miércoles, 28 de marzo de 2012

Lo que le debe cualquier hijo a su muerte…

Me debo un secuestro y un grito,
una estación de nieve y una de sakuras,
un canto de pueblo que llene las calles,
una neurosis intrépida y beligerante,
una fama de sangre formada en la lucha,
una estrella en la frente en el Congo,
un pedestal sin dioses profanos
donde se pose una madre y un maestro,
un campo de trigo con pan para todos,
un ocaso sin silencio que suene dolorido:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo a quien amo y le debo tanto,
una sonrisa sin locura, una casa en la colina,
una estrella enfilada en la penumbra,
un penumbra para la paz y el descanso,
un jardín con orquídeas, olmos y frangipanis.
Me debo una copa de vino de abedul,
una lluvia de estrellas despejada y fría,
un ánfora de vino dulce para el hombro,
un libro de pensares para el viento,
un cantar de los cantares al silencio…
Me debo dos gárgolas en el pórtico,
concluir el viaje con Calos, Nix y Brondor.
Me debo las risas de los somnolientos,
el placer del que duerme con sueños,
la cortina a la razón en la alegría.
Le debo a mis hijos la ilusión y el sueño,
el amparo que lucho por conseguir día a día.
Me debo a mí mismo el ser cuando ausente
lanzo las cometas a bregar sin viento:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo un ángel que reparta maná,
sin discriminación del día ni descanso.
Una mano de dios en el arado y el libro,
una mano humana en la curul y el banco.
Una iglesia que adore al jaguar y al sinsonte,
antes de que sean mitología arcana,
me debo el placer de arrebatar a los mitos
las enseñanzas buenas, y las enseñanzas buenas
desprenderlas de la fe y los mitos corruptos…
Una bomba nuclear sobre los dirigentes,
para que recuerden lo que es el hambre,
el frío y la peste, sin traje ni nombre…
Lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Les debo lo que les debe cualquier
riachuelo que al andar se cruza.
Me debo lo que el ser reclama para todos,
me debo lo que la mano consigue en la justa…
Me debo el segundo de felicidad de Jayyam,
el amor a la nada del existencialismo,
el superhombre de Nietzsche,
la rosa de Cocorí, el zorro del Principito,
una canción para Facundo, Sabina y Che,
el poema de Debravo que tanto degusté,
el primer alimento del niño y su llanto,
su noción de inocencia y sorpresa:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.
Me debo lo que sé en mi inmarcesible ignorancia,
el trazo que me empuja a un razonamiento,
el ímpetu que me empuja a una aventura,
el deseo de poner a cada casa un cimiento…
Me debo lo que soy, aunque tanto me debo:
lo que le debe cualquier hijo a su muerte.

No hay comentarios: