comer solamente pasto…? Eso te abría ocurrido si no cumplieras con los designios de tu corazón y tu natura, sería una duda y un sinsabor como un hambre jamás saciada. —A tras fondo estaba Amenis, llorando disimuladamente. Los elfos al llorar lloran sabía, como si un tallo dentro de ellos se hubiese roto. Quizá sintió demasiado suyas las acciones de Áluster, o demasiado crudas las verdades que Ifrit decía. Ifrit abrazó a Áluster, después a mi. Estucurú picoteo el oído de Ifrit mientras él se despedía de Appaloosa, quizá despidiéndose, quizá un poco celoso, luego se sujetó a mi hombro tratando de no lastimarme con sus poderosas zarpas. Así partimos, entre los saludos de los elfos y los Kodamas. Amenis nos seguía con la vista, yo no podía dejar de mirarla. Pronto estábamos en las afueras, en la puerta de la cueva de las hadas. Desmontamos entonces un poco melancólicos miramos atrás, a la inmensa morada de los elfos, diminuta ahora ante la expectativa del viaje, así también añoramos los conocimientos que nos esperaban y toda la sabiduría que abandonábamos hasta nuestro retorno.
—¿Ahora a dónde? —preguntó Áluster suspirando profundamente.
—Creo que lo conveniente sería ir primero a la Comarca, a despedirme de los míos quizá hasta el próximo otoño, cuando vuelva a honrar la tradición… —Desmontamos. Un poco mustios pero deseoso de aventura, nos adentramos en la cueva de las hadas…

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