lunes, 4 de octubre de 2010

Lo peor del silencio…

Los peor del silencio son los hilos
que estrujan las neuronas con el frío,
las consecuencias de la psiquis en los ojos,
los acres de pestilentes del recuerdo,
las murallas que se cae sin decir nada,
las masacres de lo que un tiempo fue tuyo…

Así, corremos todos escapando
de lo que ha hecho el tiempo con nosotros,
del dolor de sabernos presos perdidos,
escapistas del azar sin cadenas ni aldabas,
astrónomo loco y adivino a ojos de otros,
por vaticinar tu ausencia al llegar el alba…

Con acordes de desespero y agonía,
inicio esta tonada ciega día a día,
mi flauta yace muda sobre almohada,
esperando que me acueste junto a ella,
para ofrendarle la caricia más bella,
como solías dársela tú, perdida amada…

Los peor de los silencios son los ecos,
las espadas de sal y limón mesino,
siguiendo los caminos del Destino,
buscando música sin diapasón,
con un baúl de antiguos cuentos,
demacrando el corazón…

Lo peor de los silencios son las horas,
angustiosas que caminan muy despacio,
como cargando grande placas de acero,
y nos hace recorrer por los espacios
donde el destierro y la soledad moran,
jugando a escondidas en la dama de hierro…

Me encantaría regalarte...

Me encantaría regalarte un desierto desgarrado,
un escenario hastiado de insomnios y
una cama con alfileres y cristales…
Me encantaría construirte una mazmorra
digna de tus carnes, un espacio bizarro
donde sostener tu cuerpo atado,
donde romper los silencios con tus látigos.
Me gustaría, si fuera capaz de pensarlo si acaso,
quitar ese insípido sabor aciago
que escondes en los labios,
tomarte por los brazos y expulsarte de la sombra,
tomarte por los hombros y lanzarte hacia los campos…
usar mis manos para darte la tortura que temes
más que cualquier dolor y más que cualquier lanza,
dejarte en un espacio donde tus ojos
te demuestren como lloran las cascadas
por sentirte siempre distante…
Me encantaría poner ante tus ojos el desierto,
la mazmorra bizarra y un eterno calvario,
un mar de estrellas salobres y sangrientas,
un campo de navajas y vientos de guerra,
un pantano de víboras violentas,
un pavimento, aceras de humanos huesos,
una casa solitaria y polvorienta, abandonada,
una iglesia sin dioses, ni estatus, ni fieles,
un altar donde se desnudan las musas
sin que a nadie le importe ni se deleite,
y después volverte a enseñar tu miedo:
un jardín amplio con tres fuentes puras,
dos almendros y seis manzanos de cosecha,
dos tigres blancos recostados y diez gatos,
una alfombra de caricias y hálitos amables
una cama de plumas de ganso y un espejo,
que te muestre eternamente que todo eso,
vive acongojado detrás de tus tímidos ojos…

Monotonía

Descendía en el vuelo taciturno, borracho de bruma en mis ojos y soledad en mi costado, víctima indiscutible de mi tortuoso pasado, prófugo de los sueños más sublimes y más amados.

Hacía ya siglos había renunciado a mi forma humana, a las sensaciones cálidas de esa dura especie. Hacía siglos había renunciado a la potestad de amar y ser amado, a las aterciopeladas pieles de los placeres prohibidos a los trasgos, a los sueños nacidos en las noches antiguas donde podía desfilar la pasión y el amor sin saber a lujuria, donde podía encontrar detrás de un biombo una esperanza de amor realmente pura, quizá sobrehumana.

Así volé por el vacío durante milenios, el tiempo transcurría como una canción monótona y angustiosamente larga.