domingo, 18 de agosto de 2013

Primera crónica de NAM

¡Cuán difícil es partir mirando tus aposentos hechos escombros, cayendo sin remedio a pasos titánicos! Las colinas ya no ofrecen refugio a nadie. No nos queda más remedio que partir en la agobiante caravana que marcha sin esperanza más allá de los cañones rocosos. Este sinsabor colma toda la marcha, muchos hemos perdido todo lo que durante ciclos solares completos hemos construido, otros hemos visto morir a nuestra progenie, otros son sólo progenie de muertos en estos campos apocalípticos. La acidez del aire es cada vez más densa. El polvo lastima los ojos de lo que no lograron conseguir nada para proteger sus rostros. Nuestro ser no estaba preparado para tan agobiante sacrificio, ya hemos perdido la práctica física de caminar por extensiones inmensas como pudieron hacer nuestros más antiguos antepasados. A fin de cuentas nuestros carruajes y avances lo mostraban innecesario en estos tiempos modernos. Respirar es más complicado a cada paso, sólo nos queda la nostalgia de todo lo que atrás queda y el deseo de que el abismo designado como seguro por parte de nuestras eminencias, no sea a fin de cuentas un foso común para los pocos que sobrevivimos a la tragedia. Dos veces parece haber amanecido después de la hecatombe, pero la luz de NAM es casi nula y retórica entre tantas sinuosas y férreas sombras. En nuestras alforjas llevamos lo poco que pudimos salvar: algunos granos y alimentos, algunas semillas cultivables y unas cuantas ánforas. Ya el hambre arrecia y la sed hace meya en las gargantas, pero faltan tantas leguas que me agobia el terror de la escasez antes de concluir el viaje. ¡Miradme aquí ancestros míos! Príncipe de los míos, caminando como los antiguos esclavos de los antiguos imperios. Con una máscara en el rostro y cabizbajo, sin remedio ni consuelo, simplemente caminando, a veces con esperanza de llegar al refugio, a veces con el deseo de caer muerto y tendido. Tras, lo que creo son ochenta leguas de camino, miro a los primeros caer rendidos, los otros, los aún vivos, presa del desespero despojan los cuerpos de los fallecidos, tomando para sí lo que ya estos no ocuparán mientras el polvo entierra los vestigios. Ahora recuerdo mis jardines con coloridos pistilos, animales volando por doquier, algunas fieras domesticadas para mi agrado y el amanecer donde todo cambio. Ante los primeros rastros de NAM el mensaje de nuestros invasores llego, aludiendo que antes de la caída del anochecer deberíamos abdicar a nuestra tierra y líderes o desataría sin igual fuerza a costa de destruir todo. Mi papel como líder del imperio y de mi pueblo, fue ordenar a los generales desplegar todas las fuerzas de defensa y ataque a nuestro alcance y hacer un llamamiento a las demás tribus y pueblos a unirse a la cruzada. Antes del zenit del norte llegaron centenares de carruajes Kuvera, junto con infinidad de Merus equipadas de las astras y mukutas más recientes y potentes. Indraloka informó que nuestro enemigo seguía con su espionaje todos nuestros movimientos y preparaba su puesto de avanzada. Así inició la batalla, las saetas se desprendían por los aires, dando a luz cruentas matanzas. Al final cinco Pushpakas supieron herir el bastión enemigo, pero este en acto final, como venganza dejó caer sobre nuestra tierra su tímida trisula. No hubo nada que hacer más que escuchar la desesperación de los combatientes, era sabido que no habría nada capaz de contener la destrucción y la masacre. Así fue que ordené usar el Brahmastra, sin comprender lo que desataría su ira. Prohibida por los más ancianos, me hice de rastros sordos y al aunarse ambas en la atmosfera la debacle toco nuestras puertas. El enemigo vaporizado en el acto no pudo dar su posición de asedio, menos aún pedir refuerzos, esto lo aludo confirmando que aún no estamos muertos. Infausto destino se asigno a nuestras planicies, arrebatándonos nuestro sustento por la infinidad de los tiempos. Corrosivos aires de muerte desbastaron, lo habido y lo creado, lo natural y lo nuestro. Aun recuerdo las palabras de mi mayorazgo de mi estirpe antes de su partida al conjunto de los astros, cuando sentenciara con ahínco que Brahmastra prohibida estaba aun a costa de la muerte, salvo que fuera un último recurso y fuere en tierras ajenas y lejanas a las puertas de nuestro mundo. Quizá si los sabios hubieran dejado de lado la diplomacia y su sabiduría pacifista, y hubieran permitido usar un portal a la casa de nuestros ahora agresores para dejar el Brahmastra en el centro de sus tierras, aunque esto fueran prácticas arcaicas y obsoletas, aun cuando los diálogos filosofastros no dieran mayor avance en la paz de los pueblos. Pero los sabios acudieron a mi voz para apaciguar la furia, pedir perdón por actos no cometidos y buscar la paz con otros más que bárbaros, conquistadores y consumistas, como lo fueron los otros nuestros en pasados distantes, antes aun de conocer tanto como se conoce del todo. “Son un pueblo en desarrollo –me dijeron– cuando conozcan lo aprendido podrán ser hermanos nuestros”, pero aprendieron primero de la muerte antes de pensar en la vida y más aun de nuestra guerra antes de nuestra paz y utopía, y por ello pagaron con guerra lo que les habíamos enseñado y mejoraron el arte de la guerra que nosotros ya habíamos olvidado. Y ahora nuestras tribus se muestran absurdas y declinadas, ante las manos de las fieras que nosotros mismos hemos creado, dar los dones a los torpes, como un pecado del pasado, que quizá cometieron nuestros mentores que la historia semeja como dioses perdidos en antaños. ¡He aquí que el reino ha caído, nuestros planos envenenados y nuestro enemigo abatido!, por tanto no hay vencedores, sólo dos pueblos vencidos, ambos con deseo de venganza, ambos con fuertes delirios… ¡He aquí pues que lo poco que se ha salvado, camina como a la muerte en la noche más negra que haya existido! Y nuestra esperanza vive en una roca a unos pasos de limbo, donde destruiremos lo que existe para sembrar lo conocido. Luego partir tan lejos como nos sea posible, para volver algún día a ver que ha crecido, libre del látigo enemigo, libre del rastro de muerte, criaturas dóciles que irán creciendo poco a poco para encontrar a sus padres o que algún día ellos les encuentren… Ese es el destino de este pueblo y de lo que pueda sobrevivir de los nuestros, la esperanza de no morir en un hilo del tiempo, más por un orgullo artero que desafía los hilos del tiempo que por el insuperable temor de no encontrar nada mientras este polvo férreo nos cubre más allá del recuerdo. Mañana partirán dos cruceros desde el valle de los reyes, uno con rumbo a un la roca más cercana de NAM y otra a las tres islas del patíbulo estelar donde dicen los ancestros que nacieron nuestros ancestros, en Alnitak. Junto con el primer crucero irá este petroglifo en un lenguaje simple esperando que nuestros hijos sepan algún día entenderlo, para que a nuestra vuelta sepan reconocer a sus padres y a sus anteriores enemigos… –Así concluye, lo que puedo interpretar, del aparente código binario encontrado, posteriormente cruzado con el lenguaje acadio, en los términos más parecidos a nuestro idioma tradicional. –Dr. Bromaly –me dijo con fiereza el comandante Ross– no se excuse con fantasía y olvide lo que ha dicho durante este foro, simplemente ha desperdiciado innumerables recursos de nuestra organización, esa huella prehistórica fosilizada y ese cristal con un supuesto código binario, no son más que un fraude de los enemigos del status quo. Tras dichas palabras, sin posibilidad de respuesta, yo, Charles Bromaly fui sentenciado al claustro en una zona desconocida, sin más que este diario para narrar mi destino…

domingo, 21 de octubre de 2012

Divagando un poco...

Hoy me propuse divagar un rato, acerca de los dioses y las estrellas fugaces. Mas los dioses siguen mudos tras las voces de humanos que colindan con la difamia, y las estrellas ocultas tras las nubes me recuerdan lo difícil que resulta poder mirarlas… Siendo así tome la pluma pensando escribir un poco de la lucha y la batalla, recordar momentos de gloria y sudor, eurekas atisbadas en pancartas, frases de Debravo y Che Guevara; pero los cantos se me rompen atiborrados del escarnio electoral y la mentira, del sectarismo e imagen de propaganda, del que firma en nombre del que lucha la rendición en una batalla ganada… Así que ya meditabundo, desee ensalsar los rasgos de mi raza, la raza humana, glorificar su ingenio y su aplomo, su potestad de vencer a la Natura, su hambre de conocimiento en la mañana, su meditabundo andar de la tarde, el júbilo del noctámbulo arte de las arpas; empero vino a mi mente la razón a escupirme verdades en la cara, de cómo la juventud es más que autómata, de cómo los adultos olvidan los látigos, de cómo los ancianos guardan silencio ante el caos que en su juventud formaron, de los ríos que vomitan peces muertos, de los mendigos que aun tienen sus dos manos, de los ladrones que desangran a los pueblos, de los pueblos que alimentan a los ladrones, de los maestros que recitan de un libro, de los alumnos que copian de un tablero, de los humanos que apestan a dinero, de los resignados que apestan a conformes, de los niños que nacen sin mañana. Tras tanto me azoto un viento melancólico, con sabor a especies extintas y agónicas, un sabor a tierra llena de pesticidas, millares de aves en jaulas redondas… Sin más que desear un grito agudo, volví a divagar en los dioses y estrellas, por lo menos los dioses son obtusos, volubles, innecesarios y maleables; por lo menos las estrellas se esconden celosas en las nubes y los soles, tras aprende a iluminar por siglos de los siglos, después de apagarse…

miércoles, 28 de marzo de 2012

Lo que le debe cualquier hijo a su muerte…

Me debo un secuestro y un grito,
una estación de nieve y una de sakuras,
un canto de pueblo que llene las calles,
una neurosis intrépida y beligerante,
una fama de sangre formada en la lucha,
una estrella en la frente en el Congo,
un pedestal sin dioses profanos
donde se pose una madre y un maestro,
un campo de trigo con pan para todos,
un ocaso sin silencio que suene dolorido:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo a quien amo y le debo tanto,
una sonrisa sin locura, una casa en la colina,
una estrella enfilada en la penumbra,
un penumbra para la paz y el descanso,
un jardín con orquídeas, olmos y frangipanis.
Me debo una copa de vino de abedul,
una lluvia de estrellas despejada y fría,
un ánfora de vino dulce para el hombro,
un libro de pensares para el viento,
un cantar de los cantares al silencio…
Me debo dos gárgolas en el pórtico,
concluir el viaje con Calos, Nix y Brondor.
Me debo las risas de los somnolientos,
el placer del que duerme con sueños,
la cortina a la razón en la alegría.
Le debo a mis hijos la ilusión y el sueño,
el amparo que lucho por conseguir día a día.
Me debo a mí mismo el ser cuando ausente
lanzo las cometas a bregar sin viento:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo un ángel que reparta maná,
sin discriminación del día ni descanso.
Una mano de dios en el arado y el libro,
una mano humana en la curul y el banco.
Una iglesia que adore al jaguar y al sinsonte,
antes de que sean mitología arcana,
me debo el placer de arrebatar a los mitos
las enseñanzas buenas, y las enseñanzas buenas
desprenderlas de la fe y los mitos corruptos…
Una bomba nuclear sobre los dirigentes,
para que recuerden lo que es el hambre,
el frío y la peste, sin traje ni nombre…
Lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Les debo lo que les debe cualquier
riachuelo que al andar se cruza.
Me debo lo que el ser reclama para todos,
me debo lo que la mano consigue en la justa…
Me debo el segundo de felicidad de Jayyam,
el amor a la nada del existencialismo,
el superhombre de Nietzsche,
la rosa de Cocorí, el zorro del Principito,
una canción para Facundo, Sabina y Che,
el poema de Debravo que tanto degusté,
el primer alimento del niño y su llanto,
su noción de inocencia y sorpresa:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo lo que sé en mi inmarcesible ignorancia,
el trazo que me empuja a un razonamiento,
el ímpetu que me empuja a una aventura,
el deseo de poner a cada casa un cimiento…
Me debo lo que soy, aunque tanto me debo:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Cansío de poetastros mamarrachos...

Cansío de poetastros mamarrachos
inundando lares claros con marismas,
verborrea de amores platónicos,
sin saber lo que la palabra atisba…

Esbozo un beligerante espacio,
donde se plasme otra esencia,
buscando un lugar algo sombrío,
para blandir verdades sin clemencia…

Y la pluma torna en espada umbría,
y las manos en garras afiladas,
es hora de apuntalar algunas filias,
es hora de desalar algunas hadas…

Abro pues, desde mi pletórico mundo,
un reto al sano duelo y la danza,
al verso felino, fino y profundo,
de demonios y ángeles, de caza…

En Caliope monto galope sin freno,
guadaña en mano y casco renegrido,
que alguien haga sonar al Trueno,
y los guerreros hallen su sonido…

miércoles, 1 de febrero de 2012

Apostasía...

He devorado a los dioses caóticos, aderezando su sangre amarga con un poco de razón y lógica… Me he deleitado profanando los abismos pletóricos de dogmas, con un poco de ironía y elocuencia…
Inmerso en las capas más astrales, más terrenales y animales, esencias probadas por evolutivas sendas, bosques sinuosos creados por ignorancias, desiertos de conformismos ciegos y poca humanidad consciente.
Ilusos acaso serán mis congéneres que se debaten por cruces mientras los etéreos lanzan dados y azares. Dioses que duermen la siesta de hace milenios, aprobando el albedrío y marchando a otras galaxias, mientras algunos patanes se visten de sabios y papas, para dominar a los más que, aborregados y en ignorancia, insultan a los creadores.
Ergo, la culpa es de los dioses, por hacer la razón opcional, al igual que el trabajo, al igual que la firmeza, por hacer al animal racional y dotarlo de cabeza, sin enseñarle a usarla u obligarlo a hacerlo.
Y tomé la palabra del mesías judío, que se supo escribir en romano; para llevarlo al sentido concreto y quitarle lo mundano, quitarle lo romano, quitarle lo burdo, quitarle lo politizado y más que un libro de idolatría a un Jesús crucificado le hallé increíble semejanza con los tratados nietzschelanos.
Por ello, siempre argumento con escarnio, cuando alguno mira a su dios con la ofensiva mirada de un fondo de bancario, con la obtusa necesidad de una biblioteca, con la mediocre noción de un bastón cuando se tienen las manos. Y recuerdo, como enfermo algo que me dijo un dulce viejo llamado Victoriano: “a dios rogando y con el mazo dando, uno puede dejar de rogar, pero jamás dejar de dar con el mazo…”
A los dioses se les agradece en el silencio de la paz, en deber cumplido, en el plato bien ganado, usando las manos para lo que se hicieron las manos, usando la consciencia para más que leer el diario.
Repetir un nombre y un salmo, sin entender más que lo que las letras dicen, memorizar pasajes manipulados por humanos, eso lo hace cualquier simio que se crea cristiano, más el simple hecho de darle gracias a un cristo, es idolatría desmesurada hacia un hijo cuando la gloria debería ser sólo del padre.
Creer por creer, por la necesidad de creer, vale igual que no creer, saber creer más allá de los dogmas y la fe, eso es hermanos míos mirar la vida y comprender.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Dioses, maestros y padres...

Alguien corre, como si la salida
se encontrará tras la puerta.
Alguien reza, como sí la verdad
estuviera escondida bajo la mesa.
Alguien lucha; tratando de hallar
su libertad en otra guerra.
Alguien canta, tratando de fecundar
esperanzas en la roca seca.
Y mañana,
el que corre se sentirá agotado
por jamás encontrar aquella puerta.
Y mañana; quién reza se hallará retorcido
de escarnio e impotencia.
En el alba,
el guerrero ensangrentado se hallará
sin libertad y sin tierra.
Y el cantor recogerá margaritas
para la tumba de sus manos y sus piernas.
Ayer el cantor negó la lucha
como parte de su tarea.
Ayer el guerrero obvió el canto
como arma en la palestra...
quién reza nunca puso el paso,
ni el empeño ni la fuerza y,
quién huye, obvió el honor
de quién busca la respuesta.
Mientras tanto los maestros
y los dioses y los padres se olvidan
de dar la caña y no la cena,
y dejan a sus hijos corromperse
en mares de excusas sin respuestas...

sábado, 28 de mayo de 2011

Crónica de un círculo vicioso

Como la crónica de un círculo vicioso:
Rumiantes y apacibles, estúpidos pueblos…
Formas borrosas de leyendas ancestrales,
recuerdos antiguos de batallas históricas,
héroes de cajón, héroes fusilados,
vendedores de asedios sin batalla,
proxenetas de curul y cuello blanco.
¿Es más fácil aceptar las migajas en silencio,
que alzar la voz hacia la masa dormida?
El sentimiento de ira frustrada en la garganta,
la sangre haciendo pucheros de impotencia,
los pocos cuerdos peleando entre sí,
los defensores ambidiestros por costumbre
terminan sirviendo a nadie y ganando nombre.
Ver el hambre en las calles como plaga,
el desempleo aflorando como lepra,
la ignorancia haciendo gala en los jóvenes,
ineptitud y aborregamiento en los maestros,
iglesias llenas de falsos creyentes,
urnas llenas de falsos ciudadanos,
dioses tomándose el cabello entre manos,
igual de impotentes para marcar caminos,
los recuerdos hechos marcas comerciales,
las ideas hechas papel amarillento.
En las calles las masas pueden pedir
con golpes de pecho ensangrentados,
mas sólo los golpes de remo y de martillo
son quienes hacen parir la libertad.

miércoles, 13 de abril de 2011

La canción más bonita del mundo...

(Una respuesta a Sabina, una alegría gracias a Evelyn...)

Yo que buscaba el toque de Midas,
para escribir la canción más bonita del mundo,
terminé extraviado, confundido en las esquinas,
pasando por absurdo y por trillado lo profundo…
Hasta que aquella noche sin pensar en nada,
en el fondo del bullicio y el alcohol,
coreamos y gozamos toda una “sabinada”
sin “Siete crisantemos” ni “Peor para el sol”.

Desde entonces las mañanas hacen cuna
a los sueños que se fraguan con locura,
a las caricias el amor que estriban la cordura,
a las noches de palabras y hermosas lunas…
Al atisbo de un futuro y un paraíso
nacido de los labios y las manos amadas,
la mirada profunda que sin notarlo hizo
que volvieran los dragones y las hadas…

Para escribir la canción más bonita del mundo
no hicieron falta los versos perdidos y olvidados,
para escribir la canción más bonita del mundo
no se necesitan palabras y acordes complicados,
para escribir la canción más bonita del mundo
sólo tuvimos que reescribirla y sentirla aunados,
dejando que el mundo se perdiera como el humo,
perdernos en el mundo y sentirnos encontrados…

miércoles, 23 de marzo de 2011

Avallach-13-El retorno

A la mañana el sol rayaba sobre nuestros rostros somnolientos. Nos levantamos presurosos y de nuevo montamos, en menos de un cuarto de sol ya estábamos en las puertas del centro de la Comarca.
Nuestra llegada causó gran revuelo, parecía que un hijo pródigo volvía a su casa. Rápidamente entre el tumulto Neter salió a nuestro encuentro.
—Espero que estés bien, hermano, ¿cómo ha estado el viaje?
—Es un gusto verte Neter, pues debo confesar que apenas comienza, el viaje se alargará quizá más allá de mi vida, recuerdo que en mis tiempos mozos Claus se ausentaba por lunas y lunas, creo que ahora comprendo porqué lo hacía, en fin estoy en casa de nuevo, aunque sea por poco tiempo. —Áluster por su parte, trataba de acercárseme silencioso, el gentío no nos dejaba avanzar mucho.
—Bien, es hora de que todos vuelvan a sus tareas —dijo Neter—, hoy en la noche habrá una fiesta, así que todos aprontaos a terminar, ya el inviernos se aproxima y debemos estar preparados para su inevitable llegada. —Rápidamente todos volvieron a sus tareas. Ya a solas Neter nos invitó a sus aposentos, no nos caería mal un trazo del confort hogareño. Durante el trayecto finos recuerdo nublaron mi mente: los tiempos dulces en que corríamos por doquier después de nuestras usuales travesuras infantiles mientras la señora Carmat nos perseguía para tirarnos de las orejas por haber quebrado dos macetas de su casa en nuestras aventuras; las tarde de verano en los festivales de la Comarca, donde todos los aldeanos volvíamos al centro a celebrar la fundación, para esas noches los fuegos aéreos de Claus que hacían resplandecer el cielo con colores indescriptibles, formas de dragones y nereidas, serpientes y pegasos; en fin tantos recuerdos dulces y nostálgicos. Por su parte Áluster esquivaba las miradas algo libidinosas de las amables aldeanas, admirado o desilusionado de la simpleza de las construcciones nuestras: chozas de roca y barro con techos de madera, las tucas apiladas para ser convertidas en lecha y a los hombres y mujeres dirigiéndose al río a lavar la ropa. El centro del pueblo era una calzada simple de lajas de granito, la fuente de la ciudad estaba descompuesta desde hacía dos primaveras, así que para estos tiempos no era más que un cúmulo de hojas resecas de muchas familias de árboles. Los faroles eran teas improvisadas con aceites y alcohol de madera, sin gran magia ni conocimiento arcano o natural. Pronto ya estábamos en la casa de Neter, y de nuevo mi palabra volvió a encontrarme…
—Neter, y cómo va todo, miro todo como antes, pero no sé si ha ocurrido algo.
—Pues en menos de una luna la parte cruda del inverno tocará nuestra puerta, así que no hay más que hacer que continuar —respondió Neter—, aunque hemos prometido empezar de nuevo en la primavera.
—¿Empezar de nuevo? —Preguntó Áluster, robándome la iniciativa en la pregunta.
—Si señores —respondió Neter efusivo—, hemos decidido, empezar de nuevo en la búsqueda de las artes olvidadas, retomar el conocimiento, descubrir, aprender y enseñar a nuestro pueblo, las artes antiguas, que se han dormido en más de seis mil otoños. Es hora que todos los niños sepan tocar los laúdes, que todos puedan retomar el habito de la lectura y el conocimiento, el arte. Hemos decidido dejar de ser simples aradores de tierras y comerciantes pues, aunque estos oficios son nobles y necesarios, queremos reaprender junto con los elfos y los libros.
—Un instante —interrumpí—, nunca ha sido prohibido o restringido, los conocimientos siempre han estado para quién quiera tomarlos…
—Es correcto, pero a veces ver las cosas como cotidianas hacen que se le presten menos importancia —sabiamente respondió Neter—, en estos días de ausencia, he hablado con los pueblos y hemos decidido retomar la idea inconclusa de Hiperión: La Academia.
—Me parece genial —dijo Áluster—, a pari deben saber porqué la idea anterior fue desechada: los humanos siempre son humanos y las filias de poder pueden corromper y arrasar, cuando en sus tiempos Hiperión trato de formar la Academia, cuenta mi pueblo que el hijo de Náyax ayudó en su formación, pero rápidamente el conocimiento generó rupturas y por eso lo que era un pueblo sólido se dividió en la Comarca, lo que pudo ser una ciudad enorme y prospera se transformó en poco lejanos pueblos divididos por planicies e indiferencia, ahora la Comarca es la Comarca, simplemente asentamientos distanciados por búsqueda de mejores condiciones para las tareas, pero tardó muchas primaveras en que fuera simplemente eso de nuevo. Creo que es mejor no abrir algunos cofres que aunque tentadores y alucinantes de invitaciones a tesoros, pueden ser simplemente mimos o pesadillas camufladas…
—¡No digas tonterías —algo irritado interrumpió Neter—, los tiempos han cambiado, nuestro pueblo ha estado en paz desde hace mucho tiempo y el conocimiento sólo lo hará más compacto y fuerte, podremos aprovechar mejor el tiempo y hacer más por Avallach, la decisión es nuestra y ha sido tomada!
—Cierto —dije—, la decisión es humana, y como tal debe ser respetada, pero antes de tomar decisiones a la ligera, es mejor preguntar a quién, por el paso del tiempo, puede con su sabiduría guiarnos. Sino dime: ¿por qué no fue uno de los proyectos de vida de Claus?, acaso el conocía algo más allá de los embates del deseo de crecer, quizá sabía que el conocimiento real lo da la Natura y no la Academia, a veces el ingenio es la mejor manera para que las empresas surjan, no es secreto que no puedes a enseñar a alguien a tomar el pincel sino ama hacerlo…
—¡Basta —dijo Neter al borde de la ira—! Parece que tu visita a la ciudad de los elfos te hace más digno a tus ojos que yo para dirigir a nuestros pueblos, pero fue la visión de Claus ponerme acá, que yo tomara las riendas y tu te dedicarás a la historia. Sino estás dispuesto a seguir la decisión del pueblo sabes como entrar y marchar de acá, pero no toleraré defraudes mi confianza poniéndote a contrario sensu de lo que ya hemos pensado, como pueblo.
—Creo que no hay más que decir —respondí, mientras Áluster me miraba indignado—, hazme el favor de repartir mi rebaño entre el pueblo déjate tú la cabrilla blanca, me has invitado a salir del pueblo y así lo haré, espero que tu idea no te muestre que si nadie lo volvió a hacer no es porque es tarea imposible, sino que fue por algún detalle que tú si lograste encontrar. Por último te recuerdo que no tienes nada que demostrar, y creo necesario decir antes de partir que no creo que Claus estuviese de acuerdo, pero ahora tu eres el líder, y espero volver pronto para ver el fruto de la semilla que deseas plantar. Hasta el próximo otoño, Neter que la Natura les proteja en este invierno. Despedíos de mi parte ante el pueblo… —Así, antes siquiera de entrar a su casa, Áluster y yo abandonamos el pueblo, los ojos del pueblo nos miraron con extrañeza. Pasamos a mi cabaña a reposar un poco. Ya al ocaso después de varios té y un cambio de ropa, salimos de nuevo al trote, en el pueblo se esbozaba distante la alegría la fiesta se suscitaba en ausencia de los festejado, o por lo menos quienes habían servido de excusa para ser convocada. Estucurú volaba bajo, los nublados cubrían la noche, rápidamente la lluvia gélida de las praderas tomaron control de la noche. Shire y Appaloosa emprendieron el galope. Yo miraba a distancia los fuegos y la algarabía que seguí a pasar de la lluvia torrentosa, esperando haber tomado el mejor camino para la Comarca y para mi tarea.

Avallach-12-Secretos en la Penumbra

Al momento de ingresar a la gruta apronté a elevar la lámpara ofrendada por el Maestro, así la cueva paso de penumbra absoluta a un trecho intrincado pero maravillosamente iluminado. Fui testigo por primera vez de los secretos que esconde la penumbra, de la belleza presente pero camuflada en la sombra; la primera vez que entré el miedo y la obscuridad se enseñorearon de mi vista, solamente me enfoqué en perseguir aquella diminuta flor que me guió hacia la salida, ahora veía la inmensa variedad de hongos multicolores y los musgos finamente plegados en las paredes formando tapices. Ahora notaba la hermosura de las estalactitas goteando incesantes y el sonido acucioso de las gotas golpeando las rocas formando estalagmitas u orificios en las rocas victimas de su caída. Los murciélagos se tapaban el rostro: no estaban acostumbrados a la luminosidad de mi lámpara, aunque algunos se aventuraron a ver como si supiesen que la luz de ésta no lastimaría a nadie. Lo que me causó extrañeza fue el cese de los murmullos, los duendes y las hadas se nos escondían o por lo menos eso parecía.
Ahora entendía que, más que protección, los duendes y las hadas tenía maravillas en la penumbra de la cueva: invitaciones a los viajeros a mirar más allá que con los ojos, quizá usar el tacto o el oído, imaginar un poco sin necesidad de ver, en fin aprender a encontrar la magia aún en la penumbra.
En primer contacto lo tuvimos después de unos ochenta pasos admirando la belleza, tuvimos el primer encuentro con un duende. Salió del fondo de una cámara pequeña su cabeza y de inmediato la escondió. Pronto estuvimos en presencia de dos duendes y tres hadas.
—Salutaciones viajeros. —Dijo un duende
—Es un gusto verles de nuevo Áluster —dijo en gesto halagador y picaresco una de las hadas—, Calos, la reina os espera…
—Sabía la reina de las hadas que vendríamos… —Exclamé intrigado.
—Supo de tu llegada al pueblo de los elfos y, siendo esta la única entrada o salida, esperaba tu llegada.
—Vamos pues Calos —dijo Áluster—, no es bueno hacer esperar a tan dulce presencia. —dicho esto las hadas nos guiaron en silencio, yo discretamente interrogaba a Áluster.
—¿Conoces a la reina de las hadas?
—Casi todo elfo la conoce, cualquiera que haya salido alguna vez de nuestro pueblo por esta ruta pasa a saludarle.
—Comprendo y: ¿Cómo es?
—No seas impaciente Calos, falta poco para que la conozcas y lo averigües…
—¿Cómo debo actuar ante ella?, nunca he estado frente a una reina…
—Sólo recuerda lo que aprendiste con Nissum… —antes que nos percatáramos ya no era necesaria la luz de la lámpara, la habitación estaba repleta de musgo luminoso y enormes cristales, así que la cubrí. Parecía que caminábamos sobre el cielo nocturno, tropezaba a veces con algunos asteroides por estar viendo la cercanía de las estrellas… noté entonces que las alas de las hadas tenían luz propia, atrapaban la escasa luminosidad y la reflejaban con los colores del arcoiris sobre las paredes y los techos, como pequeños prismas sobre las rocas y las vetas de cuarzos, diamantes y metal (es curioso describir las maravillas que un poco de luz puede hacer saltar en plena obscuridad)…
—Hemos llegado… —dijo un hada (para mí la más hermosa de nuestras acompañantes).
—Gracias Nineta —dijo Áluster. Las hadas y los duendes se retiraron dejándonos de nuevo en penumbra. Hice entonces intentos de descubrir la lámpara, mas una voz melodiosa detuvo mi intento. Ante su partida las sombras lentamente consumieron la luz. Se respiraba un aire solemne, como cuando el sueño de invierno se hace presente con sus noches de suave llovizna, sumiendo el paraje en las formas amenas del descanso y, con un ánfora de vino de abedul, leemos un libro introspectivamente. Poco después, cuando las sombras ya eran eminentes, aquella voz dulce comenzó a hablar de nuevo, sin dejarse ver por el momento.
—Avancen sin temor entre las rocas, cuando todo inició así se veía espacio, completamente obscuro y desolado, los pies de los primeros no dejaban de tropezar, sólo la magia de las alas de las hadas podían iluminar los senderos, la belleza tenía tonos medios, pero no dejaba de ser belleza, la luz era una simulación de la que hoy conocemos pero la adorábamos como magia y como luz, por ser la única guía que conocíamos. Mirábamos esa pequeña parte de La Natura y nos maravillaba como se maravillan ustedes al ver los hongos luminosos de estas cuevas, solo ocupan un pequeño resplandor para enceguecer. Acérquense sigan esta voz en la penumbra como lo hizo el primer Kodama hace ya infinitos tiempos. —Áluster con confianza inició la caminata entre las rocas tomó mi hombro para que le siguiera, yo un poco más temeros, trastabillando entre las estalagmitas y los hoyos de las rocas erosionadas por las los golpes del agua… A los pocos pasos, detrás de una inmensa roca, un resplandor áureo se desprendía junto con la voz que nos hablaba. Debo confesar que estaba más que asustado, cuántas invitaciones dulces pueden ser trampas arteras, como el canto de las nereidas furibundas que puede sonar como el más angelical de los cantos. —Avancen hijos de los nuevos pueblos de Avallach, de las historias antiguas y las leyendas esbozadas de voz en voz, hijos de los sueños de los primeros pobladores de esta isleta que en un tiempo no era más que una roca y hoy por hoy es nuestra dulce morada. —Al llegar al pie de la roca, Áluster se arrodillo en acto de reverencia, yo un poco confundido me mantuve en pie, no obstante Áluster de inmediato me tiro del pantalón para que me reclinara, así que lo hice, pronto la luz empezó a subir llenando poco a poco la inmensidad de la cueva con un resplandor impresionante
—Salutaciones reina —dijo Áluster—, es un placer gozar de su invitación.
—El placer es todo mío, jóvenes viajeros, poneos en pie, dejad las reverencias para los fallecidos, para aquellos que han encontrado el descanso de La Natura… Parece que a este joven se le ha escurrido la lengua junto con la oscuridad al ver mis alas… —yo miraba pasmado su belleza y su lumínica esencia, parecía que un aura dorada emanaba de su piel, como un campo de energía nacido de sus poros, mientras mi mirada continuaba perdida en su forma se acercó y sujetó con suavidad mi rostro, sólo sentí un dulce calor rozando mi faz, pronto mis ojos se cerraron de gozo y mi cara sin notarlo empezó a sonreír, rápidamente reaccioné y comencé a hablar…
—Disculpa mi silencio —dije mientras volvía a abrir los ojos—, mi nombre es Calos…
—Lo sé —interrumpió el hada—, tu nombre ha corrido por los árboles, Calos el oyente, el nuevo orador de la Comarca, el designado por Claus para continuar con su estoica tarea, serás quién mantenga viva la magia de los relatos que nos recuerdan los tiempos más duros, tiempos que fueron el maravilloso parto de esta maravillosa tierra.
—Disculpa la impertinencia —dije con algo de premura—, hermosa reina, más de ti sólo conozco leyendas, ¿cuál es tu nombre?
—Tranquilo Calos, El Oyente, sólo preguntando se encuentran las respuestas, he tenido muchos nombres, antes de los tiempos, incluso antes de el invierno de las incontables lunas, mi nombre ha mutado para facilidad de los oídos, para facilidad de los lenguajes, para facilidad de las especies, más aún recuerdo mi primer nombre, el mismo me lo ofrendó aquella criatura a quién yo llamé Kodama, el primero entre los primeros, mi nombre antiguo es Ixcamuné, aunque con el paso del tiempo me han llamado por el nombre que mayor tiempo ha perdurado: Lucyla. —Mientras ella hablaba yo la admiraba, vaya que es hermosa, como de seis pies y medio, tez blanca y lozana, no aparentaba más de veintidós primaveras, aún que por su plática se demostraba que era la primera criatura que vivió en este plano. Su cabello negro profundo y grueso, como hijos de ébano cortados desde el centro, su cabello era adornado por mariposas fluorescentes que al desplegarse de su cabeza perdían los tonos vivaces y parecían simples polillas. Sus ojos alargados y negros, profundos como un abismo rodeado por altas murallas de mármol blanco, sus cejas gruesas y negras. Labios gruesos y carnosos, parecían manzanas frescas en tiempo de cosecha. Su cuerpo voluptuoso, con curvas hermosamente moldeadas, no era ni flaca ni gorda, simplemente proporcionada y equilibrada. Vestía una túnica de ceda casi traslucida, pero la luminosidad de sus poros le hacía parecer una túnica de oro macizo. Sus alas transparentes se plegaban desde su espalda, iguales a las de una mariposa, más cuando posó por completo sobre el suelo, se camuflaron entre su túnica.
—Hemos venido a saludar y a despedirnos —dijo Áluster—, vamos a comenzar un viaje por todo Avallach, en busca de las historias de la nuestra llega a esta isla.
—¿Qué buscan precisamente? —Cuestionó Lucyla—, tal vez yo pueda ayudarles.
—Gracias señora —contesté— fundamentalmente queremos saber cómo ha sido la vida de los pueblos desde la llegada a Avallach, si existe algo que se haya perdido con el paso del tiempo en las historias, algo que agregar o corregir y, por sobre todo, deseo encontrar parte de la historia de la llegada, cómo fueron los inicios, dado que la historia para mí queda inconclusa, sabemos que llegamos pero cuanto tiempo paso para que Avallach sea lo que es ahora, sé de la montaña de domos de los elfos la cual duró cientos de otoños en concluirse, quiero saber qué más hay en cada uno de los pueblos, qué hemos conseguido en este exilio que sabe a hogar.
—Vaya que eres intrépido joven Calos —argumentó la reina—, existen razones que descubrirás con el paso de tu viaje, las cuales te enseñarán porque los secretos son secretos y las historias: historias, de mi parte tengo mucho que contar y que callar, hasta que llegue el momento correcto, quizá tu viaje inició a destiempo, te llevó a pasar por el último lugar debido. Debo confesar que tu mirada no la veía hace mucho tiempo, esa curiosidad quizá es la que te ha hecho el nuevo orador y el correcto, inconforme por las historias quieres redescubrirlas, atar cabos sueltos y difumar cualquier ambigüedad, la misma simiente tenía un viejo amigo que descansa en el jardín de los elfos…
—¿Claus, El Viejo? —pregunté.
—No joven Calos, habló del primer humano que tuvo el honor de dormir junto con los elfos, y hacerse un roble de más de seis mil otoños, un viejo amigo y compañero de batalla: Hiperión, el portador del poder del trueno y la lluvia. —tanto Áluster como yo, nos quedamos impresionados.
—Es un honor muy grande el que me concede señora Lucyla, jamás pensé ser digno de compararme con el padre de nuestros pueblos —respondí—, aunque no creo ser merecedor de tan halago.
—Como te dije —respondí la reina—, hay secretos los cuales sólo se revelan con el tiempo, sólo te digo una cosa para tu consciencia y delirio, algo sobre el viejo Hiperión, como sabes Hiperión no era el más fuerte de los alumnos de Kelsut, eso es completamente cierto, más su poder pudo vencer a los hechiceros en el último combate, y fue por una razón, era su corazón y no la ambición o los deseos de grandeza lo que gobernaba sus actos, su honor más allá del interés, esa era su verdadera fortaleza. Hiperión aprendió una lección, la cual dejaré a tu reflexión: la verdadera fuerza está dormida entre las venas de todos, sólo se requiere invocarla y según como se invoque así será el resultado, según el mecanismo y la forma y el fin. Si te mueves por ínfulas o deseos transgresores, tu fuerza será una mínima expresión de lo que podría ser, aunque el paso de un árbol cayendo puede ser devastador, es más fuerte e imponente el susurro de uno que crece y sobrevive a los golpes del viento, las plagas y las sierras. —Guardé silencio por un rato, tratando de entender la plenitud de sus palabras, mas al no conocer la fuerza ni los motivos comprendí que era una de esas lecciones que no se puede asimilar hasta que el tiempo la pone a prueba, más que una lección era un principio.
—Gracias señora, espero algún día encontrar esa fuerza que menciona y usarla correctamente.
—Tranquilo Calos, ya llegará el momento en que las historias se formen nuevamente —me dijo Lucyla—; mas ya es hora de que marchen, les esperan muchas lecciones en el camino, cuando hayan recorrido Avallach, vengan a mí si les quedan fuerzas aún para seguir…
—Gracias señora, siempre es un placer gozar de su invitación —respondió Áluster—, y no tenga cuidado, nosotros volveremos, con la energía, la fuerza y la sabiduría que este viaje nos ofrende.
—Una cosa más —dijo Lucyla—, ya que van a recorrer Avallach, lleven esto a la ciudad de los enanos —al extender su mano, dos hadas trajeron un escudo de cristal hacia nosotros—, llevad esto y pedid que lo coloquen en puerta de su ciudad, es un tesoro que lleva muchos años acá y es hora de que vuelva a su hogar.
—Es una promesa señora, esté escudo será devuelto a los enanos. —me llamó ampliamente la atención la dureza del cristal, y las marcas de lucha que marcaban su prístina forma, pensé cuantas historias podría contar si existiera manera de que un objeto inanimado hablare.
Si más volvimos a nuestra ruta, bajo la guía de las mismas hadas que nos dieron el escudo, a la salida de la cueva, nos esperaban nuestros caballos y Estucurú, además unas bolsas con provisiones extra, fundamentalmente hongos comestibles y medicinales.
De nuevo nos encontrábamos camino a la Comarca.
Tanto Áluster como yo, guardamos silencio, era extraño, quizá ambos pensábamos en algo dicho por la reina Lucyla, a fin de cuentas existen demasiados misterios aún ocultos e historias por escribir…
De pronto la noche se encontraba cubriendo el plano, el Sol se ocultaba por el arrecife de las nereidas y la luna que había acompañado al sol en su viaje se posaba discreta cerca del cenit.
Aprontamos pues a buscar el sueño, aunque ya estábamos cerca de la Comarca, preferimos acampar bajo la protección de un silex.

Avallach-11-La Hégira

Al fin estuvimos sentados a la mesa, la cena fue similar a la de los últimos días, ensaladas y huevos de codorniz, sopa de tomate y unas patatas azadas al romero.
Áluster estaba sentado a mi diestra, Amenis a la derecha, Ifrit, El Maestro a mi frente Cristal, Tephis, Eucarí y Lamu distribuido en el resto de la mesa redonda. Ellos conversaban de temas variados, yo por mi parte ante la acuciosa mirada de Amenis, Áluster e Ifrit, mantuve un silencio sepulcral hasta la hora del sueño…
Cuando todos emprendieron la partida a sus moradas (a excepción de Amenis, Áluster y, obviamente, mi anfitrión Ifrit, El Maestro), por fin abrí la boca:
—Maestro, disculpe la molestia, esto es para usted —dije mientras le ofrecía la carta escrita por Claus, El Viejo
—¡Ay, muchacho!, ahora comprendo tu silencio, has abierto el tercer legajo… ¿Le has dado lectura a consciencia y completa? —cuestionó Ifrit mientras los restantes elfos mantuviéronse en silencio para tratar de comprender algo de la conversación
—Si Maestro, lo he leído, pero ahora tengo un maremagno de dudas calándome el cerebro…
—No es de extrañar joven Calos, si a mí, siendo parte de la historia, aun me confunde y duele escuchar las veraces palabras del mismo Hiperión. ¡Vaya jamás pensé que alguien al escribir pudiese tener tan buena memoria y lujo de detalle…!
—Si Maestro, ¿entonces usted puede dar fe de la veracidad absoluta de la totalidad del relato, complacería usted a mi psiquis que me atormenta con tanta duda…?
—De poder hacerlo, lo puedo hacer, pero esa no es mi labor.
—¿A qué se refiere maestro? —dije con un tono casi sollozante
—Mira Calos, eres joven, comparado con muchos de nosotros: la historia se modifica, y por más que se intente se cambia relativamente poco o violentamente, conocí la historia de Hiperión, pero no podría jurar en nombre de La Natura que lo que leíste sea completamente veraz. En nuestra biblioteca está la copia original escrita por Hiperión, posteriormente trascrita por Muninn y después por decenas de decenas de oradores, muchos simplemente cuentacuentos sin deseo de ver más allá de las hojas. Estos cuentacuentos nacieron de la necesidad de seguir promoviendo el conocimiento entre tu especie, pero se dedicaron a creer las letras escritas por humanos como si fuesen palabras de la misma Natura, cuando ella usa otros lenguajes más sutiles que la tinta y los papiros. Incluso si pusiera en tus manos el texto original no podrías comprenderlo aún, porque está en una lengua ajena a la tuya, está escrita con una mezcla de idiomas para evitar que se conociera sino se dominaban las antiguas lenguas de los elfos, los humanos, los enanos y los trasgos, incluso hay páginas escritas en lenguaje de árbol. Por ello no puedo hacer lo que solicitas…
—Pero maestro, usted domina todas esas lenguas…
—Si Calos, yo puedo leer esas páginas como si fuese un texto escrito en el lenguaje usado para las canciones de los niños… pero no soy yo quién solicita el conocimiento, por tanto no soy yo quién debe conocer todo eso para poder obtenerlo. Si quieres un árbol debes plantar y cuidar una semilla, la creación espontánea es sólo mitología, no existe un ente capaz de crear, ni siquiera La Natura, ella sólo es el orden y el equilibrio, no la fuente. —Al decir esto tanto Áluster como Amenis quedaron perplejos, completamente atónitos ante la contradictoria visión de su maestro…
—Entonces Maestro —dije—, si es este un conocimiento que debo conseguir por mis propios medios, puede usted indicarme por lo menos cómo hacerlo.
—Claro Calos, la ambición de ese conocimiento es elemental para tu oficio, por tanto jamás podría negarme a ser tu maestro. Sólo que en estos momentos ya mis huesos están demasiado viejos para hacer el viaje contigo.
—No importa Maestro, la sed es mía, dígame donde está el río, yo puedo ir por él.
—¡Exacto—exclamó el anciano—… eso es, antes me pedías agua para aplacar tu sed, ahora me pides dónde encontrarla, igual podría engañarte y perderte, podría darte el camino más largo, estará sobre ti la decisión de dejar de buscarla o continuar!
—Con eso basta. —Respondí mientras Ifrit abandonaba la habitación, todos le seguimos, todos teníamos dudas, todos queríamos aprender. De pronto estábamos en su biblioteca, la estancia más grande de su casa, una habitación oblonga y curvilínea, amurallada por estantes de más de diez pies de altura con un espacio de no más de cinco entre estante y estante como un pasadizo, los estantes se extendían más allá de la vista, como un camino largo para el conocimiento pude calcular unos ciento diez pasos de la puerta hasta al final. Obviamente el fuego estaba prohibido en esta habitación así que al entrar la única luz la brindaban las luciérnagas y la luna además un enorme diamante puesto hasta el final del pasillo. Cuando llegamos al final, Ifrit tomó en siete libros (con un poco de dificultad), les sacudió el polvo (imaginé entonces que debían estar ahí desde hace más de sesenta ciclos solares y el último en leerlos debió ser el mismo Claus). Así emprendimos la vuelta hacia la sala principal de su casa, una vez ahí puso los libros sobre la mesa y continuó hablando…
—Pues bien Calos, esta es la ayuda que puedo darte. —Inmediatamente puse mi atención sobre los libros seis de ellos estaban forrados con hojas de verdes, pese al paso de los años y el otro con un una piel oscura, para conservarle mejor al paso del tiempo. El de cuero rojo contenía algunos pictogramas curiosos, sin embargo me llamaron la atención los otros seis, estaban completamente en blanco…
—Maestro… disculpe mi ignorancia… ¿Qué es esto? —pregunté, y por la mirada de mis “jóvenes” amigos todos estábamos en el mismo punto de conocimiento.
—Pues bien —respondió Ifrit—, este libro —señalando el de cuero rojo—, contiene las rutas de todo Avallach, asimismo te ayudará a evitar peligros inminentes o buscarlos, como gustes y creas, desde los caminos de la cueva donde habitan las hadas, las calles de La Comarca, hasta las rutas más recónditas de las minas de los enanos. Será tu guía cuando camines buscando el conocimiento, igual puedes buscarte tú tu propia ruta, ya bajo tu propio riesgo…
—¿Y los libros en blanco? —Preguntamos todos al unísono…
—Respóndetelo tú, ábrelo y sóplalo —incrédulo lo hice, en la primera página se escribió un signo de pregunta… Casi me caigo de la impresión, como un soplido podía escribir en un libro. Amenis y Áluster no se mostraron tan maravillados.
—¿Qué ocurre? —pregunté. Inmediatamente Ifrit contestó.
—Estos libros transcriben del lenguaje de los árboles uno que domine el escritor, los árboles hablan a través del soplo del viento, así si piensas en las historias que te han contado el libro se llenará para que logres conservar la esencia de cada uno de tus conocimientos. —Inmediatamente, empecé a pensar en todo lo que había vivido desde la primera noche en que comenzó esta historia, aquel día que acudí a escuchar de la voz de Claus la primera historia de este otoño. Luego soplé suavemente sobre las hojas del libro y después de borrarse el signo de interrogación se llenó la historia hasta este punto, todo lo demás continuó en blanco: ahora tenía un diario.
—Te doy varios tomos de estos libros mágicos, así podrás retomar todas las historias que quieras para comprender, después analizar y estudiar los eventos con mayor tranquilidad. Además te ofrendo esto… —sacó de su túnica un extraño sello y lo colocó en mi mano— ésta es mi runa, mi sello particular, como elfo, mago y erudito en muchas artes ocultas a las cuales tú aun no tienes acceso. Esta runa te servirá para que el mundo sepa que eres uno de mis alumnos y por ello te darán toda la información que solicites. Por si fuese poco, mi runa es la llave para varios lugares y misterios que sin ella no podrán ser develados. Úsala con prudencia, aquel que trate de falsificarla o corromperla sufrirá de un hechizo que he puesto para protegerla. —Todos nos quedamos boquiabiertos, Ifrit, El Maestro, le ofrendaba a un simple humano la llave de todo su conocimiento, un pasaje sin costo a los misterios milenarios de todas las especies.
—Gracias maestro —respondí—, sé que no soy digno de tal honor…
—Ya te dije que debes dejar de someterte, esto no es un honor: es una herramienta, usarla con sapiencia es lo único que se te pide.
—Está bien Maestro, juro usarlas con honor y sabiduría.
—Tengo otras cosillas que podrán ayudarte sobremanera en tu viaje, joven Calos, algunas con carácter devolutivo, pero sabrás de ella cuando estés listo para emprender el viaje…
—Muchas gracias, creo que es hora de que vosotros busquéis el sueño, yo aún tengo una tarea más para esta noche…
—Esta bien, dejémosle solo —dijo Ifrit dirigiéndose a Áluster y Amenis. Estos un poco curiosos me miraban directamente a los ojos, mientras de espada caminaban hacia la puerta. —Hoy dormiré en la casa de unos amigos, siéntete como en tu casa Calos, El Oyente, ¡vaya que ese nombre te sienta bien…! —sin más se cerró la puerta, y con ello inicié la tarea de transcribir la historia de Hiperión, no actualicé el texto, lo transcribí tal cual aparecía, aunque algunas palabras como “iniesta” ya no se usaran, no es culpa de las palabras que las personas les olviden…
Al amanecer Estucurú, el fiel compañero de Ifrit, bastante semejante a él en su gesto de sabiduría y prominencia estaba posado en la ventana, medio dormido, ya las horas de la aurora eran demasiado para él.
Había terminado la transcripción, estaba listo para terminar otros pendientes y emprender el camino que mi sed de conocimiento requerían para vislumbrar los arcanos escondidos más allá del tiempo. Pronto Ifrit volvió a casa, yo lo esperaba con ansias, le entregué el legajo de la historia de Hiperión, y le informé que iba en busca de la señora de las serpientes, Nissum, a cumplir mi promesa, para poder viajar tranquilo… Ifrit simplemente acertó con la cabeza y me dijo que a mi vuelta estarían listas las provisiones prometidas y un té para mi despedida. Yo salí presuroso colocando bajo mi brazo los lienzos.
Rápidamente estaba ya en la puerta del domo intramontano y busqué la laguna de Nissum, ningún elfo cuestionó mi entrada, más bien me abrían paso de manera amable.
Ya en el estanque inicié el seseo llamando a Nissum, ésta se presentó ante mí subiéndose al sendero, fue tan impresionante su grandeza… pronto ella inició a sesear, mas yo no le entendía, así que guardé silencio y contuve el aliento, quizá aún no estaba listo, y recordé que sólo conseguiría su favor si podía entenderle sin necesidad de intérprete, mantuve la calma —repito— sabía que si me mostraba nervioso podría acabar siendo su merienda.
Pasó un rato ante la embelesadora mirada de la serpiente, pronto su seseo se volvió entendible… pronto estábamos conversando por medio del seseo.
—Así que has vuelto, te sientes listo para hablar conmigo o ser mi aperitivo…
—No, he venido a cumplir parte de nuestro acuerdo, acá te traigo un retablo del precipicio de Holm, el Abedul, para que endulces tu vista, es uno de mis mejores cuadros, espero sea suficiente para ti.
—Déjame verlo…—rápidamente se acercó mientras yo descubría el lienzo… —es hermoso, realmente, pero: ¿por qué lo ocultas bajo la imagen fría de un paisaje sin vida…?
—¿Lo oculto?
—Sí, Calos, el Oyente, por qué tratas de esconder un cuadro tras otro cuadro, las serpientes somos sordas, no ciegas, y aunque trates de esconderle cosas a nuestros ojos, jamás podrás ocultar los olores a nuestras lenguas…
—No fue mi intensión ofenderte Nissum, sólo seguí el consejo de Amenis, quien es parte del retrato, ella temía que se considerara vanidad y que su pueblo le reclamase por eso, en fin aún no entiendo el código moral de los elfos. Ella es hermosa y dulce pero tiene tanto miedo de cometer errores que se vuelve un poco opaca, es como si se ocultara una lámpara tras un mimbre, sabemos que está la luz aunque sea casi indistinguible…
—Sí, los elfos tiene mucho miedo de los sentimientos humanos, piensa que algunas actitudes pueden ser la debacle de todo su conocimiento y tareas, tratan de mantenerse puros de pensamientos humanos, pero a fin de cuentas se parecen demasiado a ellos, con la diferencia fundamental de que ellos si tiene un honor intransmutable y una consciencia inquebrantable…
—Así que es eso lo que ocurre con los elfos, tiene miedo de probar la humanidad y que les guste su esencia… o más bien perder la suya entre las marañas nuestras…
—Algo así, lo que no quieren es perder el camino hacia el naciente, que les enseñaron los kodamas desde tiempos inmemoriales, temen que las facciones humanas se apoderen de sus sentidos y terminar como los humanos que nos forzaron al destierro hace tantos inviernos.
—¿Puedo confiar en ti y los tuyos para mantener a salvo el secreto de Amenis…?
—Tranquilo joven humano, será un placer, además me gusta el cuadro. Por cierto me alegro que puedas sesear conmigo sin problemas…
—Pues, realmente estaba un poco temeroso de quedarme acá como un huésped en tu barriga, por culpa de mi impotencia. Solo que la conversación prefiero posponerla, tengo que emprender un viaje a por todo Avallach, así que vine a despedirme y agradecerte por lo que me has enseñado: el flujo natural y la relación entre las especies más allá de depredador y depredado.
—No hay nada que agradecer, aún sigo pensando en que eres un buen bocado… nos veremos entonces cuando termine tu viaje o el mismo te traiga de vuelta a este hermoso pantano…—Dicho esto Nissum entro lentamente al agua, pronto sacó su cabeza del agua…—¡Espera…!
—Dime Nissum, señora de las serpientes…
—Te pido otro favor, si en tu viaje vas por los pantanos de Karnicor, el pantano de las brumas perpetuas, busca a mi hermana gemela, y entrégale esto —abrió sus fauces y colocó sobre mi mano una de sus escamas, la misma cubría casi la totalidad de mi palma.
—¿Cómo se llama tu hermana?
—No te preocupes Calos, ella te encontrará a ti… —dicho esto la inmensa serpiente se refugió de nuevo en las aguas calmas del pantano…
Así, salí del recinto para volver a la casa de Ifrit. En las afueras de la cueva, con asombro descubrí que se planteaba una alegórica despedida en mi honor, todo los elfos me esperaban en el explanada ahora transformada en un kermés, frente a todos los elfos que me habían acogido como uno de los suyos, todos a excepción de Amenis, ella no se divisaba por ningún lugar…
Fue grande el bacanal, ya la luna se posaba en su cenit y Amenis continuaba ausente, El vino sellaba un poco la relación tiempo-espacio, no sabía donde estaban mis manos, sin darme cuenta ya estaba dormido en la mesa…
No sé cuanto duró el letargo de la ebriedad sólo sé que cuando abrí mis ojos Áluster me abrazaba fraternalmente hablando hilarante sobre sus ochenta y nueve veranos de vida…
Yo me incorporé (aún bastante mareado), y pregunté por el paradero de Amenis, nadie supo darme respuesta. Quizá me sentí dolido por su ausencia, o demasiado preocupado, temía que le hubiese pasado algún infortunio mientras todos sucumbíamos a los delirios del licor. Cuando Ifrit me vio partir trastabillando entre los arbustos solicitó a Estucurú me vigilara. No sé aún cómo mis pasos caminaron hasta el precipicio de Holm, algo en mis adentros me decía que ese era el lugar para buscarla, además era la única opción que tenía… y sí allí estaba, como posando para mí nuevamente, con ojos lacrimosos y gesto sollozantes…
—¿Qué te pasa?, ¿Estás bien, amada amiga? —le pregunté, mientras el desconsuelo la situación me hizo abandonar el estado tramontano y volver en mí. Ella sólo guardó silencio y se acurrucó en mi pecho, dándome un abrazo tan dulce, clavándome sus uñas en la espalda — ¿Estás bien…?
—Sí y no —me interrumpió Amenis—, hasta cierto punto estoy feliz de que sigas tu destino, hasta cierto punto deseo que te quedes, hasta cierto punto deseo que te marches…
—No comprendo, preciosa reina de mis sueños, quieres que me vaya y quieres que me quede. Aún no sé de ningún ensalmo o conjuro que me permita estar en dos lugares a la vez siendo yo mismo…
—Calos, mírame a los ojos —dijo mientras sostenía mi rostro para que nuestras miradas se cruzaran sin poder ocultar algo— ¿te gusto?
—Sí —respondí con vehemencia—, ¿hay algún problema, te molesta?
—Si y no, es hermoso saber que te gusto, pero no puedo darte más que una amistad, somos de dos especies diferentes, mucha de tu esencia contradice la mía y viceversa. Cuando te veo dudo un poco de lo que soy, soy un poco diferente, me siento como si estuviese hablando conmigo misma, como si fuésemos un ser completo e igual, dividido en dos por designios de La Natura.
—Sí, yo siento lo mismo, pero sé que es imposible soñar con uno de tus besos, o ser más que amigos, aunque debo admitir que eso no diezma mi deseo por probar tus labios. Somos tan diferentes y tan iguales, esto es una mala broma de La Natura, al establecernos distantes por limites tan vulnerables pero poderosos…
—Por eso es mejor que partas, aunque yo no lo deseé, por eso no quería despedirme, por eso busqué refugio acá, donde sabía tú me podrías encontrar, más bien pensé que no te importaba, que no vendrías ya me estaba tranquilizando, llegué a pensar que no te importaba que todo era un mal sueño del que despertaría mañana en tu ausencia. Pero ahora, que has venido a mí, dolorosamente admito que no estaba equivocada, que simplemente los designios de La Natura, siguen siendo a veces crueles y violentos, dolorosamente bellos e inviolables…
—Tranquila, amada amiga —le dije mientras besaba su frente—, ya vendrán los tiempos de las respuestas y las preguntas para nosotros, entre los tuyos ha de existir alguien que pueda darte lo que buscas, yo sólo soy un simple humano, enamorado a medias de la figura y la inteligencia de una elfa, jamás estaré al nivel de besar tus labios, jamás seré digno de probar tu amor, mas sin embargo, aun queda mucho tiempo para ti y poco para mí, se feliz, con eso basta… —le abracé, la besé repetidamente como si fuese la única oportunidad de hacerlo que existiera, siempre tratando de alejarme de sus labios, sabía que si profanaba ese límite, no existiría nada en La Natura capaz de contener mis filias. Después de un rato nuestros rostros estaban tan cerca que compartíamos el aire. Nuestras narices tuvieron un contacto sigiloso y ambos nos mirábamos fijamente, abríamos lo boca esperando que alguno diera el primer paso, ambos cerramos los ojos despacio dejando que la suerte siguiera su curso… justo antes de que nuestros labios se estrecharan (con costos sentí el roce de sus carnosos labios) Estucurú se paró en mi hombro girando su cabeza como haciendo que no veía nada, eso fue suficiente para que nos separamos, respirando profundamente con desahogo y algo de desconsuelo… Es duro pensar en conocer a alguien demasiado perfecto para uno y uno ser demasiado humano para ella… —Ven es hora de volver a la comuna…
Así emprendimos el retorno, Estucurú volaba a nuestro lado, Amenis iba abrazada a mi brazo, fuertemente. Al llegar con algarabía fuimos recibidos en la mesa del Consejo, Estucurú voló de nuevo a donde Ifrit, probablemente a delatarnos, sin embargo ambos nos mantuvimos calmos y procuramos despedirnos amenamente.
Al amanecer todos estábamos apenas buscando el sueño. Antes del cenit del sol ya estaba despierto de nuevo, con un poco de resaca de vino. Los elfos ya habían vuelto a sus tareas, era evidente su superioridad física.
Al ponerme en pie Estucurú vigilaba mi sueño, con un movimiento de su cabeza me indicó que le siguiera. Amenis nuevamente estaba acurrucada a mi lado, tuve unas ganas violentas de robarle un beso, así que al volar Estucurú y notarme solo, le di un beso sigiloso entre mejilla y labio, al que ella respondió con una sonrisa, creo que estaba medio despierta. Me puse en pie rápidamente, tratando de huir de mayores deseos al lado de Amenis. Lavé mi cara, algo demacrada por las consecuencias del licor, me puse las botas y salí…
A las afueras me esperaba Ifrit, Áluster y un caballo, sobre el hombro de Ifrit, Estucurú. El caballo se mostraba ligero y corpulento de pelaje largo y fino, prieto, su nombre era Shire. Además llevaba dos alforjas de mimbre y cuero. Así habló Ifrit al verme venir…
—Estimado Calos, El Oyente, ya era hora de que abandonaras el sueño, espero que los efectos del vino élfico hayan sido buenos alicientes para tu descanso, el viaje que espera es demasiado arduo, aunque tú decidirás el paso. Toma esto —me dio una lámpara extraña, una capa y un arco con flechas. El arco semejaba a la descripción del fallecido Claus, El Viejo, sobre los arcos bendecidos con plumas de azor—…
—Gracias maestro —sin más puse la capa sobre mis hombros, era color carmín y musgo, rápidamente mi cuerpo se sintió aliviado del calor húmedo del bosque y la brisa que corría por entre nos—, ¿qué es esto, maestro?
—Es la capa de Áglae te ayudará a evitar los extremos climáticos, de todos modos recomiendo no la uses en exceso, sino debilitarás tu propia resistencia, eso te haría demasiado frágil y vulnerable. La lámpara esta vacía permítemela. —Una vez se la di soplo por ella dejándole caer un polvo con su soplo de pronto la lámpara se encendió con un brillo cegador, de inmediato la cubrió con un trapo oscuro— Esta Lámpara contiene un secreto ahora, un hechizo en mi haber como maestro de la piromancia: su llama es perpetua, por ello la cubro para no cegar tus ojos, siempre será tu aliada y tu guía, en las catacumbas, las cuevas y penumbra nocturna, queda a tu haber llevarla o dejarla.
—Claro que la llevaré maestro, muchas gracias.
—Además te ofrendo esto, es otro libro protegido por mi runa —lo tomé y lo abrí, todo estaba demasiado enredado para comprenderlo, la inelocuencia de las palabras hacia imposible siquiera pronunciar una frase completa.
—Maestro no entiendo, por qué me da un libro que no puedo leer…
—Paciencia Calos, mi runa te ayudará a leerlo en el momento indicado, confía en mi runa, en el libro y en mí, jamás te daría algo inútil… Todo es asunto de paciencia
—Comprendo muchas gracias. Es hora de que me despida, gracias por su hospitalidad y enseñanzas, en el viaje recordaré todo y volveré pronto, esperadme. Hasta pronto…
—¡Alto! —Gritó Áluster, cuando me disponía montar a Shire—, no puedes partir así no más…
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Maestro —dijo el joven elfo—, quiero acompañarle. —De pronto el gesto de Ifrit cambió por completamente, se mostraba molesto y ofendido, así habló Ifrit con vehemencia.
—Áluster, eres hijo de mi casa y de mi enseñanza, aún eres inexperto es demasiadas artes, eres joven y precoz, te falta madurez y sapiencia… —Ifrit bajo si rostro y guardó silencio por unos segundos todos nos quedamos a la expectativa, pronto levantó su cara con una sonrisa y silbó, rápidamente un corcel blanco con café también equipado— Áluster, creo que ya conoces a Appaloosa, mi amigo equino, todo lo que he dicho anteriormente es cierto pero qué mejor manera de curarlo que un viaje largo y prolongado, donde La Natura te enseñe a golpe de tambor. Toma a Appaloosa, el será tu compañero a partir de ahora. Calos, toma tú a Estucurú mi fiel familiar, el sabrá guiarte y aconsejarte, además vendrá a mi cuando ocupen consejo.
—Maestro, y por que te molestaste en un principio —preguntó Áluster.
—Qué rápido olvidas mis instrucciones Áluster, no recuerdas que camino a acá en la homilía de Claus, El Viejo, te pedí guiaras a Calos, y le enseñaras todo lo que él estuviese dispuesto a aprender. ¿Acaso ya has terminado esa tarea?… Dudaste demasiado para desear partir o atreverte a mencionarlo, aunque tu natura te solicitaba hacerlo. ¿Qué ocurre con un águila que niegue su natura y quiera comer solamente pasto…? Eso te abría ocurrido si no cumplieras con los designios de tu corazón y tu natura, sería una duda y un sinsabor como un hambre jamás saciada. —A tras fondo estaba Amenis, llorando disimuladamente. Los elfos al llorar lloran sabía, como si un tallo dentro de ellos se hubiese roto. Quizá sintió demasiado suyas las acciones de Áluster, o demasiado crudas las verdades que Ifrit decía. Ifrit abrazó a Áluster, después a mi. Estucurú picoteo el oído de Ifrit mientras él se despedía de Appaloosa, quizá despidiéndose, quizá un poco celoso, luego se sujetó a mi hombro tratando de no lastimarme con sus poderosas zarpas. Así partimos, entre los saludos de los elfos y los Kodamas. Amenis nos seguía con la vista, yo no podía dejar de mirarla. Pronto estábamos en las afueras, en la puerta de la cueva de las hadas. Desmontamos entonces un poco melancólicos miramos atrás, a la inmensa morada de los elfos, diminuta ahora ante la expectativa del viaje, así también añoramos los conocimientos que nos esperaban y toda la sabiduría que abandonábamos hasta nuestro retorno.
—¿Ahora a dónde? —preguntó Áluster suspirando profundamente.
—Creo que lo conveniente sería ir primero a la Comarca, a despedirme de los míos quizá hasta el próximo otoño, cuando vuelva a honrar la tradición… —Desmontamos. Un poco mustios pero deseoso de aventura, nos adentramos en la cueva de las hadas…

Avallach-10-Introspección

Terminada de leer la historia, antes siquiera de poder transcribirla, mi mente se lleno de sombras, hasta ahora comprendía a plenitud de la historia de otoño.
Por mucho tiempo pensé que las historias que contaba Claus, El Viejo, no eran sino parte de la necesidad de explicar un confinamiento en esta isla: mitología.
¿Podría acaso llamársele confinamiento? Somos libres de recorrer los espacios entre el mar y la tierra, nuestro único límite son los arrecifes que se tienden como una imponente muralla.
Para muchos los enanos y los elfos eran especies extrañas a las que veíamos ocasionalmente, quizá “elfo” era un modo de llamarle a un humano un poco diferente y enano una modificación que la generosa Natura había ideado para facilitar algunas labores, quizá no éramos siquiera humanos.
En ese momento empecé a analizarme, tanto mi físico como mi mente, a veces la introspección generada por la verdad y la duda es tan compleja…
Me miraba todos los días al espejo o en el agua, pero nunca puse especial atención a mi forma.
Soy un humano macho, cumplo con las tareas normales de un solitario, atiendo mi casa, cocino, pesco, compro lo necesario, pinto, cuido mi pequeño rebaño, tomo vino de cuando en cuando, disfruto de los té aromáticos, soy normal. No tengo posesiones más que mi choza y unos lienzos que fabrico con mis manos, pago con cabras lo que necesito conseguir y tomo de La Natura lo que requiero, alimento, abrigo, leña. Se me enseño en la comuna el arte de la igualdad y la responsabilidad absoluta sobre los actos, el respeto a los demás sin importar la especie.
También he aprendido mucho de los elfos en estos cortos días: más de lo que imaginé poder aprender en toda mi vida….
Pero: ¿Quién soy? ¿Acaso una fanfarria de narrador, simplemente un cuentacuentos con ínfulas de grandeza? ¿Seré digno acaso de esta sabiduría? ¿Porqué yo? ¿En qué pensabas Claus? ¡¿Acaso conocías algo que yo ignoro, como para simplemente dejar que los círculos se cierren?
Cierro los ojos, me imagino frente al espejo y qué veo: un hombre grueso de no más de seis pies de altura, completamente lampiño, con cabello castaño oscuro por los hombros, cara de erudito ebrio, una forma de hablar común en mis tierras, en fin nada especial. Quizá lo único que me separaba del resto de este reino y de mi especie es mi curiosidad, endémica de otras tierras que aun no conozco y deseo ver (es parte del sueño de poder pintar todos los parajes que ven mis ojos, todos los rostro dulces y todos los gestos violentos, para no olvidarlos y tratar de entender su esencia). Manos cortas y pies grandes, para enfocarme en un cuadro a la vez y retar al camino a hacerse cada vez más largo. Acostumbrado al silencio y la soledad, a vivir tranquilo en mi choza maltrecha, recibiendo pocas visitas, pero buenas visitas. Pocos amigos, pero grandes amigos.
Tantas veces he tratado de entender mi psiquis, poder definir algo de ese maremagno de pensamientos que sostienen mis huesos, esa parte de mí que sólo sería posible leer tomando el tuétano de mis huesos como pigmento en un lienzo: un cuadro completamente abstracto y loco sólo legible para quien conozca más que yo mi historia.
En definitiva, las historias de otoño y la única de invierno, eran como analizarme en este soliloquio: tratar de comprender y hacer que los demás comprendieran las razones, o quizá simplemente desvaríos autojustificatorios.
¿Sería esta la misma historia que cuentan los elfos a los suyos? ¿Los enanos? ¿Los trasgos? ¿Qué contarán las hadas, los duendes y los kodamas? ¿Y los árboles y las rocas?
¿Quizá cada uno de los míos tiene una versión diferente de quien es Calos (quizá completamente diferente a la visión del mismo Calos)?…
Sólo ha de existir una manera de saber si seré un clérigo de una mitología antigua (un cuentacuentos) o un narrador (un historiador).
Deberé emprender la ruta hacia el inicio, cruzando por todas las especies, hablándole a los árboles más antiguos, las hadas más sabias, los kodamas primarios y leer la historia de todas las razas que hemos desarrollado la manía de plasmar la historia en papiros para las generaciones venideras.
¿Qué me queda ahora: encontrar la esencia de la historia, debatirla y compararla, tratando de paso (como si fuese poco) descubrirme y entender los cambios que las historias me han causado, sin que yo me diera cuenta…?
¡Es tan grande el miedo de enfrentarse a uno mismo, de tener que escuchar a nuestra alma diciendo: “te has estado engañando desde hace tanto y de tantas maneras”, y sólo poder hacer mutis de un modo delator y condescendiente forzando a psiquis a interrumpir al alma y buscar nuevas justificaciones falsas!
¿Qué es La Natura? ¿Cómo definirle? ¿Cómo un demiurgo? ¿Cómo un dogma? ¿Cómo una escala moral? ¿Cómo un orden lógico? ¿Cómo un canon del modus viviendi entre las especies por un acuerdo diplomático más allá de la gnosis común? ¿Alguien le ha visto el rostro a La Natura? ¿Tiene cuerpo, como para llamarle “amorosa madre”, o es esto también parte de nuestra sed de conocimiento y definir las cosas que no tienen porqué ser definidas? ¿Acaso las serpientes y los escorpiones cuestionan su forma? ¿No sé de ningún árbol que quisiera crecer más allá de su esencia y el único que lo hizo (Holm) acabo en el fondo de un barranco (o por lo menos eso cuentan las historias)? ¿Para eso sirve la historia, para decirnos como vivir o porque no cometer errores? ¿Pero que tal si las historias son falsas: los errores también? ¿Puede alguien develar estos arcanos lógicos sin rayar en la locura?
De pronto el deseo un lienzo para recordar esta escena: dibujarme (mi primer autorretrato, siempre los vi como ínfulas de grandeza) sentado en este leño mohoso, en este quicio a punto de perder el mío, ya no como la sombra dulce tras Amenis sino como un loco sujetando su cabeza con desenfreno, posado donde debió estar Holm, El Abedul, quizá con el mismo sentimiento de aquel histórico árbol, el desespero por crecer sin ver más allá de las consecuencias, el deseo de extender la visión a costa da morte.
De pronto, alzo mi mirada buscando un poco de razón y sólo observo al sol delirante entre los arrecifes generados con la esencia de Courel (según dice la “historia”). De pronto vuelvo a refugiar mi cabeza entre las manos y rodillas encerrando mi vista al espacio que pisan mis pies. De pronto (para los humanos todo es repentino, veloz, no somos árboles, no hemos aprendido el arte de la paciencia, aún no sabemos controlar el tiempo, sino es el Sol quien nos rige), escucho una voz dulce que me hace volver en mí (o quizá salir de mí)…
—¡¿Estás bien amigo Calos?!… —pasó un minuto y de nuevo la voz se hizo presente —… ¿Estás bien?
—Como siempre un poco abrumado por los delirios de la mente, hay historias que no deberían ser leídas, generan tanto demonios y tan espeluznantes que hasta el trasgo más valiente saldría corriendo como una liebre ante una jauría de tigres, dulcísima Amenis…
—¿Pero los tigres no atacan en jauría?… —objetó Amenis — No está entre los designios de La Natura.
—¿Designio de La Natura o forma de ser?, el tigre es independiente porque se siente fuerte, es soberbio, eso no puede ser un designio de La Natura, sino una justificación de los tigres ante su mal carácter y deseos de liderazgo perpetuo, prefieren ser el Señor de su tierras y sus vidas a vivir en una comuna para ser más fuertes aún pero tener que someterse a los designios de un consenso… Según las historias de Claus, El Viejo, hubo un tigre que abandonó su soledad y creyó en una jauría, pago con su vida su deber de proteger a aquel que le en un tiempo de curó: ¿te acuerdas de Kiev? Claro, eso es lo que dicta mi lógica, no he conversado aún con ningún tigre… ¡¿En qué se basa mi lógica? ¿En La Natura o en mi natura?!—guardé silencio unos segundos esperando un rayo por tal ofensa o una brisa que me inspirara confianza sobre mi tesis, sin embargo, el cielo continuo calmo y el viento calvo…
—Repito la pregunta Calos, El Oyente: ¿Te encuentras bien?
—Si preciosa elfa, estoy bien, un poco confundido sobre tantas cosas, pero ese quizá sea el destino del orador: estar sujeto a tanta duda para tener que comprobar que los relatos son ciertos y no ser un cuentacuentos. Mira que tarde que es, vamos a casa que la noche asecha en las sombras y las sombras siguen siendo sombras… como las dudas siguen siendo dudas… además mis jóvenes huesos requieren descanso y mucho más mi mente.
En el ocaso los colores ultramaros se teñían cada vez más oscuros y misteriosos, la penumbra nos impedían ver más allá de cinco pasos y dificultosamente. Estábamos sumidos en su espesura. Yo tenía deseos profundos de perderme con ella en ese exuberante bosque…
Caminé sin cruzar palabras, a tientas llegamos de nuevo a la casa del Ifrit, El Maestro…

Avallach-09-El tercer legajo: La única Historia de Invierno

Una vez tuve el paquete en mi mano, volví por mi cuenta al precipicio de Holm, El Abedul. Después de extraviarme un poco y encontrar otras vistas similares, aunque no tan bellas, logré hallar el sitio que buscaba.
Está vez fui yo, quién poso su cuerpo en el tronco. Venía a mi mente repetidamente la imagen del último cuadro, en que soñaba ser la sombra que sostenía el fino cuerpo de aquella elfa, quién, poco a poco, se adueñaba de mis pensamientos.
Una vez, estuve ahí, solicite permiso a los abedules y pinos, a los hongos y los insectos y aves, para ocupar el espacio de Holm, por unos momentos. Una brisa recorrió mi rostro y pude entender: “mientras que no te plantes obstaculizando esta paradisíaca vista, ninguno de nosotros se opone…”
Escuchado esto, lentamente abrí el último de los misterios otorgado por Claus, El Viejo. Procedía a leerlo, aunque, debo admitir, infinidad de temores golpearon mis sienes.
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Estimable Calos:
Espero que estas alturas, estés listo para escuchar lo que voy a escribir.
Ésta, es una parte de la historia del cautiverio, sólo una parte, deberás averiguar por tus medios el resto. La función de un orador no es simplemente contar historias, va más allá: debes descubrirlas y amarlas, vivirlas aunque parezcan atemporales y remotas, debes estar presente aunque tu cuerpo no habite en esos tiempos.
Por eso solicité al consejo de ancianos que tras mi muerte mi heredero visitara el domo del tiempo, donde las estaciones están juntas y los ciclos solares son relativos al igual que las distancias. En esa sala no sólo podemos entender la historia de Avallach, sino también que ocurrió fuera de nuestro acceso, más allá de los arrecifes impenetrables salvo para la bondadosa Madre Natura, los rayos del Sol y el hermoso brillo nocturno de las estrellas y la Luna.
Entrega esta página y el sobre vacío a mi íntimo amigo y maestro: Ifrit. El sabrá con que llenarlo.
Me despido pues, a partir de ahora te hablará el mismo Hiperión.
Claus, El Viejo.
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Así terminaba la primera página de un compendio grande y extenso. No obstante denoté la variación en la letra (que era similar pero definitivamente diferente) y sobre todo el olor a añejo y polvo de las siguientes páginas. Aparté rápidamente lo leído y el empaque, para continuar con la lectura.

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Salutaciones, ante la impotencia de mi boca, he tomado la pluma como único recurso para decirle a nuestro mundo y a los escogidos para expandir la sabiduría lo ocurrido realmente en las sombras del invierno, en que fuimos desterrados a Avallach.
La tarea de comunicadora, la ha tomado mi mejor aprendiz: Muninn. Ella se ha adjudicado la labor de iniciar la tradición de las historias de otoño, como semblanza póstuma de recobrar el orden natural en el mundo conocido por nosotros, quizá ahora simplemente ancestros olvidados, como un cuento antiguo sin ningún significado. Hubiese deseado ser yo quién narrara a voz viva los acontecimientos, sin embargo, ninguno de mis congéneres puede entender lo que dicen mis ancianos ojos y, con la ausencia de lengua, mis manos y mis ojos son mi única manera de expresarme. Para un humano de más de cincuenta inviernos aprender a pintar es muy complicado, así, he aprendido a escribir cuidando todos los detalles posibles.
Queda como tarea fundamental, transcribir este texto después de ser leído, dado que él único que debe recibirlo es el o la sucesora de Muninn, pedimos sea trascrito para conservarlo en un lenguaje que pueda ser entendido por la o el heredero de este deber. Asimismo para mantener la fidelidad de la narración y ésta no se vea viciada por el paso del tiempo.
Sólo el orador o la oradora, podrá definir quién está listo para escuchar este relato, sin caer en la locura o el desespero, es una verdad que hemos preferido ocultar al público para no causar el caos y, por sobretodo, evitarles dolor innecesario.

Era el amanecer del quinto día de la segunda luna de otoño, los jardines adoquinados del castillo Nepente se encontraban complemente ensangrentados, simulando a los pasantes del río Lete miles de espíritus encontraban confort en las frías manos de Áine. Algunos trasgos aún continuaban moribundos, los elfos estaban completamente aniquilados, y los hechiceros que no traicionaron a las legiones mágicas, habían sufrido el destino del sueño póstumo.
Sin embargo, en las montañas, ahora sin líderes para la lucha, se encontraban las familias y aprendices de todos los muertos, por ende la lucha no había terminado.
Nix, la reina Basilisco, yacía medio muerta, desangrándose a borbollones, vendada, con una capucha en el rostro hecha de varias capas, atada fuertemente, tenia unas navajas en su borde así, sí alguien trataba de quitarla acabaría por cortarle la yugular, indefensa ante las patadas de los guerreros humanos y los pocos centauros que aún continuaban vivos.
Yo, Hiperión, sometido por cuerdas, mudo para siquiera maldecir a nuestros agresores, aún debilitado por mi encuentro con Brondor, ahora llamado Brondor, El Ciego.
En fin, todas las fuerzas de nuestros cuerpos desfallecían. El calor embriagante, por la ausencia de sombra más que las de nuestros hostigadores, la brisa fría de la entrada del invierno y las lloviznas fueron nuestra única visión durante ese día.
Ya anochecía cuando Nix, muerta de sed recobró el sentido. Su cuerpo desnudo tiritaba impotente. Ya su herida había dejado de sangrar, pero se encontraba demasiado débil para enfrentarse a alguien, así que simuló estar aún desmayada, mientras disimuladamente sacaba su lengua para beber de un charco agua teñida con su propia sangre.
Dratser, salía presuroso a buscar a su amigo, nadie pudo marcar la ruta de su vuelo, fue tan errático y zigzagueante que sólo las marcas de los árboles destruidos podían guiarle, algunos destruidos por el ácido, otros simplemente caídos por los tumbos del dragón herido y frenético.
Ya llegaba la noche cuando Dratser volvió desilusionado de no poder encontrar a su bestia.
—Dratser —dijo Náyax — puedes venir un instante, juro no quitarte mucho de tu tiempo.
—¿Qué deseas…? —Respondió de manera humilde.
—Deseo ofrecerte un trato, no se trata de traición ni nada así, es simplemente un trueque. Quizá te ayude a sentirte mejor por tu amigo Brondor.
—¿A qué te refieres?
—Simple, dame la opción de salvar la vida de Nix, y te diré cómo hacer para que Brondor recupere la vista de por lo menos un ojo. No pienso escapar, sólo que aún no ha llegado el momento de su muerte, después agradecería, si no es mucho pedir, una audiencia con el mismo Kratus en privado, no seré amenaza para él en estas circunstancias, además te doy mi palabra, espero con eso te baste.
—Dime primero cómo ayudar a Brondor…
—¿Eso significa que tenemos un trato?, ¿Puedo confiar en tu promesa?
—Soy un hombre de honor (dentro de lo que explica para nosotros esa palabra), y no creo que ayude de mucho salvar a Nix, ni que cambie su destino final, por lo que no encuentro objeción a lo que pides.
—Pues bien, te diré, sólo que ocupará un gran sacrificio de parte de ambos. Debes buscar un diente de león lozano y verde, hojas de liliáceas espinosas macho, la debes curar con los hongos fluorescentes de las cuevas de los enanos en el naciente, y por último otro ojo, alguien que esté dispuesto a intercambiarlo hasta la muerte de alguno. Te diría que tomaras el mío pero, probablemente, no vea el alba de todas formas. Entiendo que Brondor en su orgullo sólo a ti te escucha por tanto sólo tú podrás curarlo.
—Es alto el costo, pero si lo dice Náyax, a de ser la única manera. Ahora cumpliré mi parte del trato. Dime qué necesitas.
—Solamente vendas y alguien de tu confianza que me acompañe a buscar las hierbas a las afueras, juro no escapar, pero debe ser alguien ecuánime como para no matarme al primer descuido.
—Sé que eres de honor, pero no puedo confiarme tanto…
—Tengo una mejor idea —dijo Ifrit —, sabes bien jamás haría algo que ponga en riesgo la vida de mi padre, déjame ir a mí, y si trato siquiera de escapar, obtendrás el perdón de La Natura y una razón válida para liquidarnos.
—Está bien. —Dijo Dratser.
Antes de que el gallo cantara Ifrit ya estaba de regreso, él y Náyax comenzaron la dura tarea, dado el letargo en el tratamiento no se podía saber cuales serían los verdaderos resultados.
Poco después del alba, ya Nix, la reina Basilisco, se encontraba completamente vendada, con costos podía hablar, Náyax le sugirió descansara hasta recobrar las fuerzas.
Yo, simplemente podía mirar desde mi posición, me encontraba completamente impotente.
Al llegar el medio día Nix, ya estaba (digamos) en sí.
—Hiperión —preguntó —: ¿Qué te han hecho? —yo sólo pude abrir mi boca llena de sangre yerma, para mostrársela vacía.
—Amado amigo —prosiguió la Basilisco —, disculpa el infortunio, disculpa mi impotencia, quizá si no le hubiese dado largas a la batalla, ahora sería otra la escena mostrada. Cuando me pueda poner en pie, juro que Triskel pagará por su impertinencia.
—¡Tranquila Nix —dijo Náyax —!, cuéntanos qué ocurrió…—Nix, comenzó a hablar, yo omitiré esto, dado que es parte de la historia de otoño. Terminado el relato, nos dimos cuenta, que detrás de un árbol, Dratser se mostraba sorprendido por los detalles y la secuencia de la historia. Kratus solamente había dicho que la batalla había sido dura, pero en un descuido logro darle la estocado a Nix.
—¡No puede ser —dijo Dratser, ampliamente molesto —, debéis estar mintiendo, tu orgullo no os permite admitir la derrota, por lo que habéis inventa esta fábula…!
—No juzgues mal a la reina de los trasgos —dijo Ifrit, mientras todos lo mirábamos —, entre los mágicos no existen las fábulas, sino las historias, las remembranzas, y las guardamos como tesoros y experiencias, ¡jamás mentimos, jamás defraudamos y jamás traicionamos nuestra palabra! Si Nix dice: es. Ella no tiene necesidad de ocultar los errores o las faltas, dado que ella misma ha expuesto su error: perder el tiempo por el disfrute de la caza. Fuiste claro, el honor varía según la visión de mundo y las filias de poder, los mágicos no tenemos estas filias, por ende lo único que media es la visión de mundo y ésta es generada por La Natura, por ende el honor es intransmutable para nos. La reina Basilisco no tiene por qué temer decir la verdad, sus tragos la respetarán por quién es, no por ganar o perder: ¿qué conservaría Kratus si esto se supiese…? —dicho esto, sumamente mustio y confundido, Dratser emprendió carrera abierta hacia el palacio.
—¡Alto Dratser —gritó Náyax y Dratser se detuvo de golpe y atendió —, por favor, recuerda, esto no debe saberse hasta que se nos conceda audiencia…!
—Está bien, honorables hijos de los kodamas, hasta ahora he cumplido mi palabra y humildemente espero poder sostenerla, hasta las últimas consecuencias. Hablaré con La Orden del Dolmen y Kratus, para concertar la audiencia. —Dicho esto continuó su camino.
Pronto fuimos trasladados a las mazmorras de Nepente. Nix fue arrastrada, aun no tenía fuerzas para sostenerse por sí misma. A los demás nos llevaron a empujones ridiculizándonos durante todo el trayecto. Las tropas humanas, y muchos de los hechiceros que fueron nuestros aliados, nos escupían y blasfemaban sobre nuestra presencia en este reino. ¡Cuánto hubiese deseado tener voz en mis labios, conjurar la brisa para que devolviera los gargajos contra sus malditos rostros, qué sus gargantas se llenaran de polvo asfixiándoles, o transmutar mi cuerpo en halcón para sacarles los ojos…! ¡Es tan cruda la impotencia en los momentos de ira, que no sabemos donde ponerla!
Las celdas mohosas, no daban mayor abrigo, gélidas en la noche e infernales en el día, sólo encontrábamos descanso en las horas altas de la tarde cuando las temperaturas normalizábanse un poco.
En la primera noche de claustro llegó un guardia a darnos un simple informe: “Dratser dice que la audiencia será concedida cuando acabe el festejo, por orden de Kratus”, así salió del pasillo arrojándonos unos harapos para cubrir la desnudez de Nix.
Pasaron tres días de encierro, entre el desesperante silencio y la impotencia de escape, pensábamos qué sería de nuestros pueblos, si ya habrían sido sometidos o la lucha, siquiera, había empezado. Sabíamos que La Natura estaba con nosotros, pero la impertinencia humana podía ser más violenta y fuerte que La Natura, temíamos ampliamente por nuestros pueblos. Cada día recibíamos dos cántaros de agua y cuatro hogazas de pan medio pútrido. Lo que nuestros carceleros no sabían es que las ratas del castillo robaban de la cocina para traernos alimentos varios. Las arañas hilaron los harapos de Nix para que no tuviese frío.
Náyax se comunicaba con todas las especies, desde las moscas hasta las ratas, ellas le informaban lo que estaba ocurriendo. Náyax, diariamente nos informaba, en resumen, lo que estas le contaban. Los resúmenes no eran alentadores ni espeluznantes, simplemente los humanos estaban en una colosal juerga por el anuncio de la boda de Kratus y Triskel. Posterior al festejo iniciarían su marcha hacia el bosque de los kodamas en busca de nuestros pueblos, no obstante, nadie sabía cuando acabaría el bacanal.
Yo ya me había recuperado de mis heridas, casi por completo, pero con los claros resentimientos de la edad sobre mis hombros.
Nix seguía postrada en la cama maltrecha, el mayor temor de Náyax se había cumplido, había perdido completamente el control de sus piernas, quizá la estocada fue precisa o el desangramiento demasiado, en fin no existía algo que alguno pudiera hacer, ni siquiera los amplios conocimientos de los elfos podrían curar un situación así.
Cumplido el cuarto día de prisión, Dratser fue a por nosotros, por fin seríamos recibidos por los líderes del nuevo orden.
Náyax e Ifrit, tomaron a Nix en brazos para el ascenso hasta la sala donde nos esperaba Kratus.
Al llegar, una multitud estaba presente, la mayoría completamente ebria.
En el final del salón (aquel amplio salón donde Nix y Kratus se habían enfrentado) se encontraban los traidores: Ampurdán y Neuset a la diestra del trono, ahora nombrados consejeros reales; al centro Kratus vestido de una gala esplendorosa; a su espalda Triskel, vestida de una hermosa gala fúnebre, un traje pomposo completamente negro y ceñido hasta el final de sus caderas; a la izquierda Dratser, El Solitario, quién había perdido poder ante la ausencia de Brondor, El Ciego, sin embargo, tenía demasiado peso en las decisiones de Kratus.
Kratus se puso de pie y empezó a hablar:
—¡He aquí a los vencidos, postrados humillados frente a los vencedores, como marcan las leyes naturales, el poder y la humanidad…! —los guerreros aclamaban las palabra de Kratus, sólo Dratser se mantuvo sereno.
—¡Cállate —gritó Nix, la reina Basilisco —, acaso podrías decir lo mismo cuando se conozca toda la historia…! —El gentío guardó un silencio mortuorio. Kratus mandó a desocupar la sala, después de la desilusión del tumulto de no poder observar el juicio la enorme puerta se cerró angustiosamente, imposibilitando oír cualquier palabra. Ya en la habitación solo quedábamos los líderes de ambos bandos y los traidores, más cuatro de nuestros custodios, estos halaron sillas y nos sujetaron a ellas, después abandonaron la sala.
—¡Vaya —dijo la basilisco —, parece que no quieres que alguien se entere de tu honor a medias, del orgullo por el cual te casaste hoy…!
—¿Qué ocurre acá? —cuestionó Ampurdán.
—¡Mejor cierra tu boca, maldito traidor…! —enfurecido gritó Náyax.
—Limemos las asperezas. —dijo sarcásticamente Neuset —, si los decapitamos no podrán hablar de más ni fantasear con la revancha…
—¡Realmente eres estúpido —se burló Ifrit, a dentelladas —…!, la historia que ocultan ya la sabe La Natura, por tanto, cada árbol, animal e insecto… deberían destruir toda La Natura para mantener el silencio. —Estas palabras hicieron que todos (menos Ampurdán que, al parecer, aun no sabía todo lo ocurrido) se mostraran meditabundos y silenciosos.
—¿Acaso no sabes Ampurdán que el glorioso esposo de tu hija estaría muerto de no ser porque ella me atacó a traición…? —apeló la reina. Nix inició a contar los acontecimientos, todos, menos Neuset, se mostraron cabizbajos cuando Kratus admitió su veracidad. Dratser, completamente decepcionado fue a mirar por la ventana, para no tener que verle los ojos a Kratus, ni a nadie. Las palabra de Nix cruzaban la capucha como si fuesen su partesana (misma que Kratus tenía como trofeo en la pared posterior al trono). De nuevo todos guardaron silencio, la espesura de lo ocurrido deambulaba por la sala en ida y vuelta, como una brisa amarga. De pronto se formó un nido de cuervos entre los humanos (a excepción de Nix y mía) para formular una solución.
—¿Qué haremos? —dijo Dratser —, acabar con La Natura, es imposible. Debe existir otra posibilidad.
—¡Matémoslos a todos —decía Triskel —, empalémosles, que sirvan como trofeo ante cualquier acto rebelde, desmembremos a la Basilisco y coloquemos sus partes tan distantes que ni La Natura pueda unirlas de nuevo, qué todos se enteren del destino de los disidentes…!, si no podemos acabar con La Natura, acabemos con todos los que puedan escucharla…
—¡No! —Exclamó Dratser —, eso deshonraría aún más a Kratus… y una maldición de los kodamas o la misma Natura, es algo que destruiría completamente a nuestros pueblos. Debemos hacer algo que La Natura no vea con tan malos ojos, sino, ella nos destruirá, hasta ahora se ha mantenido al margen, pero recuerden lo que cuentan los ancianos de los tiempos antes del invierno de las incontables lunas, las especies que habían roto los órdenes, depredando inconcientemente, simplemente desaparecieron sin dejar ni un hijo o un recuerdo, sólo historias.
—¿Quién invitó a los elfos —argumentó Neuset —?, parece que eres uno de ellos Dratser, acaso has cambiado de bando.
—No digas cosas ininteligentes —respondió furioso—, simplemente no deseo que un error de esta sala de notables sea el inicio de un acmé irremediable…
—Ellos no pueden vivir entre nosotros —dijo Kratus —, sin embargo tampoco podemos matarles a mansalva… Ampurdán, Neuset, Triskel, quiero una solución a más tardar mañana en la tarde, analicen las posibilidades: la muerte y la convivencia no están entre ellas…
—¿Qué tal el destierro? —dijo Dratser.
—¡¿Destierro, y a dónde desterrarlos?! —dijo Triskel.
—Sé a dónde, —respondió Ampurdán—, sólo debemos preparar una serie de conjuros.
—Esa es su labor y no la mía —interrumpió Kratus —, yo deseo la solución planteada para mañana, he dicho, sin embargo, la elongación de la tarea es discutible. —dicho esto Kratus volteó de nuevo hacia nosotros, sus prisioneros.
—Se les dará resguardo, dentro de este palacio, seguirán siendo nuestros prisioneros mientras pensamos en su destino final. Si su pueblo trata de rescatarlos, serán aniquilados junto con ellos. Náyax, puedes enviar una nota de tregua a las murallas de los elfos, tú serás el responsable de la paz mientras vosotros estéis cautivos. He dicho. Llevadlos a la segunda torre. Dratser, tú serás su comunicación con el mundo, veo que eres al único que respetan, por tanto, igual que lo estuvieron los dragones, estarán a tu cargo. —Fuimos llevados a la segunda torre, un espacio más acogedor, pero igualmente inexorable. Dratser, nos dejó una paloma, una pequeña cantidad de pigmentos negros, mas no donde escribir.
—Todos los días volveré por la mañana, junto con los alimentos, y redactaremos una carta para que la envíes a tu pueblo, esta es la primera, ya se espesa la noche, pero es mejor no hacer a los suyos esperar más de lo necesario, no queremos enfrascarnos en una nueva batalla.
—No te preocupes —dijo Náyax—, con la paloma nos basta, ella será la mensajera, y sabrá traernos las respuestas.
—Pues, que así sea entonces, sólo dame tu palabra de que no harás nada estúpido… Siempre traeré el papel, para que Hiperión pueda escribir, dado que no puede hablar. —Yo, con un gesto le respondí agradecido. Simplemente cerró la puerta y se marchó.
Al alba, todos nos sentíamos mejor, habíamos conseguido un amigo en Dratser, incluso Nix se mostraba alegre ante sus frecuentes visitas. Él hizo llegar una silla cómoda para la reina, dado su imposibilidad de movimiento.
Náyax enviaba y recibía a la paloma, que aprendió la ruta sin mayor problema, asimismo Náyax le solicito se cuidara de ser seguida por algún humano, nadie debía encontrara la fortaleza secreta.
Pasaron dos días en los cuales no tuvimos noticias de Dratser, sólo podíamos contemplar el horizonte desde la torre y esperar su regreso o el de la paloma.
Las noticias de nuestros pueblos fueron alentadoras. La paz seguía reinando entre el confinamiento, aunque existía el gran temor de un ataque. Náyax solicitó mantener la calma y dejar en manos de La Natura los acontecimientos próximos, asimismo solicitó, se encriptaran todos los textos, los humanos no deberían gozar más nunca de los favores de la sabiduría natural, no por envidia o reproche, simplemente porque no estaban listos para recibirlos.
Al tercer día de la ausencia de Dratser, el centinela que le relevó nos informó que él se encontraba en busca de Brondor, El Ciego, por tanto nadie podía medir a ciencia cierta cuándo sería su regreso.
Pasaron las lunas, ya afloraba el invierno. Los crudos vientos parecían querer derribar la atalaya que nos confinaba. Tantas veces escuchaba a Náyax sollozante recordar el calor de Kiev, hasta el punto de llegar a vislumbrar su sombra entre nuestra recámara.
Por fin, noticias de Dratser, había logrado encontrar a su amigo Brondor. Con el ensalmo dado por Náyax, sacrificando uno de sus ojos, ambos habían quedado tuertos.
A la noche siguiente de esta noticia Dratser vino a visitarnos de nuevo, después de muchos días de ausencia.
—¡Náyax —exclamó con sobre salto el tuerto—, tengo algo que contarles, estoy completamente desolado!
—¿Qué ocurre? —cuestionó Náyax.
—Su suerte ha sido sellada, serán desterrados a la isla del mar de Cantabria: Avallach. La nueva Orden del Dolmen (los viejos magos y Triskel) han preparado un conjuro, el mismo que uso Kelsut para proteger a Nix, la Basilisco, de los trasgos cuando era una cría, por han amplificado el conjuro para que sea perpetuo, en este instante están impulsando la búsqueda de lo necesario para hacer el conjuro excelso. Solamente ellos y Kratus saben qué es lo requerido, ni siquiera a mí me han dado detalle y eso me perturba.
—Tranquilo —dijo Nix—, La Natura sabrá cuidar a sus hijos, además aunque esa isla no sea sino una roca maltrecha e inhóspita, así era el todo antes del primer hada, por lo menos ya existe la luz y las semillas, con eso basta.
—¿Cómo está Brondor?—dijo Náyax—, veo el parche que cubre la ausencia de tu ojo, espero que haya sido a tiempo y justo el sacrificio.
—Tranquilo —contestó—, Brondor se quedó en la cima de su monte, terminando de recuperarse del trance amargo, agradecido por mi ayuda y ampliamente molesto contigo. Sin embargo dice que la ceguera le ayudó a comprender lo que es el orgullo, se sintió indefenso por primera vez, esa fue una lección que te agradecerá por todo el tiempo que le reste a su existencia. Por el ojo no hay problema, ayudé a un amigo, aunque no sea humano, jamás sería alto el sacrificio, además me queda otro, como dijo Nix, con eso basta. Si se siente un poco extraña la ausencia, y Brondor no es conocido ahora como el ciego o el tuerto como me llaman a mí, el es llamado Brondor, el del ojo humano. Quizá en un pasado hubiese sido una ofensa imperdonable, pero ahora, apartando el orgullo, se siente feliz de recordarme como uno de los suyos. –En mis adentros pensaba, lo vital del aprendizaje de Brondor, el del ojo humano, y las lecciones que esta guerra le habían dejado a Dratser también, por suerte, Náyax pudo leerlo en mis ojos y decirlo:
—Dice Hiperión, según le entiendo, se siente feliz, ampliamente feliz, de saber que Brondor, aprendió algo de humildad, aunque haya sido a tan alto costo. Además tú debes valorar las lecciones de esta posguerra, ambos creemos te ha enseñado más que cualquier batalla.
—Por cierto —interrumpió Nix—, muchas gracias por las frazadas y la silla, aún estoy perpleja ante la impotencia de no poder moverme por mis medios, siempre he sido muy independiente para tener que pedir ayuda, por suerte el orgullo es un vicio que no corre por mis venas. Hablando de vicios, crees que puedas conseguir algunos té aromáticos para nos…
—No será mayor problema reina. Por cierto Náyax, ¿qué sabes de vuestros pueblos?
—Está esperando instrucciones de la paloma, y noticias de nuestro destino. No quieren más guerra, sólo quieren soluciones a los acontecimientos.
–Bien, apenas tenga nuevas, os las entregaré. Sería bueno prepararan a sus pueblos para el inminente viaje, por lo menos sus vidas están a salvo. Bueno descansen y, Nix (espero no te moleste la confianza de llamarte por tu nombre) —Nix lo miró benévolamente—, llevo en mente lo de tu té… —dicho esto se marchó de nuevo…
Extrañamente pasó una luna completa sin saber de Dratser, los guardas no ventilaban información alguna sobre nada, simplemente parecía haber emprendido un viaje o muerto accidentalmente, no teníamos idea de qué ocurría.
Ya el invierno golpeaba con toda su fuerza, los árboles se adormecían y los animales buscaban refugios en cuevas u hoyos, el invierno es demasiado crudo y desolado, a veces, para mantenerse despierto. Parecía que La Natura, se mostraba triste por el resultado del final de otoño y golpeaba con las fuerzas frías de una manera inusual, muchos temían que este invierno también durara infinitas lunas, no obstante la crudeza demostraba que más bien sería un invierno corto. La Natura no abatiría toda su ira a sabiendas que en el bosque de los Kodamas aún vivían hijos puros. Las noches oscuras y los días sin sol, nos hicieron perder la noción del tiempo. Además ante la monotonía del encierro los segundos parecían horas.
Fue entonces, después de un alba fría en la cima de la atalaya, que el mismo Kratus, El Vencedor, llegó a nuestra búsqueda.
—He venido a darles la última noticia, el conjuro está terminado, todo lo necesario se encuentra en el castillo, la nueva a Orden del Dolmen está reunida. Deben avisar a sus pueblos que nos veremos en las orillas del mar de Cantabria, sin armas; nosotros también iremos desarmados. Hay veinte embarcaciones con provisiones esperándolos, y treinta naves de guerra para custodiarlos, no atacarán salvo que vosotros hagáis alguna estupidez.
–¿Dónde está Dratser?—Cuestionó la reina Nix.
—No debería darles explicaciones, pero él debería estar dando este mensaje, reina paralítica, anda en busca de su bestia, llegaron rumores de que era acosada por humanos y fieras ahora que se encuentra en reposo. Dratser fue a su encuentro, mas no ha regresado desde hace treinta y dos soles. En fin, mandad la noticia a sus pueblos, la iniesta roca de Avallach los espera. —sin más nos dio la espalda y se marchó. Dejándonos un legajo con las instrucciones del viaje.
Náyax se aprontó a enviar la paloma. Los pueblos debían estar listos en tres soles para partir, sólo debían llevar lo necesario y sobre sí, no era permitido llevar armamento o elementos de forja, los libros y los infolios serían retenidos para beneficio de los humanos, al mínimo intento de elevar un conjuro todos serían degollados.
Náyax dio instrucciones entonces de tatuar en la piel de los elfos, los secretos que pudieran perderse, Muninn por su parte memorizó todo lo pudo para no perder nada.
Todos los libros e infolios fueron cremados en la fortaleza de los kodamas.
Se debería avisar a todas las especies de la partida y se invitaba a todos los deseosos de un nuevo comienzo a abordar los barcos. No obstante era obligatorio para todos los elfos, trasgos y enanos, los que no lo hicieren serían cazados como trofeos y embalsamados para alimentar la retórica superioridad humana.
Nosotros por nuestra parte, tratamos de mantener la mente en las posibilidades de esta nueva tierra que por fin acogería a La Natura como soberana suprema, reinaría la igualdad de las especies y se respetarían los caminos y las enseñanzas como nortes individuales sin importar los órdenes sociales. Individualidad y colectividad en armonía con la amorosa Madre Natura.
Al recibir las nuevas, nuestros pueblos reenviaron a la paloma la cual empezó a piar frenéticamente, con inusual alegría, Náyax tradujo para nos: “Nos encontramos en la penumbra del invierno, el mar está violento y gélido, no obstante sabemos que La Natura protegerá nuestras rutas, como siempre lo ha hecho. Estamos listos y listas, no ocupamos más lunas. Iniciaremos el cortejo de despedida e invitaremos a todas y todos a acompañarnos.” Terminado el mensaje, buscamos el sueño.
No sentimos el paso del tiempo, cuando se inició el camino hacia la playa (en las noches de invierno se suele desvanecer el tiempo).
Cuando salimos de castillo íbamos en un carruaje sin barrotes, nos daban la opción de escapar, para justificar nuestra muerte. De manera prudente nos mantuvimos serenos hasta llegar a la orilla del mar. Tras nosotros venían cinco corazas enormes, estas sí tenían fuertes aldabas y cadenas para que su contenido no escapara. La duda nos empezó a carcomer lentamente.
Nuestros pueblos ya acampaban en la costa cuando llegamos, al ver el nuestro carruaje estallaron el algarabía, sin embargo se mantuvieron tranquilos para que nuestros captores no pensaran que era una incitación a la batalla. Los enanos estaban al frente, hasta cierto punto listos para atacar si era una trampa, dado que sus fuertes cuerpos no necesitaban armas. En el campamento habían infinidad de criaturas y en los bordes oceánicos jugueteaban las nereidas.
Así entre el gentío aparecieron los traidores y Kratus, frente a nosotros y nuestros pueblos, Dratser no acompañaba el cortejo.
Triskel con ayuda de dos guerreros colocaron una caja en frente del público.
–Estos son los artículos, —dijo Ampurdán— forjados por la misma Triskel, La Téne, mi hija, contienen fuerzas más allá de La Natura, por ello ahora será llamada naturaleza, ha perdido ante nos el título de grandeza, sus hijos han sido vencidos por nosotros, simples humanos, por tanto ella también será ahora nuestra esclava.—Al decir esto los vientos se volvieron huracanados y violentos, como semblanza de que La Natura castigaría esta afirmación.
He aquí —dijo mientras uno a uno levantaba los hermosos objetos— la espada Horemev, el hacha de Sekbuf, el arco de Ílex, la hoz de Dríade, la partesana de Nafhsa—la misma de Nix modificada— y el báculo de Kattfil. —una vez los presentó, esos fueron colocados en una mesa ceremonial, y siguió con la oratoria.
—Hace mucho tiempo Kelsut, mi gran maestro…
—¡No avergüences a mi padre, llamándolo tú maestro!—reclamo verosímilmente la Basilisco. Kratus mando a dos de sus guardias.
—Nix, —dijo Kratus, jugando con ironía y violencia en su voz— ya es mucho que les perdone la vida, como para que también perdonemos tu impertinencia, si quieres ver a tu gente morir acá, vuelve a abrir la boca sin mi permiso, acá sólo nosotros e Hiperión podemos hablar, si es que Hiperión tiene algo que decir o pueda decir. —Nix tuvo que morderse la lengua y todos guardaron silencio, yo por mi parte deseaba un lapso de lengua, que La Natura le permitiera a mi mente gritar palabras para acabar con todos nuestros hostigadores.
—Kelsut, el gran maestro de los hechiceros —prosiguió Ampurdán—, hace mucho tiempo usó este conjuro, ofrendó sus últimas fuerzas para realizar una coraza impenetrable pero voluble al paso del tiempo, quizá si el maestro no hubiese estado tan exhausto esa coraza seguiría protegiendo a esta mujer paralítica que algunos llaman reina.
La Orden del Dolmen ha mejorado ese conjuro, y para salvar vuestras vidas ocuparemos varios sacrificios que hagan el hechizo perenne. —Todos nos mostramos horrorizados, pretendían tomar la energía puesta por La Natura en los seres para generar una potente coraza, invulnerable, atemporal y poderosa. —No les es permitido vacilar, escojan a sus voluntarios serán un kodama, un enano, un elfo y un trasgo, nosotros hemos cazado y capturado a los restantes sacrificados. Si no lo hacen estarán despreciando la única opción de vivir que les ofrecemos. —No acabó de decir esto cuando dos generales de los trasgos, el viejo Courel y Shio, el anciano padre de Náyax dieron un paso al frente.
—No lo hagáis —dijo Nix— yo me sacrificaré en lugar de los trasgos.
—Tranquila, —dijo el segundo al mando de los trasgos— reina Nix, tu vida es más valiosa que la de cualquiera de nosotros, aunque os encontréis paralizada de las piernas, eres nuestra reina, y daremos nuestra vida por ello, si tú te sacrificas, nosotros nos quedaremos en este mundo para vengar tu muerte, aun a costa de las nuestras. Permitidme el honor de ser quién os lleve a una tierra que jamás conoceré…
—Está bien, hermano Jakairá —dijo Nix, sintiendo algo extraño en su mejilla, oculta con aquella máscara, extendió su lengua y sintió un saborcillo salado, por primera vez en su vida probó una lágrima— agradeceremos y se recordará tu sacrificio. —Jakairá vio un paso hacia la mesa.
—¿Estás listo trasgo? —dijo Ampurdán
—Nunca habría estado más satisfecho con mi muerte —dijo Jakairá. Ampurdán levantó la partesana de Nix (ahora conocida como de Nafhsa), la clavó en la arena de la playa e inició la invocación: —
En etse otbejo iminnadao varéitse
la ecisena de etse ser,
praa tanresrefir su ergenía vatil e
tumstarransla en maiga prua,
pecitrocón arimérca e vearz,
A usdetes amlaco irtemalnos
fezaurs de la orucdasid e la lux
—Terminado este conjuro un estruendo en el cielo concedió la petición del mago traidor, poco a poco la forma del fuerte y colosal Jakairá se hizo una densa y negra bruma, la sombra se apoderó de la partesana.
—He aquí que la fuerza de la noche es con nos —dijo Ampurdán—, el poder de los trasgos es de los humanos ahora, y aquel que porte esta partesana no deberá a temer a las bestias de la noche, dado que se volverán serviles y domesticadas ante su movimiento… —de Jakairá no quedó más que el recuerdo. Prontamente señaló a Shio y su kodama indicando que serían los siguientes. Shio caminó sin temor dándole a su maestro kodama un beso de respeto, el último…
—Hermanos y hermanas —dijo Shio—, es hora del descanso para mis huesos, espero que mi alma sea suficiente para conservar el orden de La Natura —mientras su maestro kodama se aproximaba moviendo el cuello, despidiéndose de los suyos, él también se ofrecía como sacrificio—, Náyax, que la ausencia de tu ojo nunca obstaculice tu visión, se benévolo y toma las riendas de nuestro pueblo.
—Dile al kodama que espere aún no es su turno. —dijo Ampurdán. Sin más es kodama retrocedió, aunque se denotaba en sus enormes ojos negros una tristeza agónica al ver partir a su amado hijo. Así inició Ampurdán de nuevo el conjuro, el mismo usado en Jakairá levantando el arco de Ílex, un arco tipo guardabosques, grande y poderoso, capaz de impulsar una saeta a más de tres mil pasos, tallado en una pieza única de ílex enano espinoso, con una cuerda cuero de grifo (una de las pieles más duras y resistentes)… Al terminar la declamación un torbellino envolvió a Shio, transformándolo en una capa color carmesí que cubrió el arco como un barniz de sangre, inmediatamente se notó que aquella madera compacta y pesada se aligeraba sin perder su fuerza y la cuerda embalsamada se tensaba con gran violencia. Ampurdán, pidió una flecha y la arrojó al cielo abierto. Ante los ojos atónitos de todos, la flecha tomó una velocidad increíble y de ella no se supo nada más, sólo se veía partiendo el cielo con un humo rojizo que se extendía más allá de la vista.
—Esta es la esencia de los elfos la precisión absoluta y la fuerza total sobre la naturaleza, a partir de ahora no existe espacio que no podamos conocer o conquistar, cada punto de estas tierras son nuestras…
Así aquel kodama enfurecido, el padre de Shio, empezó a vomitar espinos venenosos, tratando de sacar de sí la ira y la desilusión. Una escuadra de kodamas y tragos rompieron filas, buscando la espesura del bosque, Kratus mandó tres batallones tras ellos, inútilmente, La Natura les cerró el paso con vientos huracanados y los árboles dejaban caer sus ramas, frutos y hojas borrando las pisadas y golpeando a los persecutores. Estos trasgos y kodamas renunciaron al viaje, el “bien” y el “mal” de los mágicos dejó una delegación en el mundo para protegerlo de las barbarie humanas. Mirábamos con asombro la bravura del mar, los vientos trágicos dignos de un tifón violento, los cielos oscurecidos, furibundos y relampagueantes: La Natura, la amorosa Madre Natura, estaba indignada.
Así siguieron los sacrificios y, si bien es cierto el conjuro fue el mismo, omitiré comentar de más, un dolor así no es sano recordarlo tanto. Posteriormente el kodama, quizá el más antiguo de todos los kodamas, se transformado el palo que sostenía la hoz de Dríade, misma que con su movimiento sabía cortar sólo no dañino y lo dañado.
Luego de un carruaje bajaron dos pegasos, dos unicornios y dos tigres fuertemente atados: se hicieron polvo dorado para impregnar el báculo de Kattfil, una pieza maciza de oro y bronce, con una forma de mariposa bordeada en su parte superior y ocho anillos anclados a las alas. Al desaparecer el amado kodama y estos animales, la Natura les despidió con un viento soplando por entre los árboles, que aullaba como un simio herido, en ese momento inició la lluvia.
Ampurdán tomó con dificultad aquella pesada hacha de doble hoja (el hacha de Sekbuf) y llamó al anciano Courel. Una vez posicionado en lo alto inició el conjuro, antes de que Courel pudiese siquiera despedirse de los suyos. Todos sabían que él se sentía completamente responsable de la debacle, por tanto lo único que podía satisfacer su orgullo era pagar con su vida la afrenta, por tanto sus palabras no eran necesarias.
Cuando la esencia del enano tocó el hacha ésta redujo su tamaño, volviéndola más fuerte y manejable, cada uno de sus movimientos se escuchaba como el vacío llenaba el espacio, y el tiempo se suspendía más allá de lo habitual en aquellos tiempos. Una de sus hojas se enroscó formando una especie de mazo. Ampurdán dio un golpe de hacha contra el suelo, agrietándolo y al golpear con la fuerza del mazo, se convocaban las llamas incendiarias, la crepitación violenta de la forja y el olor artero de acero hirviente.
Todos mirábamos aun con indignación, la última pieza forjada, una espada grande con doble filo, poderosa por sí sola, ya no existían nada de nosotros qué sacrificar para brindar poderes a está destructiva herramienta. A pasos tortuosos se movía una inmensa caja de metal y madera (podría calcularle más de dos casas normales) con más de dos decenas de ruedas para soportar el contenido, tirada por cientos de humanos y caballos hacia el punto donde se realizaban los funestos sacrificios. Todos nos quedamos sumidos en un silencio profundo en espera de saber qué contenía aquel recinto.
Poco a poco se dejó caer la puerta, al abrirse una inmensa cantidad de agua se vertió de ella, pronto pensamos debería tratarse de las nereidas, mas ellas no contaban ninguna baja. De la inmensa oscuridad comenzó a salir un viejo conocido: Brondor, el del ojo humano, fuertemente atado, ni siquiera podía verter su ácido dado que con el agua éste le hubiera dañado. Se encontraba maltrecho, herido por lanzas aún clavadas en sus patas y clavos y cadenas zurcidos a sus alas. Así avanzó con su único ojo lleno de venganza, lentamente hasta salir por completo de su cárcel.
—¡He aquí una de las creaciones más perfectas y orgullosas de la naturaleza —dijo Ampurdán—!, cientos de nuestros mejores guerreros se requirieron para su captura, no obstante, sucumbió ante la fuerza humana. ¡Este ha de ser el último sacrificio, por desertar de la batalla!…
—¡Alto, malditos—gritó una voz desde lejos, poco a poco a galope violento se presentó Dratser; el tuerto, ante todos con una cara iracunda y desmedida, si hubiese sabido algún conjuro, aseguro que él habría destruido por completo a su raza—! ¿¡Qué te han hecho amigo mío?… ¿Cómo podéis sacrificar a un aliado?… ¿Qué honor existe entre vosotros?… Malditos serás si no lo liberan de inmediato…! —Dicho esto Dratser desmontó al lado del dragón para iniciar su liberación, pero ante un simple gesto de Kratus fue retenido por tres soldados.
—¡Basta ya Dratser —gritó Triskel—!, tú fuiste quién nos convenció de no acabar con todos los mágicos, el sacrificio de esta bestia tuerta es sólo un tramite necesario para terminar con este calvario.
—¡¿Qué más has sacrificado?! —gritó Dratser.
—A mi padre Shio y su padre Kodama, ¡el más viejo de todos los kodamas!, cuyos nombres recordarán todos los árboles y animales; —dijo Náyax sollozante— asimismo un séquito de animales dulces…
—A mi mejor general, Jakairá y mi viejo amigo Courel, y ahora al más antiguo de los dragones vivientes, Brondor, el del ojo humano —dijo Nix con una voz saturada de pena.
—¡Soltadme malditos imbéciles —vociferó Dratser, hilando en la locura—, si apreciáis vuestras vidas, soltadme. Kratus, maldito serás junto a estos magos bastardos, profanáis La Natura como en un juego, y ya veréis la furia de la única Madre, sobre vuestros hombros caerán las fuerzas del Todo y la ira consumirá vuestras almas, si no respetáis ni a La Natura os empezaréis a destruir entre sí, ya veréis, La Natura no perdonará tan humillación…!
—¡Callad —gritó Kratus—, hacedle callar de una vez!, parece que tenemos otro traidor entre nuestras filas después de consumar este trance, será juzgado como humano por maldecir a su rey. Continuad Ampurdán, no hagamos más largo esto de lo necesario. —Así inició el hechicero el mismo conjuro, pero antes de decir las últimas palabras Dratser logró liberarse quitándole una espada a su distraído custodio, corrió con una velocidad inimaginable, la ira guiaba sus pasos, y asestó un golpe en el brazo de Ampurdán. No obstante Ampurdán logró terminar el hechizo. Lentamente en el aire se abrió un vórtice que se dirigía hacia el dragón.
—Amigo —le dijo Dratser a Brondor—, ambos sabemos que aún no ha llegado tu hora, de todos modos yo moriré por traidor… —Sin decir más Dratser se arrogó al agujero y el mismo se cerró, aprisionando al esencia del humano en la espada, el cuerpo vacío de Dratser cayó al suelo. Brondor furibundo dirigió su ojo colérico e inyectado de sangre hacia el perplejo Ampurdán, soltose de sus amarras (aunque desgarraran sus alas y patas) tomó el cuerpo de su amigo delicadamente con una de sus garras, saltó hacia Ampurdán y lo destazó de un golpe de sus zarpas, sin más emprendió el vuelo a como pudo. Todos los humanos se preocuparon más por la suerte de Ampurdán que por seguir o vengarse del dragón. Para Ampurdán ese había sido el último conjuro. Todos los mágicos iniciaron el llanto, la lluvia se transformó en vientos ciclónicos, sin embargo Brondor volaba ayudado por los mismos, ni siquiera Nix ocultó sus lágrimas, se le escuchaba sollozar abiertamente. Triskel lloraba frenética sobre el cadáver de su padre. Kratus no sabía a dónde dirigir la atención. Tras el tumulto Neuset festejaba con disimulo, ahora él era el más poderoso de los hechiceros humanos.
—¡Te cazaré maldita bestia, no habrá lugar en el mundo para tu especie! —dijo Triskel.
—¡Basta Triskel —dijo Kratus—, ya tendrás tiempo para la venganza, ahora lo que debemos ver es cómo terminar esto…!
—Tranquilo, Señor —dijo Neuset—, yo también domino a la perfección los conjuros, todo marcha en orden…
—¿En orden? —interrumpió Triskel.
—Claro —respondió Neuset—, aunque la muerte de tu padre es una tragedia irremediable, podemos terminar con esta experiencia amarga.
—Prosigue pues… —ordenó Kratus.
Ante esta instrucción todos fuimos guiados a los barcos. Apretujados nos dirigimos hacia la estéril isleta de Avallach en medio del mar de la Cantabria. El mar se tranquilizó repentinamente, mostrándonos una ruta segura hasta la roca, tras nos, nadando libremente, algunos félidos seguían nuestros pasos, al igual que caballos y unicornios, en fin, cientos de especies iniciaron el peregrinaje hasta nuestra nueva morada. Algunas nereidas se conservaron en las costas, alguien debería proteger el agua. Varios duendes y hadas se adentraron en el bosque, a fin de conservar algo de la magia. Algunos grifos y pegasos se quedaron para conservar los aires libres, al igual que los congéneres de Brondor.
Al fin llegamos, todos bajamos de las embarcaciones, desde el barco principal Triskel, Kratus y Neuset tomaron cada uno dos armas y las unieron en el aire, así Neuset inició el conjuro:
A usdetes iconvo fezaurs aparmelotes,
temon la ergenía erredanca en etsas ptetones armas,
saen etsas las úcnais levlas
praa arbir la pecitrocón
petsua sorbe etsa etérsil roca,
cenfonin praa serpmie etse epicaso
pristocro a los ojos humanos
e no primaten jamás se lebire su arcano
Cuando terminó cada objeto liberó un halo diferente, así de la hoz de Dríade y el báculo de Kattfil se llenó de verdor y ríos la roca. De la luz del hacha de Sekbuf, surgió el arrecife que hoy custodia la isla, de los demás artículos se formó un domo de energía traslúcida, tan fuerte que jamás podría ser vencido por nada conocido o por conocer. El domo contenía el poder del aire gracias al arco, de la sombra gracias a la partesana, el poder del metal por la espada y del agua por el mismo mar de Cantabria.
En ese momento, un sismo partió la tierra del mar e hizo que la isleta se empezara a hundir en las profundidades marinas.
—¡¿Eso es parte del conjuro?! —cuestionó Kratus, ante la mirada atónita de Triskel y Neuset.
—Para ser sincero: no —respondió Neuset—, ha de ser obra de la naturaleza… —un silencio sepulcral lleno entonces la inmensidad marina. La lluvia inició a caer con inverosímil potencia. Nuestra visión se mostró nublada como en los días crudos de otoño.
Pronto la isla fue cubierta por el agua y esa fue la “última” visión de aquel mundo. Nos despedimos de ella contemplando la primera galerna de muchas.
En la despedida del mundo que conocíamos todos llorábamos abiertamente —repito, todos, Nix dejaba caer las lágrimas como si hubiese sido un arte aprendido desde la infancia.
—¿Te encuentras bien? —cuestionó el joven Ifrit a la Basilisco.
—No sé. Es tan dura la derrota. Ver el mundo que conocemos separarse de nosotros irremediablemente. Me enferma la idea de dejar a merced de tanta inmundicia humana a la amorosa madre que nos ha forjado y moldeado. Ahora no podremos detener la barbarie, La Natura sucumbirá irremediablemente ante esta estúpida raza, estos animales a medias, estos, estos engendros destructivos. Sé bien, entre nosotros hay muchos pero son o somos diferentes: son puros, aprendieron lo suficiente para vivir en paz, aunque nos acompañaron a la guerra, aprendieron a luchar en una causa común por el bien de todos. Son más que humanos, son de los nuestros, por que desearon serlo.
—No te preocupes —respondió el joven elfo—, La Natura es más que cualquier especie, ella sabrá cuidarse.
—¿Y los amigos caídos —cuestiona la reina de los trasgos—, qué será de ellos? ¿E viejo Courel, Shio, mi general Jakairá, los animales nobles, aquel kodama, y…y Dratser…? Ese Dratser, resulto ser más de lo que creía, tenía honor, lealtad y no distinguió razas, maldijo a la suya ante la desgracia de un dragón…
—¿Te impresionó que Dratser se sacrificara?
—Si —respondió Nix—, me duele un poco su ausencia, además dejó una promesa pendiente, aún me debe un té.
—No trates de justificar tus sentimientos —interrumpió Náyax—, hasta los trasgos lloran por las perdidas y las ausencias.
—Padre dime: ¿Por qué Brondor no quedó ciego nuevamente tras la muerte de Dratser? —argumentó Ifrit.
—Es simple —respondió Náyax, gritando para que todos escucharan—, hoy no ha muerto nadie, sus esencias vivirán infinitamente en los artículos, en lugar de morir han de gozar de la inmortalidad del metal, puede cambiar de forma pero seguirá siendo metal. Los compañeros no han caído, su forma se perdió irremediablemente pero su espíritu está. Sino miren esta roca estéril convertida en una tierra fértil y amable, acá hay algo de cada uno, un regalo más allá del tiempo si sabemos cuidarlo. —Estas palabras reconfortaron a todos, nuestros amigos seguían con nos, invisibles esencias que nos abrazaban sin que lo notáramos en cada brisa del viento.
Al quedar aislados de lo que conocíamos todos buscaron nuevos rumbos. Los enanos (como siempre) las montañas, ahora sin el peligro de los grifos. Los trasgos buscaron la sombra acogedora de los pantanos. Los elfos iniciaron su peregrinaje hacia el seno del bosque. Las nereidas, obviamente, se acunaron en la costa. Mi pueblo, y mis amigos que no desertaron formaron el pequeño poblado de la Comarca y hemos logrado vivir en armonía (de no ser así esta historia se habría perdido en el olvido profundo de la extinción).

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Esta es la única historia de invierno, como todo comienzo fue difícil pero después, poco a poco, nos instalamos en este mundo, como dictaban las leyes de La Natura. El tiempo ha transcurrido en la Comarca y el otro reino, quién sabe cómo habrá de llamarse ahora.