miércoles, 23 de marzo de 2011

Avallach-09-El tercer legajo: La única Historia de Invierno

Una vez tuve el paquete en mi mano, volví por mi cuenta al precipicio de Holm, El Abedul. Después de extraviarme un poco y encontrar otras vistas similares, aunque no tan bellas, logré hallar el sitio que buscaba.
Está vez fui yo, quién poso su cuerpo en el tronco. Venía a mi mente repetidamente la imagen del último cuadro, en que soñaba ser la sombra que sostenía el fino cuerpo de aquella elfa, quién, poco a poco, se adueñaba de mis pensamientos.
Una vez, estuve ahí, solicite permiso a los abedules y pinos, a los hongos y los insectos y aves, para ocupar el espacio de Holm, por unos momentos. Una brisa recorrió mi rostro y pude entender: “mientras que no te plantes obstaculizando esta paradisíaca vista, ninguno de nosotros se opone…”
Escuchado esto, lentamente abrí el último de los misterios otorgado por Claus, El Viejo. Procedía a leerlo, aunque, debo admitir, infinidad de temores golpearon mis sienes.
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Estimable Calos:
Espero que estas alturas, estés listo para escuchar lo que voy a escribir.
Ésta, es una parte de la historia del cautiverio, sólo una parte, deberás averiguar por tus medios el resto. La función de un orador no es simplemente contar historias, va más allá: debes descubrirlas y amarlas, vivirlas aunque parezcan atemporales y remotas, debes estar presente aunque tu cuerpo no habite en esos tiempos.
Por eso solicité al consejo de ancianos que tras mi muerte mi heredero visitara el domo del tiempo, donde las estaciones están juntas y los ciclos solares son relativos al igual que las distancias. En esa sala no sólo podemos entender la historia de Avallach, sino también que ocurrió fuera de nuestro acceso, más allá de los arrecifes impenetrables salvo para la bondadosa Madre Natura, los rayos del Sol y el hermoso brillo nocturno de las estrellas y la Luna.
Entrega esta página y el sobre vacío a mi íntimo amigo y maestro: Ifrit. El sabrá con que llenarlo.
Me despido pues, a partir de ahora te hablará el mismo Hiperión.
Claus, El Viejo.
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Así terminaba la primera página de un compendio grande y extenso. No obstante denoté la variación en la letra (que era similar pero definitivamente diferente) y sobre todo el olor a añejo y polvo de las siguientes páginas. Aparté rápidamente lo leído y el empaque, para continuar con la lectura.

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Salutaciones, ante la impotencia de mi boca, he tomado la pluma como único recurso para decirle a nuestro mundo y a los escogidos para expandir la sabiduría lo ocurrido realmente en las sombras del invierno, en que fuimos desterrados a Avallach.
La tarea de comunicadora, la ha tomado mi mejor aprendiz: Muninn. Ella se ha adjudicado la labor de iniciar la tradición de las historias de otoño, como semblanza póstuma de recobrar el orden natural en el mundo conocido por nosotros, quizá ahora simplemente ancestros olvidados, como un cuento antiguo sin ningún significado. Hubiese deseado ser yo quién narrara a voz viva los acontecimientos, sin embargo, ninguno de mis congéneres puede entender lo que dicen mis ancianos ojos y, con la ausencia de lengua, mis manos y mis ojos son mi única manera de expresarme. Para un humano de más de cincuenta inviernos aprender a pintar es muy complicado, así, he aprendido a escribir cuidando todos los detalles posibles.
Queda como tarea fundamental, transcribir este texto después de ser leído, dado que él único que debe recibirlo es el o la sucesora de Muninn, pedimos sea trascrito para conservarlo en un lenguaje que pueda ser entendido por la o el heredero de este deber. Asimismo para mantener la fidelidad de la narración y ésta no se vea viciada por el paso del tiempo.
Sólo el orador o la oradora, podrá definir quién está listo para escuchar este relato, sin caer en la locura o el desespero, es una verdad que hemos preferido ocultar al público para no causar el caos y, por sobretodo, evitarles dolor innecesario.

Era el amanecer del quinto día de la segunda luna de otoño, los jardines adoquinados del castillo Nepente se encontraban complemente ensangrentados, simulando a los pasantes del río Lete miles de espíritus encontraban confort en las frías manos de Áine. Algunos trasgos aún continuaban moribundos, los elfos estaban completamente aniquilados, y los hechiceros que no traicionaron a las legiones mágicas, habían sufrido el destino del sueño póstumo.
Sin embargo, en las montañas, ahora sin líderes para la lucha, se encontraban las familias y aprendices de todos los muertos, por ende la lucha no había terminado.
Nix, la reina Basilisco, yacía medio muerta, desangrándose a borbollones, vendada, con una capucha en el rostro hecha de varias capas, atada fuertemente, tenia unas navajas en su borde así, sí alguien trataba de quitarla acabaría por cortarle la yugular, indefensa ante las patadas de los guerreros humanos y los pocos centauros que aún continuaban vivos.
Yo, Hiperión, sometido por cuerdas, mudo para siquiera maldecir a nuestros agresores, aún debilitado por mi encuentro con Brondor, ahora llamado Brondor, El Ciego.
En fin, todas las fuerzas de nuestros cuerpos desfallecían. El calor embriagante, por la ausencia de sombra más que las de nuestros hostigadores, la brisa fría de la entrada del invierno y las lloviznas fueron nuestra única visión durante ese día.
Ya anochecía cuando Nix, muerta de sed recobró el sentido. Su cuerpo desnudo tiritaba impotente. Ya su herida había dejado de sangrar, pero se encontraba demasiado débil para enfrentarse a alguien, así que simuló estar aún desmayada, mientras disimuladamente sacaba su lengua para beber de un charco agua teñida con su propia sangre.
Dratser, salía presuroso a buscar a su amigo, nadie pudo marcar la ruta de su vuelo, fue tan errático y zigzagueante que sólo las marcas de los árboles destruidos podían guiarle, algunos destruidos por el ácido, otros simplemente caídos por los tumbos del dragón herido y frenético.
Ya llegaba la noche cuando Dratser volvió desilusionado de no poder encontrar a su bestia.
—Dratser —dijo Náyax — puedes venir un instante, juro no quitarte mucho de tu tiempo.
—¿Qué deseas…? —Respondió de manera humilde.
—Deseo ofrecerte un trato, no se trata de traición ni nada así, es simplemente un trueque. Quizá te ayude a sentirte mejor por tu amigo Brondor.
—¿A qué te refieres?
—Simple, dame la opción de salvar la vida de Nix, y te diré cómo hacer para que Brondor recupere la vista de por lo menos un ojo. No pienso escapar, sólo que aún no ha llegado el momento de su muerte, después agradecería, si no es mucho pedir, una audiencia con el mismo Kratus en privado, no seré amenaza para él en estas circunstancias, además te doy mi palabra, espero con eso te baste.
—Dime primero cómo ayudar a Brondor…
—¿Eso significa que tenemos un trato?, ¿Puedo confiar en tu promesa?
—Soy un hombre de honor (dentro de lo que explica para nosotros esa palabra), y no creo que ayude de mucho salvar a Nix, ni que cambie su destino final, por lo que no encuentro objeción a lo que pides.
—Pues bien, te diré, sólo que ocupará un gran sacrificio de parte de ambos. Debes buscar un diente de león lozano y verde, hojas de liliáceas espinosas macho, la debes curar con los hongos fluorescentes de las cuevas de los enanos en el naciente, y por último otro ojo, alguien que esté dispuesto a intercambiarlo hasta la muerte de alguno. Te diría que tomaras el mío pero, probablemente, no vea el alba de todas formas. Entiendo que Brondor en su orgullo sólo a ti te escucha por tanto sólo tú podrás curarlo.
—Es alto el costo, pero si lo dice Náyax, a de ser la única manera. Ahora cumpliré mi parte del trato. Dime qué necesitas.
—Solamente vendas y alguien de tu confianza que me acompañe a buscar las hierbas a las afueras, juro no escapar, pero debe ser alguien ecuánime como para no matarme al primer descuido.
—Sé que eres de honor, pero no puedo confiarme tanto…
—Tengo una mejor idea —dijo Ifrit —, sabes bien jamás haría algo que ponga en riesgo la vida de mi padre, déjame ir a mí, y si trato siquiera de escapar, obtendrás el perdón de La Natura y una razón válida para liquidarnos.
—Está bien. —Dijo Dratser.
Antes de que el gallo cantara Ifrit ya estaba de regreso, él y Náyax comenzaron la dura tarea, dado el letargo en el tratamiento no se podía saber cuales serían los verdaderos resultados.
Poco después del alba, ya Nix, la reina Basilisco, se encontraba completamente vendada, con costos podía hablar, Náyax le sugirió descansara hasta recobrar las fuerzas.
Yo, simplemente podía mirar desde mi posición, me encontraba completamente impotente.
Al llegar el medio día Nix, ya estaba (digamos) en sí.
—Hiperión —preguntó —: ¿Qué te han hecho? —yo sólo pude abrir mi boca llena de sangre yerma, para mostrársela vacía.
—Amado amigo —prosiguió la Basilisco —, disculpa el infortunio, disculpa mi impotencia, quizá si no le hubiese dado largas a la batalla, ahora sería otra la escena mostrada. Cuando me pueda poner en pie, juro que Triskel pagará por su impertinencia.
—¡Tranquila Nix —dijo Náyax —!, cuéntanos qué ocurrió…—Nix, comenzó a hablar, yo omitiré esto, dado que es parte de la historia de otoño. Terminado el relato, nos dimos cuenta, que detrás de un árbol, Dratser se mostraba sorprendido por los detalles y la secuencia de la historia. Kratus solamente había dicho que la batalla había sido dura, pero en un descuido logro darle la estocado a Nix.
—¡No puede ser —dijo Dratser, ampliamente molesto —, debéis estar mintiendo, tu orgullo no os permite admitir la derrota, por lo que habéis inventa esta fábula…!
—No juzgues mal a la reina de los trasgos —dijo Ifrit, mientras todos lo mirábamos —, entre los mágicos no existen las fábulas, sino las historias, las remembranzas, y las guardamos como tesoros y experiencias, ¡jamás mentimos, jamás defraudamos y jamás traicionamos nuestra palabra! Si Nix dice: es. Ella no tiene necesidad de ocultar los errores o las faltas, dado que ella misma ha expuesto su error: perder el tiempo por el disfrute de la caza. Fuiste claro, el honor varía según la visión de mundo y las filias de poder, los mágicos no tenemos estas filias, por ende lo único que media es la visión de mundo y ésta es generada por La Natura, por ende el honor es intransmutable para nos. La reina Basilisco no tiene por qué temer decir la verdad, sus tragos la respetarán por quién es, no por ganar o perder: ¿qué conservaría Kratus si esto se supiese…? —dicho esto, sumamente mustio y confundido, Dratser emprendió carrera abierta hacia el palacio.
—¡Alto Dratser —gritó Náyax y Dratser se detuvo de golpe y atendió —, por favor, recuerda, esto no debe saberse hasta que se nos conceda audiencia…!
—Está bien, honorables hijos de los kodamas, hasta ahora he cumplido mi palabra y humildemente espero poder sostenerla, hasta las últimas consecuencias. Hablaré con La Orden del Dolmen y Kratus, para concertar la audiencia. —Dicho esto continuó su camino.
Pronto fuimos trasladados a las mazmorras de Nepente. Nix fue arrastrada, aun no tenía fuerzas para sostenerse por sí misma. A los demás nos llevaron a empujones ridiculizándonos durante todo el trayecto. Las tropas humanas, y muchos de los hechiceros que fueron nuestros aliados, nos escupían y blasfemaban sobre nuestra presencia en este reino. ¡Cuánto hubiese deseado tener voz en mis labios, conjurar la brisa para que devolviera los gargajos contra sus malditos rostros, qué sus gargantas se llenaran de polvo asfixiándoles, o transmutar mi cuerpo en halcón para sacarles los ojos…! ¡Es tan cruda la impotencia en los momentos de ira, que no sabemos donde ponerla!
Las celdas mohosas, no daban mayor abrigo, gélidas en la noche e infernales en el día, sólo encontrábamos descanso en las horas altas de la tarde cuando las temperaturas normalizábanse un poco.
En la primera noche de claustro llegó un guardia a darnos un simple informe: “Dratser dice que la audiencia será concedida cuando acabe el festejo, por orden de Kratus”, así salió del pasillo arrojándonos unos harapos para cubrir la desnudez de Nix.
Pasaron tres días de encierro, entre el desesperante silencio y la impotencia de escape, pensábamos qué sería de nuestros pueblos, si ya habrían sido sometidos o la lucha, siquiera, había empezado. Sabíamos que La Natura estaba con nosotros, pero la impertinencia humana podía ser más violenta y fuerte que La Natura, temíamos ampliamente por nuestros pueblos. Cada día recibíamos dos cántaros de agua y cuatro hogazas de pan medio pútrido. Lo que nuestros carceleros no sabían es que las ratas del castillo robaban de la cocina para traernos alimentos varios. Las arañas hilaron los harapos de Nix para que no tuviese frío.
Náyax se comunicaba con todas las especies, desde las moscas hasta las ratas, ellas le informaban lo que estaba ocurriendo. Náyax, diariamente nos informaba, en resumen, lo que estas le contaban. Los resúmenes no eran alentadores ni espeluznantes, simplemente los humanos estaban en una colosal juerga por el anuncio de la boda de Kratus y Triskel. Posterior al festejo iniciarían su marcha hacia el bosque de los kodamas en busca de nuestros pueblos, no obstante, nadie sabía cuando acabaría el bacanal.
Yo ya me había recuperado de mis heridas, casi por completo, pero con los claros resentimientos de la edad sobre mis hombros.
Nix seguía postrada en la cama maltrecha, el mayor temor de Náyax se había cumplido, había perdido completamente el control de sus piernas, quizá la estocada fue precisa o el desangramiento demasiado, en fin no existía algo que alguno pudiera hacer, ni siquiera los amplios conocimientos de los elfos podrían curar un situación así.
Cumplido el cuarto día de prisión, Dratser fue a por nosotros, por fin seríamos recibidos por los líderes del nuevo orden.
Náyax e Ifrit, tomaron a Nix en brazos para el ascenso hasta la sala donde nos esperaba Kratus.
Al llegar, una multitud estaba presente, la mayoría completamente ebria.
En el final del salón (aquel amplio salón donde Nix y Kratus se habían enfrentado) se encontraban los traidores: Ampurdán y Neuset a la diestra del trono, ahora nombrados consejeros reales; al centro Kratus vestido de una gala esplendorosa; a su espalda Triskel, vestida de una hermosa gala fúnebre, un traje pomposo completamente negro y ceñido hasta el final de sus caderas; a la izquierda Dratser, El Solitario, quién había perdido poder ante la ausencia de Brondor, El Ciego, sin embargo, tenía demasiado peso en las decisiones de Kratus.
Kratus se puso de pie y empezó a hablar:
—¡He aquí a los vencidos, postrados humillados frente a los vencedores, como marcan las leyes naturales, el poder y la humanidad…! —los guerreros aclamaban las palabra de Kratus, sólo Dratser se mantuvo sereno.
—¡Cállate —gritó Nix, la reina Basilisco —, acaso podrías decir lo mismo cuando se conozca toda la historia…! —El gentío guardó un silencio mortuorio. Kratus mandó a desocupar la sala, después de la desilusión del tumulto de no poder observar el juicio la enorme puerta se cerró angustiosamente, imposibilitando oír cualquier palabra. Ya en la habitación solo quedábamos los líderes de ambos bandos y los traidores, más cuatro de nuestros custodios, estos halaron sillas y nos sujetaron a ellas, después abandonaron la sala.
—¡Vaya —dijo la basilisco —, parece que no quieres que alguien se entere de tu honor a medias, del orgullo por el cual te casaste hoy…!
—¿Qué ocurre acá? —cuestionó Ampurdán.
—¡Mejor cierra tu boca, maldito traidor…! —enfurecido gritó Náyax.
—Limemos las asperezas. —dijo sarcásticamente Neuset —, si los decapitamos no podrán hablar de más ni fantasear con la revancha…
—¡Realmente eres estúpido —se burló Ifrit, a dentelladas —…!, la historia que ocultan ya la sabe La Natura, por tanto, cada árbol, animal e insecto… deberían destruir toda La Natura para mantener el silencio. —Estas palabras hicieron que todos (menos Ampurdán que, al parecer, aun no sabía todo lo ocurrido) se mostraran meditabundos y silenciosos.
—¿Acaso no sabes Ampurdán que el glorioso esposo de tu hija estaría muerto de no ser porque ella me atacó a traición…? —apeló la reina. Nix inició a contar los acontecimientos, todos, menos Neuset, se mostraron cabizbajos cuando Kratus admitió su veracidad. Dratser, completamente decepcionado fue a mirar por la ventana, para no tener que verle los ojos a Kratus, ni a nadie. Las palabra de Nix cruzaban la capucha como si fuesen su partesana (misma que Kratus tenía como trofeo en la pared posterior al trono). De nuevo todos guardaron silencio, la espesura de lo ocurrido deambulaba por la sala en ida y vuelta, como una brisa amarga. De pronto se formó un nido de cuervos entre los humanos (a excepción de Nix y mía) para formular una solución.
—¿Qué haremos? —dijo Dratser —, acabar con La Natura, es imposible. Debe existir otra posibilidad.
—¡Matémoslos a todos —decía Triskel —, empalémosles, que sirvan como trofeo ante cualquier acto rebelde, desmembremos a la Basilisco y coloquemos sus partes tan distantes que ni La Natura pueda unirlas de nuevo, qué todos se enteren del destino de los disidentes…!, si no podemos acabar con La Natura, acabemos con todos los que puedan escucharla…
—¡No! —Exclamó Dratser —, eso deshonraría aún más a Kratus… y una maldición de los kodamas o la misma Natura, es algo que destruiría completamente a nuestros pueblos. Debemos hacer algo que La Natura no vea con tan malos ojos, sino, ella nos destruirá, hasta ahora se ha mantenido al margen, pero recuerden lo que cuentan los ancianos de los tiempos antes del invierno de las incontables lunas, las especies que habían roto los órdenes, depredando inconcientemente, simplemente desaparecieron sin dejar ni un hijo o un recuerdo, sólo historias.
—¿Quién invitó a los elfos —argumentó Neuset —?, parece que eres uno de ellos Dratser, acaso has cambiado de bando.
—No digas cosas ininteligentes —respondió furioso—, simplemente no deseo que un error de esta sala de notables sea el inicio de un acmé irremediable…
—Ellos no pueden vivir entre nosotros —dijo Kratus —, sin embargo tampoco podemos matarles a mansalva… Ampurdán, Neuset, Triskel, quiero una solución a más tardar mañana en la tarde, analicen las posibilidades: la muerte y la convivencia no están entre ellas…
—¿Qué tal el destierro? —dijo Dratser.
—¡¿Destierro, y a dónde desterrarlos?! —dijo Triskel.
—Sé a dónde, —respondió Ampurdán—, sólo debemos preparar una serie de conjuros.
—Esa es su labor y no la mía —interrumpió Kratus —, yo deseo la solución planteada para mañana, he dicho, sin embargo, la elongación de la tarea es discutible. —dicho esto Kratus volteó de nuevo hacia nosotros, sus prisioneros.
—Se les dará resguardo, dentro de este palacio, seguirán siendo nuestros prisioneros mientras pensamos en su destino final. Si su pueblo trata de rescatarlos, serán aniquilados junto con ellos. Náyax, puedes enviar una nota de tregua a las murallas de los elfos, tú serás el responsable de la paz mientras vosotros estéis cautivos. He dicho. Llevadlos a la segunda torre. Dratser, tú serás su comunicación con el mundo, veo que eres al único que respetan, por tanto, igual que lo estuvieron los dragones, estarán a tu cargo. —Fuimos llevados a la segunda torre, un espacio más acogedor, pero igualmente inexorable. Dratser, nos dejó una paloma, una pequeña cantidad de pigmentos negros, mas no donde escribir.
—Todos los días volveré por la mañana, junto con los alimentos, y redactaremos una carta para que la envíes a tu pueblo, esta es la primera, ya se espesa la noche, pero es mejor no hacer a los suyos esperar más de lo necesario, no queremos enfrascarnos en una nueva batalla.
—No te preocupes —dijo Náyax—, con la paloma nos basta, ella será la mensajera, y sabrá traernos las respuestas.
—Pues, que así sea entonces, sólo dame tu palabra de que no harás nada estúpido… Siempre traeré el papel, para que Hiperión pueda escribir, dado que no puede hablar. —Yo, con un gesto le respondí agradecido. Simplemente cerró la puerta y se marchó.
Al alba, todos nos sentíamos mejor, habíamos conseguido un amigo en Dratser, incluso Nix se mostraba alegre ante sus frecuentes visitas. Él hizo llegar una silla cómoda para la reina, dado su imposibilidad de movimiento.
Náyax enviaba y recibía a la paloma, que aprendió la ruta sin mayor problema, asimismo Náyax le solicito se cuidara de ser seguida por algún humano, nadie debía encontrara la fortaleza secreta.
Pasaron dos días en los cuales no tuvimos noticias de Dratser, sólo podíamos contemplar el horizonte desde la torre y esperar su regreso o el de la paloma.
Las noticias de nuestros pueblos fueron alentadoras. La paz seguía reinando entre el confinamiento, aunque existía el gran temor de un ataque. Náyax solicitó mantener la calma y dejar en manos de La Natura los acontecimientos próximos, asimismo solicitó, se encriptaran todos los textos, los humanos no deberían gozar más nunca de los favores de la sabiduría natural, no por envidia o reproche, simplemente porque no estaban listos para recibirlos.
Al tercer día de la ausencia de Dratser, el centinela que le relevó nos informó que él se encontraba en busca de Brondor, El Ciego, por tanto nadie podía medir a ciencia cierta cuándo sería su regreso.
Pasaron las lunas, ya afloraba el invierno. Los crudos vientos parecían querer derribar la atalaya que nos confinaba. Tantas veces escuchaba a Náyax sollozante recordar el calor de Kiev, hasta el punto de llegar a vislumbrar su sombra entre nuestra recámara.
Por fin, noticias de Dratser, había logrado encontrar a su amigo Brondor. Con el ensalmo dado por Náyax, sacrificando uno de sus ojos, ambos habían quedado tuertos.
A la noche siguiente de esta noticia Dratser vino a visitarnos de nuevo, después de muchos días de ausencia.
—¡Náyax —exclamó con sobre salto el tuerto—, tengo algo que contarles, estoy completamente desolado!
—¿Qué ocurre? —cuestionó Náyax.
—Su suerte ha sido sellada, serán desterrados a la isla del mar de Cantabria: Avallach. La nueva Orden del Dolmen (los viejos magos y Triskel) han preparado un conjuro, el mismo que uso Kelsut para proteger a Nix, la Basilisco, de los trasgos cuando era una cría, por han amplificado el conjuro para que sea perpetuo, en este instante están impulsando la búsqueda de lo necesario para hacer el conjuro excelso. Solamente ellos y Kratus saben qué es lo requerido, ni siquiera a mí me han dado detalle y eso me perturba.
—Tranquilo —dijo Nix—, La Natura sabrá cuidar a sus hijos, además aunque esa isla no sea sino una roca maltrecha e inhóspita, así era el todo antes del primer hada, por lo menos ya existe la luz y las semillas, con eso basta.
—¿Cómo está Brondor?—dijo Náyax—, veo el parche que cubre la ausencia de tu ojo, espero que haya sido a tiempo y justo el sacrificio.
—Tranquilo —contestó—, Brondor se quedó en la cima de su monte, terminando de recuperarse del trance amargo, agradecido por mi ayuda y ampliamente molesto contigo. Sin embargo dice que la ceguera le ayudó a comprender lo que es el orgullo, se sintió indefenso por primera vez, esa fue una lección que te agradecerá por todo el tiempo que le reste a su existencia. Por el ojo no hay problema, ayudé a un amigo, aunque no sea humano, jamás sería alto el sacrificio, además me queda otro, como dijo Nix, con eso basta. Si se siente un poco extraña la ausencia, y Brondor no es conocido ahora como el ciego o el tuerto como me llaman a mí, el es llamado Brondor, el del ojo humano. Quizá en un pasado hubiese sido una ofensa imperdonable, pero ahora, apartando el orgullo, se siente feliz de recordarme como uno de los suyos. –En mis adentros pensaba, lo vital del aprendizaje de Brondor, el del ojo humano, y las lecciones que esta guerra le habían dejado a Dratser también, por suerte, Náyax pudo leerlo en mis ojos y decirlo:
—Dice Hiperión, según le entiendo, se siente feliz, ampliamente feliz, de saber que Brondor, aprendió algo de humildad, aunque haya sido a tan alto costo. Además tú debes valorar las lecciones de esta posguerra, ambos creemos te ha enseñado más que cualquier batalla.
—Por cierto —interrumpió Nix—, muchas gracias por las frazadas y la silla, aún estoy perpleja ante la impotencia de no poder moverme por mis medios, siempre he sido muy independiente para tener que pedir ayuda, por suerte el orgullo es un vicio que no corre por mis venas. Hablando de vicios, crees que puedas conseguir algunos té aromáticos para nos…
—No será mayor problema reina. Por cierto Náyax, ¿qué sabes de vuestros pueblos?
—Está esperando instrucciones de la paloma, y noticias de nuestro destino. No quieren más guerra, sólo quieren soluciones a los acontecimientos.
–Bien, apenas tenga nuevas, os las entregaré. Sería bueno prepararan a sus pueblos para el inminente viaje, por lo menos sus vidas están a salvo. Bueno descansen y, Nix (espero no te moleste la confianza de llamarte por tu nombre) —Nix lo miró benévolamente—, llevo en mente lo de tu té… —dicho esto se marchó de nuevo…
Extrañamente pasó una luna completa sin saber de Dratser, los guardas no ventilaban información alguna sobre nada, simplemente parecía haber emprendido un viaje o muerto accidentalmente, no teníamos idea de qué ocurría.
Ya el invierno golpeaba con toda su fuerza, los árboles se adormecían y los animales buscaban refugios en cuevas u hoyos, el invierno es demasiado crudo y desolado, a veces, para mantenerse despierto. Parecía que La Natura, se mostraba triste por el resultado del final de otoño y golpeaba con las fuerzas frías de una manera inusual, muchos temían que este invierno también durara infinitas lunas, no obstante la crudeza demostraba que más bien sería un invierno corto. La Natura no abatiría toda su ira a sabiendas que en el bosque de los Kodamas aún vivían hijos puros. Las noches oscuras y los días sin sol, nos hicieron perder la noción del tiempo. Además ante la monotonía del encierro los segundos parecían horas.
Fue entonces, después de un alba fría en la cima de la atalaya, que el mismo Kratus, El Vencedor, llegó a nuestra búsqueda.
—He venido a darles la última noticia, el conjuro está terminado, todo lo necesario se encuentra en el castillo, la nueva a Orden del Dolmen está reunida. Deben avisar a sus pueblos que nos veremos en las orillas del mar de Cantabria, sin armas; nosotros también iremos desarmados. Hay veinte embarcaciones con provisiones esperándolos, y treinta naves de guerra para custodiarlos, no atacarán salvo que vosotros hagáis alguna estupidez.
–¿Dónde está Dratser?—Cuestionó la reina Nix.
—No debería darles explicaciones, pero él debería estar dando este mensaje, reina paralítica, anda en busca de su bestia, llegaron rumores de que era acosada por humanos y fieras ahora que se encuentra en reposo. Dratser fue a su encuentro, mas no ha regresado desde hace treinta y dos soles. En fin, mandad la noticia a sus pueblos, la iniesta roca de Avallach los espera. —sin más nos dio la espalda y se marchó. Dejándonos un legajo con las instrucciones del viaje.
Náyax se aprontó a enviar la paloma. Los pueblos debían estar listos en tres soles para partir, sólo debían llevar lo necesario y sobre sí, no era permitido llevar armamento o elementos de forja, los libros y los infolios serían retenidos para beneficio de los humanos, al mínimo intento de elevar un conjuro todos serían degollados.
Náyax dio instrucciones entonces de tatuar en la piel de los elfos, los secretos que pudieran perderse, Muninn por su parte memorizó todo lo pudo para no perder nada.
Todos los libros e infolios fueron cremados en la fortaleza de los kodamas.
Se debería avisar a todas las especies de la partida y se invitaba a todos los deseosos de un nuevo comienzo a abordar los barcos. No obstante era obligatorio para todos los elfos, trasgos y enanos, los que no lo hicieren serían cazados como trofeos y embalsamados para alimentar la retórica superioridad humana.
Nosotros por nuestra parte, tratamos de mantener la mente en las posibilidades de esta nueva tierra que por fin acogería a La Natura como soberana suprema, reinaría la igualdad de las especies y se respetarían los caminos y las enseñanzas como nortes individuales sin importar los órdenes sociales. Individualidad y colectividad en armonía con la amorosa Madre Natura.
Al recibir las nuevas, nuestros pueblos reenviaron a la paloma la cual empezó a piar frenéticamente, con inusual alegría, Náyax tradujo para nos: “Nos encontramos en la penumbra del invierno, el mar está violento y gélido, no obstante sabemos que La Natura protegerá nuestras rutas, como siempre lo ha hecho. Estamos listos y listas, no ocupamos más lunas. Iniciaremos el cortejo de despedida e invitaremos a todas y todos a acompañarnos.” Terminado el mensaje, buscamos el sueño.
No sentimos el paso del tiempo, cuando se inició el camino hacia la playa (en las noches de invierno se suele desvanecer el tiempo).
Cuando salimos de castillo íbamos en un carruaje sin barrotes, nos daban la opción de escapar, para justificar nuestra muerte. De manera prudente nos mantuvimos serenos hasta llegar a la orilla del mar. Tras nosotros venían cinco corazas enormes, estas sí tenían fuertes aldabas y cadenas para que su contenido no escapara. La duda nos empezó a carcomer lentamente.
Nuestros pueblos ya acampaban en la costa cuando llegamos, al ver el nuestro carruaje estallaron el algarabía, sin embargo se mantuvieron tranquilos para que nuestros captores no pensaran que era una incitación a la batalla. Los enanos estaban al frente, hasta cierto punto listos para atacar si era una trampa, dado que sus fuertes cuerpos no necesitaban armas. En el campamento habían infinidad de criaturas y en los bordes oceánicos jugueteaban las nereidas.
Así entre el gentío aparecieron los traidores y Kratus, frente a nosotros y nuestros pueblos, Dratser no acompañaba el cortejo.
Triskel con ayuda de dos guerreros colocaron una caja en frente del público.
–Estos son los artículos, —dijo Ampurdán— forjados por la misma Triskel, La Téne, mi hija, contienen fuerzas más allá de La Natura, por ello ahora será llamada naturaleza, ha perdido ante nos el título de grandeza, sus hijos han sido vencidos por nosotros, simples humanos, por tanto ella también será ahora nuestra esclava.—Al decir esto los vientos se volvieron huracanados y violentos, como semblanza de que La Natura castigaría esta afirmación.
He aquí —dijo mientras uno a uno levantaba los hermosos objetos— la espada Horemev, el hacha de Sekbuf, el arco de Ílex, la hoz de Dríade, la partesana de Nafhsa—la misma de Nix modificada— y el báculo de Kattfil. —una vez los presentó, esos fueron colocados en una mesa ceremonial, y siguió con la oratoria.
—Hace mucho tiempo Kelsut, mi gran maestro…
—¡No avergüences a mi padre, llamándolo tú maestro!—reclamo verosímilmente la Basilisco. Kratus mando a dos de sus guardias.
—Nix, —dijo Kratus, jugando con ironía y violencia en su voz— ya es mucho que les perdone la vida, como para que también perdonemos tu impertinencia, si quieres ver a tu gente morir acá, vuelve a abrir la boca sin mi permiso, acá sólo nosotros e Hiperión podemos hablar, si es que Hiperión tiene algo que decir o pueda decir. —Nix tuvo que morderse la lengua y todos guardaron silencio, yo por mi parte deseaba un lapso de lengua, que La Natura le permitiera a mi mente gritar palabras para acabar con todos nuestros hostigadores.
—Kelsut, el gran maestro de los hechiceros —prosiguió Ampurdán—, hace mucho tiempo usó este conjuro, ofrendó sus últimas fuerzas para realizar una coraza impenetrable pero voluble al paso del tiempo, quizá si el maestro no hubiese estado tan exhausto esa coraza seguiría protegiendo a esta mujer paralítica que algunos llaman reina.
La Orden del Dolmen ha mejorado ese conjuro, y para salvar vuestras vidas ocuparemos varios sacrificios que hagan el hechizo perenne. —Todos nos mostramos horrorizados, pretendían tomar la energía puesta por La Natura en los seres para generar una potente coraza, invulnerable, atemporal y poderosa. —No les es permitido vacilar, escojan a sus voluntarios serán un kodama, un enano, un elfo y un trasgo, nosotros hemos cazado y capturado a los restantes sacrificados. Si no lo hacen estarán despreciando la única opción de vivir que les ofrecemos. —No acabó de decir esto cuando dos generales de los trasgos, el viejo Courel y Shio, el anciano padre de Náyax dieron un paso al frente.
—No lo hagáis —dijo Nix— yo me sacrificaré en lugar de los trasgos.
—Tranquila, —dijo el segundo al mando de los trasgos— reina Nix, tu vida es más valiosa que la de cualquiera de nosotros, aunque os encontréis paralizada de las piernas, eres nuestra reina, y daremos nuestra vida por ello, si tú te sacrificas, nosotros nos quedaremos en este mundo para vengar tu muerte, aun a costa de las nuestras. Permitidme el honor de ser quién os lleve a una tierra que jamás conoceré…
—Está bien, hermano Jakairá —dijo Nix, sintiendo algo extraño en su mejilla, oculta con aquella máscara, extendió su lengua y sintió un saborcillo salado, por primera vez en su vida probó una lágrima— agradeceremos y se recordará tu sacrificio. —Jakairá vio un paso hacia la mesa.
—¿Estás listo trasgo? —dijo Ampurdán
—Nunca habría estado más satisfecho con mi muerte —dijo Jakairá. Ampurdán levantó la partesana de Nix (ahora conocida como de Nafhsa), la clavó en la arena de la playa e inició la invocación: —
En etse otbejo iminnadao varéitse
la ecisena de etse ser,
praa tanresrefir su ergenía vatil e
tumstarransla en maiga prua,
pecitrocón arimérca e vearz,
A usdetes amlaco irtemalnos
fezaurs de la orucdasid e la lux
—Terminado este conjuro un estruendo en el cielo concedió la petición del mago traidor, poco a poco la forma del fuerte y colosal Jakairá se hizo una densa y negra bruma, la sombra se apoderó de la partesana.
—He aquí que la fuerza de la noche es con nos —dijo Ampurdán—, el poder de los trasgos es de los humanos ahora, y aquel que porte esta partesana no deberá a temer a las bestias de la noche, dado que se volverán serviles y domesticadas ante su movimiento… —de Jakairá no quedó más que el recuerdo. Prontamente señaló a Shio y su kodama indicando que serían los siguientes. Shio caminó sin temor dándole a su maestro kodama un beso de respeto, el último…
—Hermanos y hermanas —dijo Shio—, es hora del descanso para mis huesos, espero que mi alma sea suficiente para conservar el orden de La Natura —mientras su maestro kodama se aproximaba moviendo el cuello, despidiéndose de los suyos, él también se ofrecía como sacrificio—, Náyax, que la ausencia de tu ojo nunca obstaculice tu visión, se benévolo y toma las riendas de nuestro pueblo.
—Dile al kodama que espere aún no es su turno. —dijo Ampurdán. Sin más es kodama retrocedió, aunque se denotaba en sus enormes ojos negros una tristeza agónica al ver partir a su amado hijo. Así inició Ampurdán de nuevo el conjuro, el mismo usado en Jakairá levantando el arco de Ílex, un arco tipo guardabosques, grande y poderoso, capaz de impulsar una saeta a más de tres mil pasos, tallado en una pieza única de ílex enano espinoso, con una cuerda cuero de grifo (una de las pieles más duras y resistentes)… Al terminar la declamación un torbellino envolvió a Shio, transformándolo en una capa color carmesí que cubrió el arco como un barniz de sangre, inmediatamente se notó que aquella madera compacta y pesada se aligeraba sin perder su fuerza y la cuerda embalsamada se tensaba con gran violencia. Ampurdán, pidió una flecha y la arrojó al cielo abierto. Ante los ojos atónitos de todos, la flecha tomó una velocidad increíble y de ella no se supo nada más, sólo se veía partiendo el cielo con un humo rojizo que se extendía más allá de la vista.
—Esta es la esencia de los elfos la precisión absoluta y la fuerza total sobre la naturaleza, a partir de ahora no existe espacio que no podamos conocer o conquistar, cada punto de estas tierras son nuestras…
Así aquel kodama enfurecido, el padre de Shio, empezó a vomitar espinos venenosos, tratando de sacar de sí la ira y la desilusión. Una escuadra de kodamas y tragos rompieron filas, buscando la espesura del bosque, Kratus mandó tres batallones tras ellos, inútilmente, La Natura les cerró el paso con vientos huracanados y los árboles dejaban caer sus ramas, frutos y hojas borrando las pisadas y golpeando a los persecutores. Estos trasgos y kodamas renunciaron al viaje, el “bien” y el “mal” de los mágicos dejó una delegación en el mundo para protegerlo de las barbarie humanas. Mirábamos con asombro la bravura del mar, los vientos trágicos dignos de un tifón violento, los cielos oscurecidos, furibundos y relampagueantes: La Natura, la amorosa Madre Natura, estaba indignada.
Así siguieron los sacrificios y, si bien es cierto el conjuro fue el mismo, omitiré comentar de más, un dolor así no es sano recordarlo tanto. Posteriormente el kodama, quizá el más antiguo de todos los kodamas, se transformado el palo que sostenía la hoz de Dríade, misma que con su movimiento sabía cortar sólo no dañino y lo dañado.
Luego de un carruaje bajaron dos pegasos, dos unicornios y dos tigres fuertemente atados: se hicieron polvo dorado para impregnar el báculo de Kattfil, una pieza maciza de oro y bronce, con una forma de mariposa bordeada en su parte superior y ocho anillos anclados a las alas. Al desaparecer el amado kodama y estos animales, la Natura les despidió con un viento soplando por entre los árboles, que aullaba como un simio herido, en ese momento inició la lluvia.
Ampurdán tomó con dificultad aquella pesada hacha de doble hoja (el hacha de Sekbuf) y llamó al anciano Courel. Una vez posicionado en lo alto inició el conjuro, antes de que Courel pudiese siquiera despedirse de los suyos. Todos sabían que él se sentía completamente responsable de la debacle, por tanto lo único que podía satisfacer su orgullo era pagar con su vida la afrenta, por tanto sus palabras no eran necesarias.
Cuando la esencia del enano tocó el hacha ésta redujo su tamaño, volviéndola más fuerte y manejable, cada uno de sus movimientos se escuchaba como el vacío llenaba el espacio, y el tiempo se suspendía más allá de lo habitual en aquellos tiempos. Una de sus hojas se enroscó formando una especie de mazo. Ampurdán dio un golpe de hacha contra el suelo, agrietándolo y al golpear con la fuerza del mazo, se convocaban las llamas incendiarias, la crepitación violenta de la forja y el olor artero de acero hirviente.
Todos mirábamos aun con indignación, la última pieza forjada, una espada grande con doble filo, poderosa por sí sola, ya no existían nada de nosotros qué sacrificar para brindar poderes a está destructiva herramienta. A pasos tortuosos se movía una inmensa caja de metal y madera (podría calcularle más de dos casas normales) con más de dos decenas de ruedas para soportar el contenido, tirada por cientos de humanos y caballos hacia el punto donde se realizaban los funestos sacrificios. Todos nos quedamos sumidos en un silencio profundo en espera de saber qué contenía aquel recinto.
Poco a poco se dejó caer la puerta, al abrirse una inmensa cantidad de agua se vertió de ella, pronto pensamos debería tratarse de las nereidas, mas ellas no contaban ninguna baja. De la inmensa oscuridad comenzó a salir un viejo conocido: Brondor, el del ojo humano, fuertemente atado, ni siquiera podía verter su ácido dado que con el agua éste le hubiera dañado. Se encontraba maltrecho, herido por lanzas aún clavadas en sus patas y clavos y cadenas zurcidos a sus alas. Así avanzó con su único ojo lleno de venganza, lentamente hasta salir por completo de su cárcel.
—¡He aquí una de las creaciones más perfectas y orgullosas de la naturaleza —dijo Ampurdán—!, cientos de nuestros mejores guerreros se requirieron para su captura, no obstante, sucumbió ante la fuerza humana. ¡Este ha de ser el último sacrificio, por desertar de la batalla!…
—¡Alto, malditos—gritó una voz desde lejos, poco a poco a galope violento se presentó Dratser; el tuerto, ante todos con una cara iracunda y desmedida, si hubiese sabido algún conjuro, aseguro que él habría destruido por completo a su raza—! ¿¡Qué te han hecho amigo mío?… ¿Cómo podéis sacrificar a un aliado?… ¿Qué honor existe entre vosotros?… Malditos serás si no lo liberan de inmediato…! —Dicho esto Dratser desmontó al lado del dragón para iniciar su liberación, pero ante un simple gesto de Kratus fue retenido por tres soldados.
—¡Basta ya Dratser —gritó Triskel—!, tú fuiste quién nos convenció de no acabar con todos los mágicos, el sacrificio de esta bestia tuerta es sólo un tramite necesario para terminar con este calvario.
—¡¿Qué más has sacrificado?! —gritó Dratser.
—A mi padre Shio y su padre Kodama, ¡el más viejo de todos los kodamas!, cuyos nombres recordarán todos los árboles y animales; —dijo Náyax sollozante— asimismo un séquito de animales dulces…
—A mi mejor general, Jakairá y mi viejo amigo Courel, y ahora al más antiguo de los dragones vivientes, Brondor, el del ojo humano —dijo Nix con una voz saturada de pena.
—¡Soltadme malditos imbéciles —vociferó Dratser, hilando en la locura—, si apreciáis vuestras vidas, soltadme. Kratus, maldito serás junto a estos magos bastardos, profanáis La Natura como en un juego, y ya veréis la furia de la única Madre, sobre vuestros hombros caerán las fuerzas del Todo y la ira consumirá vuestras almas, si no respetáis ni a La Natura os empezaréis a destruir entre sí, ya veréis, La Natura no perdonará tan humillación…!
—¡Callad —gritó Kratus—, hacedle callar de una vez!, parece que tenemos otro traidor entre nuestras filas después de consumar este trance, será juzgado como humano por maldecir a su rey. Continuad Ampurdán, no hagamos más largo esto de lo necesario. —Así inició el hechicero el mismo conjuro, pero antes de decir las últimas palabras Dratser logró liberarse quitándole una espada a su distraído custodio, corrió con una velocidad inimaginable, la ira guiaba sus pasos, y asestó un golpe en el brazo de Ampurdán. No obstante Ampurdán logró terminar el hechizo. Lentamente en el aire se abrió un vórtice que se dirigía hacia el dragón.
—Amigo —le dijo Dratser a Brondor—, ambos sabemos que aún no ha llegado tu hora, de todos modos yo moriré por traidor… —Sin decir más Dratser se arrogó al agujero y el mismo se cerró, aprisionando al esencia del humano en la espada, el cuerpo vacío de Dratser cayó al suelo. Brondor furibundo dirigió su ojo colérico e inyectado de sangre hacia el perplejo Ampurdán, soltose de sus amarras (aunque desgarraran sus alas y patas) tomó el cuerpo de su amigo delicadamente con una de sus garras, saltó hacia Ampurdán y lo destazó de un golpe de sus zarpas, sin más emprendió el vuelo a como pudo. Todos los humanos se preocuparon más por la suerte de Ampurdán que por seguir o vengarse del dragón. Para Ampurdán ese había sido el último conjuro. Todos los mágicos iniciaron el llanto, la lluvia se transformó en vientos ciclónicos, sin embargo Brondor volaba ayudado por los mismos, ni siquiera Nix ocultó sus lágrimas, se le escuchaba sollozar abiertamente. Triskel lloraba frenética sobre el cadáver de su padre. Kratus no sabía a dónde dirigir la atención. Tras el tumulto Neuset festejaba con disimulo, ahora él era el más poderoso de los hechiceros humanos.
—¡Te cazaré maldita bestia, no habrá lugar en el mundo para tu especie! —dijo Triskel.
—¡Basta Triskel —dijo Kratus—, ya tendrás tiempo para la venganza, ahora lo que debemos ver es cómo terminar esto…!
—Tranquilo, Señor —dijo Neuset—, yo también domino a la perfección los conjuros, todo marcha en orden…
—¿En orden? —interrumpió Triskel.
—Claro —respondió Neuset—, aunque la muerte de tu padre es una tragedia irremediable, podemos terminar con esta experiencia amarga.
—Prosigue pues… —ordenó Kratus.
Ante esta instrucción todos fuimos guiados a los barcos. Apretujados nos dirigimos hacia la estéril isleta de Avallach en medio del mar de la Cantabria. El mar se tranquilizó repentinamente, mostrándonos una ruta segura hasta la roca, tras nos, nadando libremente, algunos félidos seguían nuestros pasos, al igual que caballos y unicornios, en fin, cientos de especies iniciaron el peregrinaje hasta nuestra nueva morada. Algunas nereidas se conservaron en las costas, alguien debería proteger el agua. Varios duendes y hadas se adentraron en el bosque, a fin de conservar algo de la magia. Algunos grifos y pegasos se quedaron para conservar los aires libres, al igual que los congéneres de Brondor.
Al fin llegamos, todos bajamos de las embarcaciones, desde el barco principal Triskel, Kratus y Neuset tomaron cada uno dos armas y las unieron en el aire, así Neuset inició el conjuro:
A usdetes iconvo fezaurs aparmelotes,
temon la ergenía erredanca en etsas ptetones armas,
saen etsas las úcnais levlas
praa arbir la pecitrocón
petsua sorbe etsa etérsil roca,
cenfonin praa serpmie etse epicaso
pristocro a los ojos humanos
e no primaten jamás se lebire su arcano
Cuando terminó cada objeto liberó un halo diferente, así de la hoz de Dríade y el báculo de Kattfil se llenó de verdor y ríos la roca. De la luz del hacha de Sekbuf, surgió el arrecife que hoy custodia la isla, de los demás artículos se formó un domo de energía traslúcida, tan fuerte que jamás podría ser vencido por nada conocido o por conocer. El domo contenía el poder del aire gracias al arco, de la sombra gracias a la partesana, el poder del metal por la espada y del agua por el mismo mar de Cantabria.
En ese momento, un sismo partió la tierra del mar e hizo que la isleta se empezara a hundir en las profundidades marinas.
—¡¿Eso es parte del conjuro?! —cuestionó Kratus, ante la mirada atónita de Triskel y Neuset.
—Para ser sincero: no —respondió Neuset—, ha de ser obra de la naturaleza… —un silencio sepulcral lleno entonces la inmensidad marina. La lluvia inició a caer con inverosímil potencia. Nuestra visión se mostró nublada como en los días crudos de otoño.
Pronto la isla fue cubierta por el agua y esa fue la “última” visión de aquel mundo. Nos despedimos de ella contemplando la primera galerna de muchas.
En la despedida del mundo que conocíamos todos llorábamos abiertamente —repito, todos, Nix dejaba caer las lágrimas como si hubiese sido un arte aprendido desde la infancia.
—¿Te encuentras bien? —cuestionó el joven Ifrit a la Basilisco.
—No sé. Es tan dura la derrota. Ver el mundo que conocemos separarse de nosotros irremediablemente. Me enferma la idea de dejar a merced de tanta inmundicia humana a la amorosa madre que nos ha forjado y moldeado. Ahora no podremos detener la barbarie, La Natura sucumbirá irremediablemente ante esta estúpida raza, estos animales a medias, estos, estos engendros destructivos. Sé bien, entre nosotros hay muchos pero son o somos diferentes: son puros, aprendieron lo suficiente para vivir en paz, aunque nos acompañaron a la guerra, aprendieron a luchar en una causa común por el bien de todos. Son más que humanos, son de los nuestros, por que desearon serlo.
—No te preocupes —respondió el joven elfo—, La Natura es más que cualquier especie, ella sabrá cuidarse.
—¿Y los amigos caídos —cuestiona la reina de los trasgos—, qué será de ellos? ¿E viejo Courel, Shio, mi general Jakairá, los animales nobles, aquel kodama, y…y Dratser…? Ese Dratser, resulto ser más de lo que creía, tenía honor, lealtad y no distinguió razas, maldijo a la suya ante la desgracia de un dragón…
—¿Te impresionó que Dratser se sacrificara?
—Si —respondió Nix—, me duele un poco su ausencia, además dejó una promesa pendiente, aún me debe un té.
—No trates de justificar tus sentimientos —interrumpió Náyax—, hasta los trasgos lloran por las perdidas y las ausencias.
—Padre dime: ¿Por qué Brondor no quedó ciego nuevamente tras la muerte de Dratser? —argumentó Ifrit.
—Es simple —respondió Náyax, gritando para que todos escucharan—, hoy no ha muerto nadie, sus esencias vivirán infinitamente en los artículos, en lugar de morir han de gozar de la inmortalidad del metal, puede cambiar de forma pero seguirá siendo metal. Los compañeros no han caído, su forma se perdió irremediablemente pero su espíritu está. Sino miren esta roca estéril convertida en una tierra fértil y amable, acá hay algo de cada uno, un regalo más allá del tiempo si sabemos cuidarlo. —Estas palabras reconfortaron a todos, nuestros amigos seguían con nos, invisibles esencias que nos abrazaban sin que lo notáramos en cada brisa del viento.
Al quedar aislados de lo que conocíamos todos buscaron nuevos rumbos. Los enanos (como siempre) las montañas, ahora sin el peligro de los grifos. Los trasgos buscaron la sombra acogedora de los pantanos. Los elfos iniciaron su peregrinaje hacia el seno del bosque. Las nereidas, obviamente, se acunaron en la costa. Mi pueblo, y mis amigos que no desertaron formaron el pequeño poblado de la Comarca y hemos logrado vivir en armonía (de no ser así esta historia se habría perdido en el olvido profundo de la extinción).

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Esta es la única historia de invierno, como todo comienzo fue difícil pero después, poco a poco, nos instalamos en este mundo, como dictaban las leyes de La Natura. El tiempo ha transcurrido en la Comarca y el otro reino, quién sabe cómo habrá de llamarse ahora.

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