domingo, 18 de agosto de 2013

Primera crónica de NAM

¡Cuán difícil es partir mirando tus aposentos hechos escombros, cayendo sin remedio a pasos titánicos! Las colinas ya no ofrecen refugio a nadie. No nos queda más remedio que partir en la agobiante caravana que marcha sin esperanza más allá de los cañones rocosos. Este sinsabor colma toda la marcha, muchos hemos perdido todo lo que durante ciclos solares completos hemos construido, otros hemos visto morir a nuestra progenie, otros son sólo progenie de muertos en estos campos apocalípticos. La acidez del aire es cada vez más densa. El polvo lastima los ojos de lo que no lograron conseguir nada para proteger sus rostros. Nuestro ser no estaba preparado para tan agobiante sacrificio, ya hemos perdido la práctica física de caminar por extensiones inmensas como pudieron hacer nuestros más antiguos antepasados. A fin de cuentas nuestros carruajes y avances lo mostraban innecesario en estos tiempos modernos. Respirar es más complicado a cada paso, sólo nos queda la nostalgia de todo lo que atrás queda y el deseo de que el abismo designado como seguro por parte de nuestras eminencias, no sea a fin de cuentas un foso común para los pocos que sobrevivimos a la tragedia. Dos veces parece haber amanecido después de la hecatombe, pero la luz de NAM es casi nula y retórica entre tantas sinuosas y férreas sombras. En nuestras alforjas llevamos lo poco que pudimos salvar: algunos granos y alimentos, algunas semillas cultivables y unas cuantas ánforas. Ya el hambre arrecia y la sed hace meya en las gargantas, pero faltan tantas leguas que me agobia el terror de la escasez antes de concluir el viaje. ¡Miradme aquí ancestros míos! Príncipe de los míos, caminando como los antiguos esclavos de los antiguos imperios. Con una máscara en el rostro y cabizbajo, sin remedio ni consuelo, simplemente caminando, a veces con esperanza de llegar al refugio, a veces con el deseo de caer muerto y tendido. Tras, lo que creo son ochenta leguas de camino, miro a los primeros caer rendidos, los otros, los aún vivos, presa del desespero despojan los cuerpos de los fallecidos, tomando para sí lo que ya estos no ocuparán mientras el polvo entierra los vestigios. Ahora recuerdo mis jardines con coloridos pistilos, animales volando por doquier, algunas fieras domesticadas para mi agrado y el amanecer donde todo cambio. Ante los primeros rastros de NAM el mensaje de nuestros invasores llego, aludiendo que antes de la caída del anochecer deberíamos abdicar a nuestra tierra y líderes o desataría sin igual fuerza a costa de destruir todo. Mi papel como líder del imperio y de mi pueblo, fue ordenar a los generales desplegar todas las fuerzas de defensa y ataque a nuestro alcance y hacer un llamamiento a las demás tribus y pueblos a unirse a la cruzada. Antes del zenit del norte llegaron centenares de carruajes Kuvera, junto con infinidad de Merus equipadas de las astras y mukutas más recientes y potentes. Indraloka informó que nuestro enemigo seguía con su espionaje todos nuestros movimientos y preparaba su puesto de avanzada. Así inició la batalla, las saetas se desprendían por los aires, dando a luz cruentas matanzas. Al final cinco Pushpakas supieron herir el bastión enemigo, pero este en acto final, como venganza dejó caer sobre nuestra tierra su tímida trisula. No hubo nada que hacer más que escuchar la desesperación de los combatientes, era sabido que no habría nada capaz de contener la destrucción y la masacre. Así fue que ordené usar el Brahmastra, sin comprender lo que desataría su ira. Prohibida por los más ancianos, me hice de rastros sordos y al aunarse ambas en la atmosfera la debacle toco nuestras puertas. El enemigo vaporizado en el acto no pudo dar su posición de asedio, menos aún pedir refuerzos, esto lo aludo confirmando que aún no estamos muertos. Infausto destino se asigno a nuestras planicies, arrebatándonos nuestro sustento por la infinidad de los tiempos. Corrosivos aires de muerte desbastaron, lo habido y lo creado, lo natural y lo nuestro. Aun recuerdo las palabras de mi mayorazgo de mi estirpe antes de su partida al conjunto de los astros, cuando sentenciara con ahínco que Brahmastra prohibida estaba aun a costa de la muerte, salvo que fuera un último recurso y fuere en tierras ajenas y lejanas a las puertas de nuestro mundo. Quizá si los sabios hubieran dejado de lado la diplomacia y su sabiduría pacifista, y hubieran permitido usar un portal a la casa de nuestros ahora agresores para dejar el Brahmastra en el centro de sus tierras, aunque esto fueran prácticas arcaicas y obsoletas, aun cuando los diálogos filosofastros no dieran mayor avance en la paz de los pueblos. Pero los sabios acudieron a mi voz para apaciguar la furia, pedir perdón por actos no cometidos y buscar la paz con otros más que bárbaros, conquistadores y consumistas, como lo fueron los otros nuestros en pasados distantes, antes aun de conocer tanto como se conoce del todo. “Son un pueblo en desarrollo –me dijeron– cuando conozcan lo aprendido podrán ser hermanos nuestros”, pero aprendieron primero de la muerte antes de pensar en la vida y más aun de nuestra guerra antes de nuestra paz y utopía, y por ello pagaron con guerra lo que les habíamos enseñado y mejoraron el arte de la guerra que nosotros ya habíamos olvidado. Y ahora nuestras tribus se muestran absurdas y declinadas, ante las manos de las fieras que nosotros mismos hemos creado, dar los dones a los torpes, como un pecado del pasado, que quizá cometieron nuestros mentores que la historia semeja como dioses perdidos en antaños. ¡He aquí que el reino ha caído, nuestros planos envenenados y nuestro enemigo abatido!, por tanto no hay vencedores, sólo dos pueblos vencidos, ambos con deseo de venganza, ambos con fuertes delirios… ¡He aquí pues que lo poco que se ha salvado, camina como a la muerte en la noche más negra que haya existido! Y nuestra esperanza vive en una roca a unos pasos de limbo, donde destruiremos lo que existe para sembrar lo conocido. Luego partir tan lejos como nos sea posible, para volver algún día a ver que ha crecido, libre del látigo enemigo, libre del rastro de muerte, criaturas dóciles que irán creciendo poco a poco para encontrar a sus padres o que algún día ellos les encuentren… Ese es el destino de este pueblo y de lo que pueda sobrevivir de los nuestros, la esperanza de no morir en un hilo del tiempo, más por un orgullo artero que desafía los hilos del tiempo que por el insuperable temor de no encontrar nada mientras este polvo férreo nos cubre más allá del recuerdo. Mañana partirán dos cruceros desde el valle de los reyes, uno con rumbo a un la roca más cercana de NAM y otra a las tres islas del patíbulo estelar donde dicen los ancestros que nacieron nuestros ancestros, en Alnitak. Junto con el primer crucero irá este petroglifo en un lenguaje simple esperando que nuestros hijos sepan algún día entenderlo, para que a nuestra vuelta sepan reconocer a sus padres y a sus anteriores enemigos… –Así concluye, lo que puedo interpretar, del aparente código binario encontrado, posteriormente cruzado con el lenguaje acadio, en los términos más parecidos a nuestro idioma tradicional. –Dr. Bromaly –me dijo con fiereza el comandante Ross– no se excuse con fantasía y olvide lo que ha dicho durante este foro, simplemente ha desperdiciado innumerables recursos de nuestra organización, esa huella prehistórica fosilizada y ese cristal con un supuesto código binario, no son más que un fraude de los enemigos del status quo. Tras dichas palabras, sin posibilidad de respuesta, yo, Charles Bromaly fui sentenciado al claustro en una zona desconocida, sin más que este diario para narrar mi destino…

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