miércoles, 23 de marzo de 2011

Avallach-10-Introspección

Terminada de leer la historia, antes siquiera de poder transcribirla, mi mente se lleno de sombras, hasta ahora comprendía a plenitud de la historia de otoño.
Por mucho tiempo pensé que las historias que contaba Claus, El Viejo, no eran sino parte de la necesidad de explicar un confinamiento en esta isla: mitología.
¿Podría acaso llamársele confinamiento? Somos libres de recorrer los espacios entre el mar y la tierra, nuestro único límite son los arrecifes que se tienden como una imponente muralla.
Para muchos los enanos y los elfos eran especies extrañas a las que veíamos ocasionalmente, quizá “elfo” era un modo de llamarle a un humano un poco diferente y enano una modificación que la generosa Natura había ideado para facilitar algunas labores, quizá no éramos siquiera humanos.
En ese momento empecé a analizarme, tanto mi físico como mi mente, a veces la introspección generada por la verdad y la duda es tan compleja…
Me miraba todos los días al espejo o en el agua, pero nunca puse especial atención a mi forma.
Soy un humano macho, cumplo con las tareas normales de un solitario, atiendo mi casa, cocino, pesco, compro lo necesario, pinto, cuido mi pequeño rebaño, tomo vino de cuando en cuando, disfruto de los té aromáticos, soy normal. No tengo posesiones más que mi choza y unos lienzos que fabrico con mis manos, pago con cabras lo que necesito conseguir y tomo de La Natura lo que requiero, alimento, abrigo, leña. Se me enseño en la comuna el arte de la igualdad y la responsabilidad absoluta sobre los actos, el respeto a los demás sin importar la especie.
También he aprendido mucho de los elfos en estos cortos días: más de lo que imaginé poder aprender en toda mi vida….
Pero: ¿Quién soy? ¿Acaso una fanfarria de narrador, simplemente un cuentacuentos con ínfulas de grandeza? ¿Seré digno acaso de esta sabiduría? ¿Porqué yo? ¿En qué pensabas Claus? ¡¿Acaso conocías algo que yo ignoro, como para simplemente dejar que los círculos se cierren?
Cierro los ojos, me imagino frente al espejo y qué veo: un hombre grueso de no más de seis pies de altura, completamente lampiño, con cabello castaño oscuro por los hombros, cara de erudito ebrio, una forma de hablar común en mis tierras, en fin nada especial. Quizá lo único que me separaba del resto de este reino y de mi especie es mi curiosidad, endémica de otras tierras que aun no conozco y deseo ver (es parte del sueño de poder pintar todos los parajes que ven mis ojos, todos los rostro dulces y todos los gestos violentos, para no olvidarlos y tratar de entender su esencia). Manos cortas y pies grandes, para enfocarme en un cuadro a la vez y retar al camino a hacerse cada vez más largo. Acostumbrado al silencio y la soledad, a vivir tranquilo en mi choza maltrecha, recibiendo pocas visitas, pero buenas visitas. Pocos amigos, pero grandes amigos.
Tantas veces he tratado de entender mi psiquis, poder definir algo de ese maremagno de pensamientos que sostienen mis huesos, esa parte de mí que sólo sería posible leer tomando el tuétano de mis huesos como pigmento en un lienzo: un cuadro completamente abstracto y loco sólo legible para quien conozca más que yo mi historia.
En definitiva, las historias de otoño y la única de invierno, eran como analizarme en este soliloquio: tratar de comprender y hacer que los demás comprendieran las razones, o quizá simplemente desvaríos autojustificatorios.
¿Sería esta la misma historia que cuentan los elfos a los suyos? ¿Los enanos? ¿Los trasgos? ¿Qué contarán las hadas, los duendes y los kodamas? ¿Y los árboles y las rocas?
¿Quizá cada uno de los míos tiene una versión diferente de quien es Calos (quizá completamente diferente a la visión del mismo Calos)?…
Sólo ha de existir una manera de saber si seré un clérigo de una mitología antigua (un cuentacuentos) o un narrador (un historiador).
Deberé emprender la ruta hacia el inicio, cruzando por todas las especies, hablándole a los árboles más antiguos, las hadas más sabias, los kodamas primarios y leer la historia de todas las razas que hemos desarrollado la manía de plasmar la historia en papiros para las generaciones venideras.
¿Qué me queda ahora: encontrar la esencia de la historia, debatirla y compararla, tratando de paso (como si fuese poco) descubrirme y entender los cambios que las historias me han causado, sin que yo me diera cuenta…?
¡Es tan grande el miedo de enfrentarse a uno mismo, de tener que escuchar a nuestra alma diciendo: “te has estado engañando desde hace tanto y de tantas maneras”, y sólo poder hacer mutis de un modo delator y condescendiente forzando a psiquis a interrumpir al alma y buscar nuevas justificaciones falsas!
¿Qué es La Natura? ¿Cómo definirle? ¿Cómo un demiurgo? ¿Cómo un dogma? ¿Cómo una escala moral? ¿Cómo un orden lógico? ¿Cómo un canon del modus viviendi entre las especies por un acuerdo diplomático más allá de la gnosis común? ¿Alguien le ha visto el rostro a La Natura? ¿Tiene cuerpo, como para llamarle “amorosa madre”, o es esto también parte de nuestra sed de conocimiento y definir las cosas que no tienen porqué ser definidas? ¿Acaso las serpientes y los escorpiones cuestionan su forma? ¿No sé de ningún árbol que quisiera crecer más allá de su esencia y el único que lo hizo (Holm) acabo en el fondo de un barranco (o por lo menos eso cuentan las historias)? ¿Para eso sirve la historia, para decirnos como vivir o porque no cometer errores? ¿Pero que tal si las historias son falsas: los errores también? ¿Puede alguien develar estos arcanos lógicos sin rayar en la locura?
De pronto el deseo un lienzo para recordar esta escena: dibujarme (mi primer autorretrato, siempre los vi como ínfulas de grandeza) sentado en este leño mohoso, en este quicio a punto de perder el mío, ya no como la sombra dulce tras Amenis sino como un loco sujetando su cabeza con desenfreno, posado donde debió estar Holm, El Abedul, quizá con el mismo sentimiento de aquel histórico árbol, el desespero por crecer sin ver más allá de las consecuencias, el deseo de extender la visión a costa da morte.
De pronto, alzo mi mirada buscando un poco de razón y sólo observo al sol delirante entre los arrecifes generados con la esencia de Courel (según dice la “historia”). De pronto vuelvo a refugiar mi cabeza entre las manos y rodillas encerrando mi vista al espacio que pisan mis pies. De pronto (para los humanos todo es repentino, veloz, no somos árboles, no hemos aprendido el arte de la paciencia, aún no sabemos controlar el tiempo, sino es el Sol quien nos rige), escucho una voz dulce que me hace volver en mí (o quizá salir de mí)…
—¡¿Estás bien amigo Calos?!… —pasó un minuto y de nuevo la voz se hizo presente —… ¿Estás bien?
—Como siempre un poco abrumado por los delirios de la mente, hay historias que no deberían ser leídas, generan tanto demonios y tan espeluznantes que hasta el trasgo más valiente saldría corriendo como una liebre ante una jauría de tigres, dulcísima Amenis…
—¿Pero los tigres no atacan en jauría?… —objetó Amenis — No está entre los designios de La Natura.
—¿Designio de La Natura o forma de ser?, el tigre es independiente porque se siente fuerte, es soberbio, eso no puede ser un designio de La Natura, sino una justificación de los tigres ante su mal carácter y deseos de liderazgo perpetuo, prefieren ser el Señor de su tierras y sus vidas a vivir en una comuna para ser más fuertes aún pero tener que someterse a los designios de un consenso… Según las historias de Claus, El Viejo, hubo un tigre que abandonó su soledad y creyó en una jauría, pago con su vida su deber de proteger a aquel que le en un tiempo de curó: ¿te acuerdas de Kiev? Claro, eso es lo que dicta mi lógica, no he conversado aún con ningún tigre… ¡¿En qué se basa mi lógica? ¿En La Natura o en mi natura?!—guardé silencio unos segundos esperando un rayo por tal ofensa o una brisa que me inspirara confianza sobre mi tesis, sin embargo, el cielo continuo calmo y el viento calvo…
—Repito la pregunta Calos, El Oyente: ¿Te encuentras bien?
—Si preciosa elfa, estoy bien, un poco confundido sobre tantas cosas, pero ese quizá sea el destino del orador: estar sujeto a tanta duda para tener que comprobar que los relatos son ciertos y no ser un cuentacuentos. Mira que tarde que es, vamos a casa que la noche asecha en las sombras y las sombras siguen siendo sombras… como las dudas siguen siendo dudas… además mis jóvenes huesos requieren descanso y mucho más mi mente.
En el ocaso los colores ultramaros se teñían cada vez más oscuros y misteriosos, la penumbra nos impedían ver más allá de cinco pasos y dificultosamente. Estábamos sumidos en su espesura. Yo tenía deseos profundos de perderme con ella en ese exuberante bosque…
Caminé sin cruzar palabras, a tientas llegamos de nuevo a la casa del Ifrit, El Maestro…

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